lunes, 16 de septiembre de 2019

POR UN PACTO EDUCATIVO GLOBAL; POR PEDRO LUIS LLERA VÁZQUEZ














InfoCatólica


Sábado, 14 de Septiembre de 2019. Exaltación de la Santa Cruz

 PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.”
Principio y Fundamento. Ejercicios EspiritualesSan Ignacio de Loyola
He sido creado para Dios. Y no me importa vivir más o menos. No me importa absolutamente nada tener más dinero o menos: de hecho, he vivido toda mi vida con lo puesto y vivo prácticamente con una mano atrás y otra adelante. No prefiero tener salud a estar enfermo: la enfermedad puede ser mejor que la salud siempre y cuando contribuya a que el sufrimiento sirva de reparación por mis muchos pecados. No me da más tener prestigio que dejar de tenerlo; y si tienen que injuriarme, mentir sobre mí, insultarme o despreciarme en público o en privado, lo doy por bien empleado con tal de que todo ello contribuya a conducirme al fin para el que he sido creado: amar a Dios, alabarlo, adorarlo y servirle. Lo único importante es dar gloria a Dios. Y todo lo demás será bueno en tanto en cuanto contribuya a la mayor gloria de Dios y a la salvación de las almas, empezando por la mía.
                       Tomad, Señor, y recibid
                       toda mi libertad,
                       mi memoria,
                       mi entendimiento,
                       y toda mi voluntad,
                       todo mi haber y mi poseer.


                       Vos me lo disteis.
                       A Vos, Señor, lo torno.
                       Todo es vuestro,
                       disponed todo a vuestra voluntad;
                       dadme vuestro amor y gracia,
                       que con ésta me basta.

La gracia de Dios me basta. No necesito nada más. Todo es tuyo, Señor. Te ofrezco todo lo que soy: toda mi libertad, toda mi memoria, mi entendimiento, mi voluntad; todo lo que tengo y todo lo que soy.
Solo necesito tu amor, Señor. Solo necesito tu gracia para que Tú, Señor, transformes mi corazón en el Tuyo y así poder amarte sobre todas las cosas y amar al prójimo como Tú quieres que sea amado.

