viernes, 24 de mayo de 2013

POSTURAS Y GESTOS: LAS MANOS JUNTAS.

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POSTURAS Y GESTOS (4)

4. Las manos juntas

"La costumbre de las manos juntas nació en la Edad Media y provino verosímilmente de la forma de homenaje del sistema feudal germánico, según el cual el feudatario se presentaba a su señor con las manos juntas para recibir de él la señal externa de la investidura feudal. En el s.XII esta costumbre se había hecho ya popular. El cardenal Langton, en el Sínodo de Oxford (1222) recomendaba a los fieles el estar 'iunctis manibus' en la elevación de la sagrada hostia en la Misa.
El gesto con las manos juntas es el más común en la liturgia, lo mismo para el sacerdote como para los ministros asistentes. Durante la Misa es propio de las oraciones que van después de las tres clásicas del núcleo más antiguo" [13] (Righ., t.I, p.346)
El gesto mencionado nació hacia el s.IX. El siervo se arrodillaba frente a su señor, juntaba sus manos y las ponía entre las de su señor, prometiéndole fidelidad. El señor lo abrazaba y declaraba recibirlo como su hombre. Probablemente de aquí viene la ceremonia en la ordenación sacerdotal por la que el ordenado jura fidelidad y obediencia a su obispo.

Simbolismo

Conforme a su origen este gesto simboliza nuestra sumisión a Dios; somos sus siervos. Él es el Señor que asegurará nuestra defensa y nos permitirá habitar en sus dominios: la Santa Iglesia.
También las manos rectas y unidas simbolizan el orden interior del alma; el recogimiento y la ascensión espiritual.
Por otro lado, nos recuerda que Cristo fue atado en su Pasión (Jn.18, 12)
"El cuerpo es instrumento y expresión del alma. Esta no se encuentra meramente en el cuerpo, como un hombre que está en su casa, sino que vive y obra en cada miembro y en cada fibra. Ella habla en cada línea, forma y movimiento del cuerpo. Pero en modo particular rostro y manos son instrumentos y espejo del alma.
Respecto al rostro esto es sumamente claro. Pero observa alguna vez en cualquier hombre - o en ti mismo- cómo un impulso del ánimo, alegría, sorpresa, expectación, se traduce en la mano. Un rápido levantar de la mano o un leve movimiento involuntario de ella, ¿no delata a menudo más que la palabra misma? La palabra pronunciada, ¿no parece a veces grosera al lado del lenguaje delicado de las manos, tan expresivo?
Después del rostro, la mano es la parte más espiritual del cuerpo. Ciertamente firme y fuerte, instrumento de trabajo, arma de ataque y defensa, la mano es sin embargo también algo finamente hecho, articulada, movible, y delicadamente atravesada por sensibles nervios. Órgano adecuado en el cual el hombre puede revelar su propia alma y recibir al alma ajena, cuando uno estrecha la mano extendida de aquel que le sale al encuentro? ¿Con todo lo que en ellla expresa confianza, alegría, consentimiento, pena?
Es posible entonces que la mano tenga también su lenguaje allí donde el alma muy particularmente habla o escucha: ante Dios; donde ella quiere darse a sí misma y recibir a Dios: en la oración.
Cuando alguien se recoge en sí mismo está solo en su interior con Dios. Entonces una mano se junta firmemente con la otra, los dedos se entrecruzan, como si el torrente interior que quisiera derramarse debiera ser conducido de una mano a la otra y refluir en nuestro interior, para que todo permanezca dentro, en Dios. Esto es un recogerse en sí mismo, un guardar un tesoro oculto. El gesto dice: 'Dios es mío y yo soy suyo, y nosotros estamos uno con otro solos en el interior'...
Pero cuando alguien se presenta ante Dios con una actitud de corazón reverente se coloca una mano bien extendida junto a la otra. Así, se da entonces, en completo orden, un decir bien la propia palabra, y Dios se lo concede, se da también un atento escuchar la palabra divina. También la sumisión se manifiesta como entrega cuando presentamos las manos, con las cuales nos defendemos, como si estuvieran unidas a las manos de Dios.
A veces ocurre que el alma se abre completamente delante de Dios en gran júbilo o acción de gracias. Porque se abren en ella, igual que en el órgano, todos los registros, y fluye la plenitud interior; o en el anhelo se eleva y llama a Dios. Entonces el hombre abre las manos y las levanta lo más ampliamente posible, para que el torrente del alma fluya libremente y esta pueda recibir plenamente lo que ella desea ... Y puede ser que alguien comprenda a sí mismo con todo lo que es y tiene, para ofrecerse en más alta entrega, sabiendo que es una ofrenda. Entonces cruza manos y brazos sobre el pecho en la señal de la cruz.
Bello y grande es el lenguaje de la mano. La Iglesia afirma que Dios nos la ha dado para que 'llevemos al alma en ella'. Toma seriamente este lenguaje sagrado. Dios lo escucha. Habla desde el interior del alma. También puede hablar desde la apatía del corazón, desde la disipación o desde algún otro vicio. ¡Mantén las manos correctamente y preocúpate de que tu interior coincida verdaderamente con esto exterior!" (Guardini, o.c., p.17-19)

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