domingo, 8 de septiembre de 2019

CHELO; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

Eso y más era Chelo Laserna...

Esposa entregada y siempre dedicada apoyando a su marido Rafael Sánchez Saus, madre devota, abuela a corazón abierto.

El pasado jueves marchó al Padre en silencio y su marcha ha instaurado un hondo dolor en su marido, hijos, nietos, familia así como todos los que tuvimos el privilegio de conocerla.

En la oración nos encontramos.

Gracias Enrique por este artículo que me ha emocionado profundamente.

Jesús Rodríguez Arias





Hace unas semanas, cuando empezábamos nuestro viaje por Italia, avisé a mis compañeros. Todo lo que se dijese en mi presencia era susceptible de salir publicado al día siguiente en un artículo. Como acostumbro, cumplí la amenaza y plagié sin piedad algún análisis político-social de Rafael Sánchez Saus y reproduje un comentario artístico deslumbrante del profesor Pomar, además de nuestra crispada discusión acerca del significado antropológico y el uso social de las palas de pescado.


De quien no copié nada fue de Chelo Laserna, la mujer de Rafael, que ha muerto inesperadamente. Los géneros literarios están para acomodarse a la diversa realidad, y ella requería un poema. Ponía dulzura, orden, elegancia, interés y luz en nuestros días. Todavía más que un poema, le convendría una música, un concierto de Chelo, pero eso escapa a mis posibilidades, y me urge agradecerle tanto. Pudimos ir a misa el día de Santiago por una fina sugerencia suya. Estaba atenta a todos y a todo y se ganó para siempre a los niños del viaje.

Qué regalo han sido estos nueve días juntos. La conocíamos desde hacía muchos años y admirábamos su belleza, su saber estar y su cariño para los suyos y con nosotros; pero su discreción infatigable, sus afanes de anfitriona -si invitaba en su casa- o esa manía de sentarnos, si cenábamos fuera, las mujeres y los hombres separados, no me habían permitido intimar como en Italia en estas noches de estrellas y vinos, en el silencio de tantas iglesias que hemos admirado (sólo después de rezar) detenidamente y en el bullicio eufórico de chispeantes restaurantes. No habría sentido más su muerte sin estos días; pero me habría quedado mucho más vacío. Sin la alegría de haber sido testigo de su vida de fe y beneficiario de su caridad.

Ningún augurio hacía presagiar su infarto. Andábamos felices, sanos, riéndonos, disfrutando de lo grande y lo mínimo. Sin embargo, contra el verso de Alberti: "No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba", quizá esta muerte en su alta plenitud, sin necesitar ningún cuidado, tan suave y silenciosa, sea la que mejor se acomode al espíritu de Chelo; aunque nos haya dejado desvalidos. Y, sin duda, ella sola le ha dado la vuelta al famoso verso de Petrarca en el que tanta confianza he depositado yo: "Un bel morir tutta la vita onora". Chelo nos ha dejado una versión aún más esperanzada: "Una hermosa existencia trasciende cualquier muerte".

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