LA FINALIDAD DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA

Partiendo de estas premisas, la finalidad de la educación católica – de las escuelas y de las universidades católicas – es llevar a todas las almas a Cristo para que se salven. Porque no hay otro salvador.
¡La finalidad de la educación católica es la gloria de Dios! Ese es el alfa y la omega, el principio y el fin de toda la creación y también – ¡cómo no! – de la educación católica.
“En definitiva, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.” (I Cor. 10, 31).
Nadie tiene palabras de vida eterna más que Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Él es el centro del universo. Todo ha sido creado en Él, por Él y para Él.
“Porque Cristo nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados. Él es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de Él y para Él. Él existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él. Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. El es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que Él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por Él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
Antes, a causa de vuestros pensamientos y de vuestras malas obras, vosotros erais extraños y enemigos de Dios. Pero ahora, Él los ha reconciliado en el cuerpo carnal de su Hijo, entregándolo a la muerte, a fin de que ustedes pudieran presentarse delante de Él como una ofrenda santa, inmaculada e irreprochable. Para esto es necesario que ustedes permanezcan firmes y bien fundados en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia que han oído y que fue predicada a todas las criaturas que están bajo el cielo y de la cual yo mismo, Pablo, fui constituido ministro.”
Colosenses 1, 13-23.
Nosotros, por el pecado, éramos enemigos de Dios. Y cada vez que pecamos volvemos a serlo. Pero Cristo, por los méritos de su muerte y su resurrección, por la sangre vertida en la cruz, nos limpia de ese pecado por los sacramentos del bautismo y la confesión para que podamos presentarnos santos delante de Él. Es Cristo quien nos salva. Y no hay otro redentor más que Él.
En la Escuela Católica el centro es Cristo: no la persona humana (y si no, esa escuela no es católica). Porque la educación debe enseñar al hombre cuál es el fin para el que ha sido creado y ese fin es dar gloria, adorar y servir a Dios: no buscar la propia gloria, adorarse a uno mismo y servir a los propios deseo y pasiones.
Si el hombre se pone a sí mismo en el centro, peca gravemente. “Seréis como Dios”, les dijo la serpiente a nuestros primeros padres. “No moriréis”. Y Adán y Eva pecaron y se convirtieron en enemigos de Dios. Porque el ser humano endiosado quiere cumplir sus deseos y no la voluntad de Dios. Quiere dictar las leyes a su medida: no quiere aceptar la Ley de Dios. El hombre quiere autodeterminarse, quiere ser inmortal, quiere ser todopoderoso y quiere crearse y recrearse a sí mismo según sus deseos, según su voluntad. Pero ese hombre que se eleva a sí mismo a la categoría de Dios, de centro de todo, en realidad es un esclavo de Satanás. Y los resultados de un mundo centrado en el propio hombre, esclavo del Demonio, ya lo estamos viendo: un mundo desgraciado, que no vive en gracia de Dios y que, por tanto, es profundamente infeliz; un mundo desalmado, porque el hombre le ha vendido su alma al Diablo con tan de disfrutar de los placeres de este mundo; un mundo cruel e inhumano, porque, por paradójico que pueda parecer, el mundo es más cruel y hostil cuanto más se centra en el propio hombre; y es más cordial cuanto más se centra en Dios, Nuestro Señor, que es Amor. El orgullo nos humilla y nos aparta de Dios. La humildad – como la de María – nos engrandece y nos santifica. Quien obedece a Dios, sirve a la Verdad y la Verdad los hace libres. Los que se rebelan contra Dios, los que no obedecen, se creen libre; creen que pueden hacer lo que les da la gana; pero viven en la mentira y acaban desesperados. ¿Por qué hay tanto suicidio en este mundo tan feliz y con tanto bienestar?
No hemos sido predestinados en Cristo más que para convertirnos en una perpetua alabanza de gloria a la Trinidad Beatísima: “Por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1, 4-5). Todo absolutamente tiene que subordinarse a esta suprema finalidad. El alma misma no ha de procurar su salvación o santificación sino en cuanto que con ella glorificará más y más a Dios. La propia salvación o santificación no puede convertirse jamás en fin último. Hay que desearlas y trabajar sin descanso en su consecución; pero únicamente porque Dios lo quiere, porque ha querido glorificarse haciéndonos felices, porque nuestra propia felicidad no consiste en otra cosa que en la eterna alabanza de la gloria de la Trinidad Beatísima.[1]

LA EMERGENCIA EDUCATIVA

En el discurso ante los educadores católicos norteamericanos en 2008, Benedicto XVI recordaba lo que debe ser una verdadera escuela católica:
«Cada institución educativa católica es un lugar para encontrar a Dios vivo».
Y en ese discurso el Papa nos lanzaba una serie de cuestiones que deben resonar en nosotros a la hora de dilucidar la autenticidad de la identidad católica de nuestras escuelas:
«¿Creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo Encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. “Gaudium et spes", 22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas ¿es “tangible” la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos».
La escuela católica – como cada uno de nosotros – debe vivir injerta en Cristo. Él es la Vid y nosotros los sarmientos. Para que los sarmientos den buenos frutos, la sabia les tiene que llegar de la Vid. Si el sarmiento se separa de esa Vid, deja de dar fruto y solo sirve para echarlo al fuego. Para que las escuelas católicas den buenos frutos deben vivir unidas a Cristo. Si cambian a Cristo por ideologías, esas escuelas morirán sin remedio. Se secarán y en vez de dar buenos frutos, dará frutos amargos y venenosos: los propios de las ideologías mundanas. Si a un miembro del cuerpo no le llega la sangre y el oxígeno, ese miembro se muere y hay que cortarlo para evitar que el resto del cuerpo muera. Y el Señor sabe cortar y podar en su debido momento para bien de cuantos le aman.
Si quitamos a Cristo de su corazón, de su centro, la escuela católica se hundirá sin remedio. La Iglesia existe para la misión y la escuela católica forma parte de esa Iglesia y participa de su misma misión: anunciar y ser testigos de Jesucristo ResucitadoNo estamos para defender unos valores o una ideología, sino para anunciar la presencia viva de Cristo en el mundo y en la Iglesia. Y anunciamos a Cristo porque estamos convencidos de que Él es el único que puede llenar de sentido y hacer felices a nuestros alumnos; porque sólo Él tiene palabras de vida eterna; porque sólo Él es la fuente de agua viva que puede saciar la sed de amor de los niños y jóvenes de hoy; porque solo en Jesús Sacramentado, en esa pequeña Hostia – en la que está realmente presente Cristo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad por el milagro de la transubstanciación – , está la solución a todos los problemas del mundo.
Evangelizar es eso: anunciar la salvación que es Cristo. El cimiento que ha de sostener nuestra escuela es Jesús. Sin Él todo se hunde: la escuela católica y la propia Iglesia.

