martes, 26 de septiembre de 2017

IGUALES, DIFERENTES; POR ENRIQUE MONTIEL



Recuerdo como si fuera ayer cuando oí al prof. Olivencia Ruiz definir la igualdad como "tratar desigualmente a los desiguales". Don Manuel Olivencia es un extraordinario jurista y un sabio humanista. Guardé silencio, lo pensé mucho. Tratar desigualmente a los desiguales. Da para pensarlo. No es, pues, iguales: uniformes. No es Mao, todos con el librito rojo en la mano derecha alzada. No son las grandes concentraciones en la Plaza Roja de Moscú o en Pyongyang. Lo pensaba el pasado 24 de septiembre sentado en una butaca del hoy Real Teatro de las Cortes de la Real Isla de León. Porque fue una mañana de buenos discursos, desde las palabras preliminares del concejal Juan José Carreras hasta el que pronunció la alcaldesa isleña Patricia Cabada. La presencia en la conmemoración del Juramento de las Cortes Generales y Extraordinarias de 1810 de Fernando Savater hizo el milagro, al parecer. Digo que el vicepresidente Jiménez Barrios y la propia alcaldesa afilaron bien la punta de sus lapiceros para construir un relato coherente con el momento histórico de España en el envés de la conmemoración, que como es sabido significa "recordar juntos".
Tratar desigualmente a los desiguales y libres e iguales habían sido fórmulas contra el pensamiento único nacionalista y el secesionismo. Patricia Cabada desarrolló una nueva visión, al menos para mí, de algo que flota en el ambiente de esta España actual y que me llamó poderosamente la atención: Iguales, diferentes. O sea, ser diferentes no significa ser desiguales. Vamos, una iluminación. No hablar catalán, o gallego o euskera en España no puede ni debe significar pagar más o menos impuestos, o tener más o menos médicos por cada cien o mil habitantes. Ni así. La igualdad sigue siendo la cuestión. ¿La diferencia da más derechos, menos derechos? Pongo dentro de un territorio la diferencia y ya está la zaragata. Llámese fueros o llámese marca hispánica o una historia amañada para que unos puedan sentirse superiores a otros, que no desiguales. Y cobrar más por ello. Lo que sea que sea en cada ocasión. O Junta de Andalucía con los impuestos de sucesiones o donaciones, por ejemplo. Salvo que, efectivamente, España ya no exista, los españoles no seamos efectivamente iguales en derechos y libertades.
1810 fue el nacimiento del constitucionalismo español. España no podía ser de ninguna familia ni persona, sino de los españoles. Los gobiernos deberían procurar nuestra felicidad y la Nación era la reunión de todos. Fue una constitución maravillosa con todas las faltas que desde hoy podamos apreciarle. Significó tanto que las fuerzas reaccionarias la decapitaron. Pero ha dejado una estela innovadora y construyó una Nación para los españoles. Iguales, diferentes.

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