
Tras superar sus reparos sobre la pobreza y la enfermedad, el ingeniero aeronáutico Ramón Martín vuelve cambiado de la India

A sus 38 años, este ingeniero aeronáutico de Airbus en Getafe se había propuesto para las vacaciones hacer algo distinto y ayudar a los demás. Mientras buscaba proyectos de cooperación en África o con los refugiados de Siria, una de sus primas le recomendó que se uniera a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, donde ella había sido voluntaria hacía 19 años. Cuando consultó su página «web», a Ramón le convenció rápidamente lo que leyó: «Para venir aquí no hace falta llamar ni avisar, basta con tener un corazón grande y ganas de ayudar».
Aquello le gustó, pero nada más aterrizar se topó con la infernal realidad de Calcuta, uno de los lugares más duros de la Tierra y donde buena parte de sus 15 millones de habitantes nacen, viven y mueren en la calle.
«Aunque venía con muchas ganas, el primer día pensé que no lo iba a aguantar», reconoce Ramón, quien también confiesa que «al principio teníareparos en tocar a los pacientes» de la casa de Premdan, donde las Misioneras de la Caridad y un centenar de empleados acogen a medio millar de desahuciados, en su mayoría disminuidos físicos y psíquicos.
«Aunque venía con muchas ganas, el primer día pensé que no lo iba a aguantar», reconoce Ramón, quien también confiesa que «al principio teníareparos en tocar a los pacientes» de la casa de Premdan, donde las Misioneras de la Caridad y un centenar de empleados acogen a medio millar de desahuciados, en su mayoría disminuidos físicos y psíquicos.
Ahora los abraza, juega con ellos y les da masajes para aliviarles sus dolores porque, como él mismo cuenta, «en este mes he aprendido a perder nuestros prejuicios sobre la pobreza y la enfermedad, he aprendido a amar un poco más».
Desde luego, no resulta nada fácil porque en la casa de Premdan se ven todo tipo de casos que harían apartar la vista a cualquiera, desde monstruosas malformaciones por la polio hasta horribles amputaciones. Cada día, las monjas curan heridas en la piel infectadas con gusanos o llagas en carne viva y limpian a quienes se hacen sus necesidades encima. A pesar de tan ingrata tarea, lo hacen con una sonrisa beatífica en el rostro, que solo se les borra cuando pierden a algún paciente.
Desde un punto de vista espiritual, he aprendido mucho de la obra de la Madre Teresa y las hermanas», desgrana Ramón. Lo que más le ha sorprendido es «la amabilidad, la curiosidad y la felicidad» que se respira en Premdan, un edificio muy digno que se levanta sobre unos antiguos almacenes cedidos por una farmacéutica en el arrabal de Tiljala, poblado de inmundas chabolas junto a las vías del tren.
«No puedo estar más contento con esta vivencia», se congratula Ramón, que incluso ha cambiado su billete de regreso a España para vivir hoy en Calcuta la canonización de la Madre Teresa. Tras esta histórica jornada, volverá a Madrid y se tomará una semana libre «para reflexionar sobre todo lo que ha pasado en Calcuta». Con una sincera sonrisa, admite que no sabe si repetirá o en la India, pero promete hacer algo como voluntario en España porque «vuelvo cambiado, con energías renovadas y una nueva visión».
Pablo M. Díez/ABC. Enviado especial a Calcuta
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