domingo, 29 de diciembre de 2013

UN PASO MÁS EN LA CULTURA DE LA VIDA.

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El anteproyecto de ley presentada la semana pasada por el ministro de justicia que lleva por nombre de “Ley para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer”, tiene, como ya sabíamos desde que empezó hace ya dos años su deliberación, claros y oscuros, luces y sombras.

Oscura y sombría será esta nueva legislación en tanto en cuanta aún no protege el derecho a la vida de los no nacidos y, en tanto en cuanto de algún modo reconoce algunos supuestos de la ley socialista de 1980 de legitimación de tal crimen como en el caso de posible “daño psíquico para la madre”, lo que desde entonces se convirtió en una puerta abierta -no ya a que una madre, en su desesperación motivada por causas exógenas a su instinto maternal, la llevase a cerrar los ojos ante la muerte de un hijo-, sino a que los poderosos artífices de la cultura de la muerte, que controlan internacionalmente los resortes del poder político, económico, cultura y mediático, pudiesen extender la maldición de su personificada sombra mortífera deambulando por el mundo como en “El séptimo sello” de Ingmar Bergman.

Clara y luminosa, al menos con la claridad de un poco de verdad robada a la mentida, o al menos con la luminosidad débil pero agradecida de una luciérnaga, es esta ley en tanto en cuanto reconoce expresamente que el no nacido tiene unos derechos, lo cual, aunque no sea luego del todo coherente con una consecuente protección de los mismos, no es poca cosa. Y es que no ya la ley de 1980, sino la aún vigente ley de 2010, ni se plantea este derecho hasta el punto de que, como advierte Benigno Blanco, presidente del Foro de la Familia, ni siquiera se habla del niño no nacido, sino de un “material biológico impersonal”, eso si, para lo que le interesaba a la ministra Aído, un material biológico impersonal que podía sufrir eventuales enfermedades incurables. Es la contradicción típica del defensor de la eugenesia: o la vida del ser humano tiene valor en si mismo, no lo tiene. Pero no pude al mismo tiempo no tenerlo nunca, y aducir que lo tiene menos cuando esta enfermo o discapacitado.

Sólo por eso que Benigno Blanco llama reconocimiento de la realidad de la madre y del hijo, y del drama que ambos viven ante la posibilidad de un aborto, y de la posibilidad de querer salvar la vida sin ser visto como un asocial, abordándolo sino con suficiente acierto, si con un poco de honesto reconocimiento, sólo por eso podemos decir que habremos dado con esta nueva ley algún paso a favor de la vida, del reconocimiento y de la protección de la vida del más pobre entre los pobres, del más débil entre los débiles, del más indefenso entre los indefensos, del no nacido.

Y como toda ley además de legislar educa, esperemos que ésta sea un paso adelante para educar a favor de la cultura de la vida, o al menos, para ir ganándole terreno a la tan extendida perversa cultura de la muerte.

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