viernes, 22 de junio de 2018

LA CUSTODIA DE MADRID





Madrid en el siglo XVI estaba incorporado a la diócesis de Toledo, no tenía catedral propia ni cabildo, quienes habitualmente encargaban las fabulosas piezas de orfebrería que contemplamos en las catedrales españolas.
Felipe II, que había trasladado en 1561 la capital, quería una custodia para la ciudad, y por ello pensó que las rentas de la abadía de Párraces (Segovia) debían llevarse a la nueva capital y, con ellas, llegaría la custodia que habían adquirido recientemente. Así pues, de acuerdo con los regidores de Madrid, encargaron a Francisco Álvarez en 1568 las andas para la pieza. El platero visitó la ciudad de Segovia y, una vez tomadas las medidas, las realizó.
Pero finalmente Felipe II cambió de idea: las rentas de Párraces se irían al Escorial, que estaba en plena construcción, y animó a los regidores a encargar la custodia completa, pues la de Segovia no llegaría. Estos consideraron que las arcas de la villa estaban vacías tras los últimos festejos y no era posible abordarla en ese momento.
Cinco años más tarde, en 1573, se realizó el encargo. Así pues, una vez finalizada, y al no existir catedral, quedó depositada en lo que hoy día conocemos como el Ayuntamiento de Madrid. Cuando llegaba la fiesta del Corpus Christi la iglesia de Santa María de la Almudena, templo mayor de la villa, la acogía y de ahí partía la procesión. Hoy día resulta curioso pensar que la custodia del pueblo de Madrid es propiedad del Ayuntamiento, pero antiguamente los encargos y las propiedades se veían de otra forma. Así, por ejemplo, los actos de la ciudad de entrada o salida de un rey o reina los costeaba el Ayuntamiento, no la Casa Real; retablos o reformas de iglesias se realizaban por iniciativa de los reyes, aunque pidiendo a los consejos, pueblos y concejos que invirtiesen en ellos, y los reyes aportaban una cantidad simbólica.
Ahora, en pleno siglo XX, con el cambio de mentalidad, la separación de Iglesia y Estado, y la nueva gestión de los objetos artísticos, donde prima el uso cultural sobre el cultual, las piezas pueden perder su significado. La conservación y restauración de estas obras de arte es necesaria y, por ello, en muchas ocasiones, no procesionan objetos de gran calidad, pero no debemos olvidar el fin para el que fueron creados y la trascendencia de algunos de ellos que, si es posible, deben mantener su uso.
Cristina Tarrero

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