lunes, 28 de enero de 2013

POLLOE; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón



Cuando llueve, la tristeza del cementerio donostiarra de Polloe alcanza su máxima grisura. El viejo lenguaje de los vascongados, dividido en siete dialectos, se ha sometido a la españolización del «batúa», lo que ahora se habla como idioma unificado. Enero es uno de los meses de la melancolía. El presbítero Pablo Pedro de Astarloa, en su «Apología de la lengua Bascongada» (sic), le concede dos denominaciones a la luna de enero. «Urtarrillá» e «ilbalza». «Urtarrillá» significa «mes de las aguas», e «ilbalza» el «mes negro», la luna de los días lúgubres. Los nombres de los meses vascos respondían al paisaje, el pastoreo y la evolución de los campos. Febrero, mes de los fríos o de los lobos; Marzo, «epaillá», mes de la esquilma; abril, «jorraillá», la luna del escardio; mayo, «orrillá», el mes de la hoja, del renuevo en los árboles desnudos; Junio, el mes de la cebada; julio, «ustaillá», el mes de la abundancia; agosto, «agorrillá», el mes seco; septiembre, «iraillá», el mes de los helechos; octubre «urrillá», es la luna de la escasez; noviembre, el monte desmenuzado, y diciembre, al fin, el mes de los bosques detenidos.
En su ensayo, Astarloa juega con las diferentes denominaciones guipuzcoanas, vizcaínas y alavesas, y ofrece sus distintas voces. No son contradictorias, sino suplementarias. Enero, el mes de las aguas y el mes negro. También podría llamarse el mes de la ingratitud y del olvido. Y me sitúo en el cementerio de Polloe en un día lluvioso, con los cielos negros, el bosque detenido, y la ingratitud y el olvido sobrevolando todas las penas. Se celebraba el aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, tan cruel, tan terrible, tan trágico como el del resto de los asesinados por la ETA. Pero aquel crimen supuso el punto de partida para un largo camino, que al cabo de los años, se ha desdibujado por completo. De los altos responsables del Partido Popular, tan sólo Basagoiti se presentó en el cementerio. Intentaba evitar las miradas de Ana Iríbar, de Consuelo Ordóñez y de María San Gil. María, la gran María, que se hallaba tomando el aperitivo en un bar de la Parte Vieja de San Sebastián, inmediata al Casino alfonsino convertido en Ayuntamiento, cuando vio caer sobre la mesa, rotundamente, la cabeza destrozada de Gregorio Ordóñez mientras su asesino abandonaba el local con una tranquilidad pasmosa. Cuando María San Gil reaccionó y salió a la calle, ningún viandante había visto nada. Ningún paseante por la abarrotada parte vieja, repleta de bares y tabernas de pinchos a esa hora del aperitivo, reparó en el asesino. Todo muy raro, pero también, muy de todos los días en aquella maravillosa ciudad ensangrentada.
Gracias a Gregorio Ordóñez se unieron los partidos políticos, y su sacrificio sirvió para que los etarras dejaran de estar representados por otros etarras en las instituciones democráticas y de percibir del Estado el dinero correspondiente. Al cabo de unos años, el cementerio lluvioso, el cielo negro, el bosque detenido, la ingratitud y el olvido han acentuado su tristeza, y gracias a la obediencia de seis miembros del Tribunal Constitucional al poder político socialista, los representantes de la ETA no sólo están en las instituciones, sino que un etarra ha sido designado senador, otro preside la Diputación de Guipúzcoa y un tercero es alcalde de San Sebastián. Y aquel partido unido por la tragedia, y me refiero al Partido Popular, es hoy el responsable principal del olvido y la ingratitud.
Nunca se ha dibujado una acuarela más triste en el cementerio de Polloe.

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