jueves, 19 de febrero de 2015

EL ORIGEN DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA; POR BELTRÁN CASTELL LÓPEZ.






Si la pasada semana dedicábamos unas líneas a la figura de doña Teresa Enríquez de Alvarado, conocida popularmente como ‘La Loca del Sacramento’, impulsora de hermandades sacramentales a inicios del siglo XVI para rendir culto al Santísimo, hoy vamos a desgranar cuáles son los orígenes de la adoración a Cristo Sacramentado.

Para comenzar, la adoración eucarística no es más que la oración litúrgica que se realiza ante la augusta y real presencia del Santísimo Sacramento del Altar cuando éste se encuentra expuesto en una custodia. Se puede dar el caso de que el Santísimo no se exponga y se deje en el copón sobre el altar o, directamente, se adore su presencia ante el sagrario. Aquí tenemos que diferenciar dos tipos de adoración, es decir, la que se desarrolla por un período de tiempo determinado (Hora Santa, Triduo, Quinario, etcétera), o bien la que se lleva a cabo durante las 24 horas del día ininterrumpidamente durante todo el año (adoración perpetua), siendo esta última más frecuente en monasterios y conventos de clausura. Un claro ejemplo de este hecho sucede en Estados Unidos, concretamente en el convento de las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua, que iniciaron su adoración a las 11’00 horas del 1 de agosto de 1878, y en la actualidad continúan rindiendo culto al Santísimo ininterrumpidamente, desde hace ya 135 años.
Hoy en día son muchos los laicos católicos que celebran este culto perpetuo en numerosas parroquias católicas de todo el mundo. 

Hallamos una primera referencia de la adoración al Santísimo en la vida de San Basilio (330 – 379 d. C), llamado Basilio el Magno, quien fuera obispo de Cesarea, santo y doctor de la Iglesia Católica proclamado por el papa San Pío V el 20 de septiembre del año 1568.

Según narra John A. Hardon, S.J., en su obra ‘La Historia de la Adoración Eucarística’, Basilio dividió el Pan en tres partes cuando celebraba Misa en el monasterio. Una parte la consumió él, la segunda parte se la dio a los monjes y la tercera la puso en una paloma dorada suspendida sobre el altar’, aunque esta teoría obedece más a la finalidad de reservar el sacramento para su posterior distribución cuando uno de los fieles no había podido asistir a la celebración eucarística.

Ya en la Edad Media, y según el propio John A. Hardon, ‘la práctica de este tipo de adoración comenzó formalmente en Aviñón (Francia) el 11 de septiembre de 1226, para celebrar y dar gracias por la victoria obtenida sobre los cátaros en las últimas batallas que tuvieron en la Cruzada albigense. El rey Luis VII de Francia les mandó que dicho sacramento se guardara en la Catedral de la Santa Cruz de Orleans. La gran cantidad de adoradores hizo que el Obispo, Pierre de Corbie, sugiriera que la adoración debería ser continua e incesante. Con el permiso del papa Honorio III, la idea se ratificó y continuó de esta manera prácticamente ininterrumpida hasta que el caos que se formó durante la Revolución francesa lo detuviera en el año 1792, retomándose tras los esfuerzos de la hermandad de los penitentes GRIS que la trajeron de vuelta en el año 1829.

Otra de las primeras prácticas comunes de la adoración es la de las Cuarenta Horas, un ejercicio de devoción en el que se reza continuamente durante cuarenta horas antes de que se celebre la Eucaristía. Se dice que sus orígenes datan del mes de mayo de 1537 en la ciudad italiana de Milán.

En cuanto a la adoración perpetua a Jesús Sacramentado, decir que esta práctica comenzó en París el 25 de marzo de 1654 en la sociedad benedictina formada con ese objetivo por la Madre Mechtilde del Sacramento Bendito.

Para finalizar, y buscando el sentido de la adoración eucarística, en la tradición católica, al momento de la consagración, los elementos o dones (pan y vino) son transformados (transubstanciados) en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo.

Aquí, la doctrina católica sostiene que los elementos no son transformados espiritualmente, sino verdadera y sustancialmente transformados en su Cuerpo y Sangre, aunque los dones mantengan la apariencia del pan y del vino.

De este modo se produce un doble milagro:
- Que Cristo se haga presente físicamente en la Eucaristía.
- Que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y en su Sangre.

Por estos motivos, a estos dones se le rinden culto y adoración.





 
                                                                                                                      Beltrán Castell López.

Bibliografía: Wikipedia, ‘La Historia de la Adoración Eucarística’, Campodocs. com.

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