EL PACTO EDUCATIVO GLOBAL

El Papa Francisco nos llama a “dialogar sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos, porque cada cambio requiere un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora”. El Santo Padre pide “una alianza entre los habitantes de la Tierra y la “casa común”, a la que debemos cuidado y respetoUna alianza que suscite paz, justicia y acogida entre todos los pueblos de la familia humana, como también de diálogo entre las religiones.” Y para ello, dice el Papa que debemos “tener la valentía de colocar a la persona en el centro. Para esto se requiere firmar un pacto que anime los procesos educativos formales e informales, que no pueden ignorar que todo en el mundo está íntimamente conectado y que se necesita encontrar —a partir de una sana antropología— otros modos de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso. En un itinerario de ecología integral, se debe poner en el centro el valor propio de cada criatura, en relación con las personas y con la realidad que las circunda, y se propone un estilo de vida que rechace la cultura del descarte.” El Santo Padre quiere un pacto educativo global, común, que construya un nuevo humanismo. El Papa Francisco nos invita “a promover juntos y a impulsar, a través de un pacto educativo común, aquellas dinámicas que dan sentido a la historia y la transforman de modo positivo”.
Yo soy un pobre ignorante pero creo firmemente que Quien da sentido a la historia y la transforma de modo positivo es Cristo. Él es el Señor de la Historia, el Señor del mundo, el Señor de Universo.
Yo no sé cómo se hace una alianza con el Planeta. Los pactos se hacen entre personas, pero no con un planeta, que no es un ser vivo con capacidad racional de firmar pactos ni acuerdos.
El Papa quiere una alianza que suscite paz, justicia y acogida entre todos los pueblos de la tierra y un diálogo entre las religiones. ¿Y eso cómo se hace? La paz y la justicia; el amor y la fraternidad verdaderos se conseguirán solo cuando todos los pueblos, todos los hombres de la tierra, acepten que Dios es el Padre de todos y que Jesucristo es el Salvador. El pecado del mundo no se quita con pactos educativos globales: lo quita Cristo. Y el camino para la paz, para la justicia y para la fraternidad pasa por la conversión de todos a Cristo, pasa por el bautismo… La Ciudad de Dios pasa por aceptar la soberanía de Cristo Rey sobre cada persona, cada familia y cada pueblo.
¿Es ese tipo de alianza la que propugna el Santo Padre? Si es así, estupendo. A ver si en septiembre todas las religiones aceptan que no hay otra fe verdadera que la católica y que no hay otro Dios verdadero que la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Dios quiera que musulmanes, budistas, ateos, agnósticos, hinduistas, protestantes, ortodoxos, animistas y hasta los masones se conviertan todos a la fe de la Iglesia y acepten el bautismo como único camino de salvación. Sería fantástico. Yo rezo por ello.
Pero si alguien cree que vamos a cambiar el mundo y a salvar el planeta nosotros solos, reuniéndonos en Roma y firmando un pacto global por la educación (no sé con quién) que supuestamente va a terminar con las injusticias, las desigualdades y, de paso, con la contaminación de ríos, mares y atmósfera, entonces estamos cayendo en varios errores de bulto:
En primer lugar, caemos en un pelagianismo de libro. Nosotros no podemos salvarnos sin la gracia de Dios. Y la gracia de Dios la recibimos con el bautismo y, cuando pecamos gravemente y la perdemos, la recuperamos con la confesión.
En segundo lugar, caemos en una especie de sincretismo religioso, ya apuntado en el documento de Abu Dabi, en el que todas las culturas y todas las religiones son queridas por Dios. Y eso es también una herejía de libro.
Y el multiculturalismo es una gran mentira: ¿Cómo van a ser iguales todas las culturas? Eso no se le ocurre ni al que asó la manteca. ¿Va a ser igual la civilización cristiana europea que llegó a construir catedrales como la de Burgos, que la “cultura” de los caníbales amazónicos? ¡Venga ya, hombre!
