martes, 31 de mayo de 2016

EL TRAJE; POR LAURA GARÓFANO



O estamos crispados porque estamos cabreados o porque nos aburrimos. No hay otra explicación. Resulta tremendamente cansino que estemos permanentemente discutiendo, cada uno en su nivel.

La final de la Copa del Rey, que si la estelada, que si el Barcelona, que si el Sevilla, que si el himno… las redes sociales han ardido durante días con defensores y detractores de uno y otro bando. Daba lástima mirar el Facebook, oír conversaciones casuales, ver el telediario.

También ha pasado en Cádiz en el encuentro entre el Cádiz y el Racing de Ferrol, donde hubo problemas en el Fondo Sur, problemas con la Policía Nacional porque había cosas que aclarar con ellos, fíjense. Y también ha habido problemas con la afición. Parece ser que incluso la Policía Local ha procedido a denunciar a los hinchas que se subieron a un vehículo policial causando destrozos por miles de euros. Y escribo ‘parece ser’ porque no vaya a resultar que esta denuncia también haya sido hecha a nivel personal, aunque vaya firmada por la Jefatura.

El último pleno municipal también ha sido extraño. Protestas ciudadanas, desalojos del salón de plenos, insultos, acusaciones, gritos y faltas de respeto han sido la tónica de una sesión larga, larguísima, con indicios de que así va a ser a partir de ahora. Sesiones largas y crispadas.

Pero el nivel máximo se ha vivido en Barcelona, donde la violencia se ha llevado al extremo. Escaparates rotos, comercios destrozados, barricadas hechas con contenedores, detenciones, heridos… a resultas del desalojo de un edificio de viviendas okupadas en el Barrio de Gràcia. Han sido tres noches de destrozos y violencia, con la participación incluso un concejal del CUP, del Ayuntamiento de Barcelona, corriendo delante de los Mossos y participando en las protestas.

Se trata de un ejemplo práctico que condensa lo que ocurre cuando se milita en determinados partidos, se es activista y se es también cargo institucional: que nadie lo entiende. En el fondo se entiende, claro, lo que no se entiende es que si no se está de acuerdo con las reglas del juego, se pueden hacer dos cosas. O no jugar, o cambiar las reglas cuando se pueda. Y mientras no se pueda, o no se juega o se respetan las reglas. Parece fácil, pero no lo es para algunos.

No es fácil bordear o rebasar una línea y luego volver a ella, o ponerla por delante cuando la postura a defender se ajusta a tus intereses. Las leyes no son más que normas de convivencia, y mientras no haya otras mejores, deben cumplirse. Parece fácil, pero no lo es. No se puede perpetrar escraches a los demás y luego pedir ayuda a la policía cuando te lo hacen a ti. Es decir, se puede hacer, y de hecho lo vemos continuamente, pero no es coherente. Hacer un escrache es libertad de expresión, y cinco minutos más tarde es un ataque a la libertad de las personas cuando uno prueba el aceite de hígado de bacalao que en otras ocasiones le has hecho tragar a otros. La coherencia está sobrevalorada y es un bien escaso.

Cádiz ha reflejado en estos días, y dentro de sus posibilidades, todo este nivel de crispación, ese ambiente enrarecido, ese quiero y no puedo, o mejor dicho, ese quiero y no llego porque no puedo. Porque no salen las cuentas, ni las del papel aprobadas en Junta de Gobierno ni las de los sillones del pleno. La culpa, tuviera que ver, la tuvieron otros. Un año más tarde también es de otros. Hay un totuum revolutuum donde los culpables son los partidos de la oposición, los periodistas, los medios de comunicación, las entidades y asociaciones de cualquier naturaleza, las ONG’s, los ciudadanos de a pie, los ciudadanos en el pleno, los ciudadanos en coche, los ciudadanos en tren y los ciudadanos en moto. Catan todos. Porque todos hacen poca autocrítica, porque no tienen ni idea, porque no quieren el cambio, porque no quieren a Cádiz.

Hay una película de factura andaluza, ‘El traje’, de Alberto Rodríguez, el mismo que años más tarde dirigió la premiada ‘La isla Mínima’. En ‘El traje’ un inmigrante recibe un traje de chaqueta en pago de un favor, y al ponérselo le cambia la vida. En Cádiz ya no hay desnudez, y realmente hay un traje nuevo para el emperador adquirido en un comercio gaditano. Pero como Cádiz es especial, ha pasado al revés que en el cuento: aunque todos señalen que, oiga, es que lleva traje, se empeña en creer que. cuando conviene. sigue desnudo.

Laura Garófano

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