2013-12-01 Radio Vaticana
(RV).- (Con audio) En una Plaza de San Pedro típicamente invernal, y ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países, el Papa Francisco rezó el Ángelus del Primer Domingo de Adviento. El Santo Padre explicó que inicia de este modo un nuevo año litúrgico para el Pueblo de Dios en el que Jesucristo nos guía en la historia hacia el cumplimiento de su Reino. Y agregó que esto nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia, puesto que redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y la humanidad entera, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.El Obispo de Roma explicó que se trata de una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. Y así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de volver a partir, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Porque el tiempo de Adviento, que nuevamente comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona puesto que está fundada en la Palabra de Dios.
Antes de rezar a la Madre de Dios el Pontífice recordó que el modelo de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. ¡Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios!
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la alocución del Papa a la hora del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, Primer Domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia el cumplimiento del Reino de Dios. Por esto este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y la humanidad entera está en camino, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
Pero ¿en camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías. Y dice así: “Sucederá en días futuros que el templo del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: ‘Vengan, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos’”. (2, 2-3).
Esto es lo que dice Isaías sobre la meta hacia la que vamos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado en Jesucristo su cumplimiento, es el “templo del Señor”, Jesucristo. Él mismo se ha vuelto el templo, el Verbo hecho carne: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y a su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia y hacia el Reino de la paz. Dice además el profeta: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4).
Me permito de repetir esto que dice el profeta, escuchen bien: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”. ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desarmadas, para ser transformadas en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será éste! Y esto es posible. Apostemos a la esperanza. La esperanza de una paz. Y será posible.
Este camino no ha concluido. Como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de volver a partir, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Ese es el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. ¡Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios! En su seno, la esperanza de Dios ha tomado carne, se ha hecho hombre, se ha hecho historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y las mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es Madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
Después del rezo mariano y del responso por los difuntos, el Obispo de Roma, recordó que este domingo es la Jornada Mundial contra el Sida y el HIV, deseando que se brinde el acceso a los cuidados necesarios a todos los enfermos, sin exclusión, invitando a rezar por los afectados, en particular por los niños y destacando la labor abnegada y silenciosa de los misioneros:
«Queridos hermanos y hermanas
Hoy es la Jornada Mundial de lucha contra el HIV/SIDA. Expresemos nuestra cercanía a las personas que padecen, en especial a los niños. Una cercanía que es muy concreta por el compromiso silencioso de tantos misioneros y agentes. Recemos por todos, también por los médicos e investigadores. Que cada enfermo, sin exclusión alguna, pueda acceder a los cuidados que necesita».
El Papa saludó con afecto a todos los peregrinos presentes. A las familias, las parroquias y las asociaciones. En particular, a los provenientes de Madrid y al Coro “Florilège” de Bélgica. Así como al grupo “Familias Unidas” de Solofra y a la Asociación artística obrera de Roma.
Y terminó sus saludos deseando a todos un buen comienzo de Adviento y un buen almuerzo
(CdM - RV)
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