domingo, 5 de mayo de 2013

RECTIFICAR... ¿A TIEMPO?; POR JAIME ROCHA.

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            Europa sigue inmersa en una profunda crisis económica y política de la que ni los más optimistas se atreven a vaticinar su fin. Un final que se habrá llevado por delante millones de víctimas en personas, empresas e importantes  prestaciones sociales,  de cuya recuperación a niveles de 2008 no se tiene noticia.
        Alemania se sometió a unos ajustes presupuestarios importantes, quizás previendo lo que venía, unos años antes de la crisis, sin apenas haberse recuperado del inmenso esfuerzo económico que supuso su reunificación tras la caída del Muro de Berlín. Mientras, los países del sur seguían con el despilfarro de unas ganancias obtenidas mediante la especulación, sin una base industrial sólida ni un sistema bancario saneado.
         A partir del estallido de las hipotecas “subprime” en los Estados Unidos de Norteamérica a comienzos de 2007, se suceden hechos de extrema gravedad en el sistema bancario internacional, empezando por los propios Estados Unidos, cuya Reserva Federal comienza inyectando 400.000 Millones de Dólares tratando de salvar los muebles, pero no es más que el principio de una interminable cadena de rescates bancarios, quiebras y nacionalizaciones.
         Los impagos de hipotecas en EEUU en marzo de 2007 ya alcanzaban la cifra de seis millones de contratos por un importe de 600.000 Millones de Dólares. La Reserva Federal, el Banco Central   Europeo, el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra acuden al rescate del sistema, pero a la crisis financiera se suma el estallido de la burbuja inmobiliaria, de magnitud muy superior a la vivida en 2001 con “las nuevas tecnologías “.
         La historia vivida por cada uno de los países afectados es de sobra conocida y las tremendas consecuencias para los ciudadanos también. Pero hay un hecho diferencial muy importante: Mientras Estados Unidos, Japón y Reino Unido cuentan con su propio banco central, una única política fiscal y financiera, en la Unión Europea no existe esa unidad fiscal ni financiera y mucho menos una unidad de criterio respecto a la función del Banco Central.
          Casi todos los países de la Zona Euro reaccionaron tarde, por ignorancia o arrogancia, y hoy nos encontramos con países rescatados, sistemas bancarios rescatados, deudas públicas y privadas de dimensiones incontrolables y recortes en prestaciones sociales sobre las clases medias de cada país, donde el desempleo crece sin control y se producen desahucios de viviendas y hasta suicidios de desesperación.  
         Alemania, que se adelantó al resto de países de la Zona Euro, es ahora quien dicta las normas, quien obliga a los países rescatados o en situación precaria a endurecer sus presupuestos con subidas de impuestos y recortes sociales.
         La receta impuesta por Bruselas para la reducción de la deuda acumulada, tiene dos vías: aumentar los ingresos a través de los impuestos y disminuir el gasto de las partidas presupuestarias más importantes, es decir recortes en educación, sanidad o prestaciones sociales.
          Los resultados están a la vista. Después de unos años de seguidismo de estas políticas impuestas, es cierto que se ha reducido el déficit presupuestario y la deuda pública, pero no en la proporción y a la velocidad que se esperaba y, a cambio,  se ha producido un aumento incesante del desempleo y de la pobreza, la destrucción de empresas y la emigración de los jóvenes mejor preparados a países de economías con tasas importantes de crecimiento.
          Desde siempre, pero ahora mucho más, hay voces que claman por un cambio de estas políticas de austeridad, o al menos hacerlas convivir con políticas de creación de empleo, de estimulo al desarrollo, al crecimiento y no a la recesión económica, políticas que atraigan inversores y empresas.
         Bien es sabido que el dinero acude, y acude masivamente, allá donde su rentabilidad sea máxima.
         Las cosas han llegado a un punto en el que solo gracias a la economía sumergida,  en proporciones cercanas el treinta por ciento del PIB, las subvenciones al desempleo y la solidaridad de familias y organismos no gubernamentales, mantienen a la sociedad empobrecida-
        Las leyes que regulan las relaciones laborales, una política fiscal menos gravosa para las empresas, periodos de carencia para nuevas inversiones, medidas favorecedoras  para la creación de empleo, deben ser ahora prioritarias en las políticas de los países que más sufren la crisis.
        Solo la unidad de criterio y acción de países como Francia, Italia, Portugal y España, frente al inmovilismo germano, puede dar resultados en esa dirección, sino seguiremos siendo países subsidiados a merced de quienes han comprado nuestra soberanía. El paro no crecerá mucho más, pero si la emigración, la economía sumergida, la pobreza…hasta donde la sociedad sea capaz de aguantar sin que líderes populistas  impulsen revueltas y actos de desobediencia civil.
        Urge la aplicación de políticas de desarrollo, si aún estamos a tiempo.

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