En tercer lugar, se cae en una especie de panteísmo new age donde la Tierra se convierte en una especie de dios, de ídolo, al que adorar; de diosecillo con el que se puede hablar y pactar y que incluso llora por lo mal que lo tratamos. Esto no pasa de ser una gilipollez de tomo y lomo.
En cuarto lugar, parece que la salvación que pretende ese pacto educativo global tiene objetivos puramente inmanentes. La salvación eterna de las almas no aparece entre las preocupaciones de ese documento. Parece que se ofrece una ideología pseudomesiánica y puramente inmanentista que recuerda mucho al ideal del materialista ateo marxista, ahora disfrazado de verde ecologista.
Decía Pío XI en su Encíclica Divini Redemptoris:
1. La promesa de un Redentor divino ilumina la primera página de la historia de la humanidad; por esto la confiada esperanza de un futuro mejor suavizó el dolor del paraíso perdido (Cf. Gén 3,23) y acompañó al género humano en su atribulado camino hasta que, en la plenitud de los tiempos (Gál 4,4), el Salvador del mundo, apareciendo en la tierra, colmó la expectación e inauguró una nueva civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que el hombre había hasta entonces alcanzado trabajosamente en algunas naciones privilegiadas.
2. Pero la lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado original. y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días.
8. El comunismo de hoy, de un modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, encierra en sí mismo una idea de aparente redenciónUn seudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y un entusiasmo contagiosos.
9. La doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente por Marx, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la material, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano.
Y ahora más de uno me reprochará que estoy acusando de hereje, de comunista o de gilipollas al Papa y que soy un cismático y un rígido y un fundamentalista y… Nada más lejos de la realidad que pretender menospreciar o querer ofender al Santo Padre por mi parte. Dios me libre. Pero el Papa no es impecable y puede cometer errores y pecar como usted y como yo. Y los errores hay que corregirlos, que es obra de misericordia. “¿Y quién te crees tú que eres para corregir al Papa?” Pues no soy nadie ni valgo nada ni tengo autoridad alguna. Como dice Dámaso Alonso en uno de mis poemas favoritos, soy el excremento del can sarnoso. “Yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer, que nadie compra y donde casi ni escarban las gallinas". Pero amo a Dios. Lo amo frenéticamente.
Pues miren ustedes… Yo, aquí y ahora, en la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, ofrezco al Señor mi vida por el Papa Francisco para que Dios lo perfeccione con su gracia y lo haga santo: por amor a Pedro y a la Santa Madre Iglesia. Sé que mi vida vale poco. Pero es lo más valioso que tengo. Y se la ofrezco de corazón a mi Señor, Jesucristo, para que el Santo Padre dé gloria a Dios con su vida y cumpla como Dios quiere que lo haga con su misión de custodiar el depósito de la fe y de confirmarnos a todos en ella, como sucesor de Pedro. Dicen que no hay amor más grande que dar la propia vida por alguien, ¿no? Pues yo se la ofrezco ahora mismo a Dios por amor al Papa y a la Iglesia. Fíjense si seré cismático y si odiaré al Papa Francisco… 
Que la Santísima Virgen María, que es Madre y Educadora, nos enseñe siempre el camino que conduce a su Hijo y nosotros seamos capaces de obedecer la voluntad de Dios con humildad, como hizo ella. 
Y que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos
y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor
para gloria de Dios Padre.

[1] ROYO MARÍN, ANTONIO, Teología de la perfección cristiana, BAC. Madrid, 1962, 5ª edición. Pág. 47.

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