
Para comenzar, la adoración
eucarística no es más que la oración litúrgica que se realiza ante la augusta y
real presencia del Santísimo Sacramento del Altar cuando éste se encuentra
expuesto en una custodia. Se puede dar el caso de que el Santísimo no se exponga
y se deje en el copón sobre el altar o, directamente, se adore su presencia
ante el sagrario. Aquí tenemos que diferenciar dos tipos de adoración, es
decir, la que se desarrolla por un período de tiempo determinado (Hora Santa,
Triduo, Quinario, etcétera), o bien la que se lleva a cabo durante las 24 horas
del día ininterrumpidamente durante todo el año (adoración perpetua), siendo
esta última más frecuente en monasterios y conventos de clausura. Un claro
ejemplo de este hecho sucede en Estados Unidos, concretamente en el convento de
las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua, que iniciaron su adoración
a las 11’00 horas del 1 de agosto de 1878, y en la actualidad continúan
rindiendo culto al Santísimo ininterrumpidamente, desde hace ya 135 años.
Hoy en día son muchos los
laicos católicos que celebran este culto perpetuo en numerosas parroquias
católicas de todo el mundo.
Hallamos una primera
referencia de la adoración al Santísimo en la vida de San Basilio (330 – 379 d. C), llamado Basilio el Magno, quien fuera obispo de Cesarea, santo y doctor de
la Iglesia Católica proclamado por el papa San Pío V el 20 de septiembre del
año 1568.
Según narra John A. Hardon, S.J., en su
obra ‘La Historia de la Adoración Eucarística’, ‘Basilio dividió el Pan en
tres partes cuando celebraba Misa en el monasterio. Una parte la consumió él,
la segunda parte se la dio a los monjes y la tercera la puso en una paloma
dorada suspendida sobre el altar’, aunque esta teoría
obedece más a la finalidad de reservar el sacramento para su posterior
distribución cuando uno de los fieles no había podido asistir a la celebración
eucarística.
Ya
en la Edad Media, y según el propio
John A. Hardon, ‘la práctica de este tipo de adoración comenzó formalmente en Aviñón (Francia) el 11
de septiembre de 1226, para celebrar y dar gracias por la victoria obtenida
sobre los cátaros en las últimas batallas que tuvieron en la Cruzada
albigense. El rey Luis VII de Francia les mandó que dicho sacramento se guardara en la Catedral de la Santa Cruz de
Orleans. La gran cantidad de adoradores hizo que el Obispo, Pierre de Corbie, sugiriera que la adoración debería
ser continua e incesante. Con el permiso del papa Honorio
III, la idea se ratificó y continuó
de esta manera prácticamente ininterrumpida hasta que el caos que se formó
durante la Revolución francesa lo detuviera en el año 1792,
retomándose tras los esfuerzos de la hermandad
de los penitentes GRIS que la trajeron de vuelta en el año 1829’.
Otra
de las primeras prácticas comunes de la adoración es la de las Cuarenta Horas,
un ejercicio de devoción en el que se reza continuamente durante cuarenta horas
antes de que se celebre la Eucaristía. Se dice que sus orígenes datan del mes
de mayo de 1537 en la ciudad italiana de Milán.
En
cuanto a la adoración perpetua a Jesús Sacramentado, decir que esta práctica comenzó
en París el 25 de marzo de 1654 en la sociedad benedictina formada con ese
objetivo por la Madre Mechtilde del Sacramento Bendito.
Para finalizar, y buscando el sentido de la
adoración eucarística, en la
tradición católica,
al momento de la consagración, los elementos o dones (pan y
vino) son transformados (transubstanciados) en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo.
Aquí, la doctrina católica sostiene que los elementos no son
transformados espiritualmente, sino verdadera y sustancialmente transformados en su Cuerpo y Sangre,
aunque los dones mantengan la apariencia del pan y del vino.
De este modo se produce un doble milagro:
- Que Cristo se haga presente físicamente en la Eucaristía.
- Que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y en su Sangre.
Por estos motivos, a estos dones se le rinden culto y adoración.
Beltrán
Castell López.
Bibliografía: Wikipedia, ‘La Historia de la
Adoración Eucarística’, Campodocs. com.
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