domingo, 6 de mayo de 2018

35 AÑOS DESPUÉS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Estoy en un dormitorio de adolescente, encerrado, oyendo el jaleo de la primera comunión en el jardín. He pedido a los anfitriones que me busquen un rincón para escribir el artículo de mañana (éste). Mi primera tentación es tirarme en la cama y echarme una siesta, pero, si me pillan, voy a quedar fatal, después de haberles dicho muy serio y profesional que, a pesar de lo bien que lo estaba pasando, no me quedaba otro remedio, ay, que trabajar, etc.

Me tumbo, sin embargo; y me dejo acunar por la nostalgia. Recuerdo que cuando era un adolescente iba a pasar la feria de Jerez a casa de mi amigo Rafael Argüelles Solís. Allí paraba también su tío Juan Manuel Albendea que firmaba sus críticas taurinas para el ABC como Gonzalo Argote. Ya me daba bastante envidia su empaque de crítico y su seriedad con seudónimo. Pero me moría de admiración cuando llegaba de la corrida y dictaba, frase a frase, sus crónicas historiadas al teléfono. Gritaba, suponíamos entonces que para vencer el ruido de fondo de la lejana redacción y supongo ahora que para que no le fuesen a estropear ninguna de sus frases redondas como lentas verónicas. Insistía mucho en los signos de puntuación, cada coma me parecía una banderilla; cada punto, una estocada en todo lo alto.

Me remordía mi frivolidad, pensando nada más que en divertirme en la feria, mientras ese señor oficiaba ahí, al teléfono, dando voces. Me asombraba la habilidad o el arte para convertir en un oficio una afición tan fascinante, y para darse el gusto de replicar o recrear la faena en el ruedo de la letra impresa. Aquello era el culmen: no sólo trabajar mientras que los demás hacíamos tiempo para ir a la feria, sino todavía más: trabajar divirtiéndose más que nadie.

Hay que tener mucho cuidado con lo que se sueña, porque, al final, se cumple, dicen que se dice. Yo eso se lo leí la primera vez al poeta Javier Salvago. Y es verdad. Se cumple. Y aquí estoy, aislado del jolgorio de la primera comunión, trasladado a una escena de hace treinta y cinco años. Sin embargo, no me quejo. Qué bien lo estoy pasando, en realidad. Cuando me reintegre a la fiesta, intentaré adivinar alguna cara de envidia entre los convidados, chicos y grandes. No encontraré más que un leve guiño de reproche de mi mujer, que sabrá que me he entretenido un poco más de la cuenta. Pero no me hará falta más. Ya me miro yo de reojo y me digo: "No está mal. Soñaste bien".

No hay comentarios:

Publicar un comentario