Se está poniendo a España como si se tratara sólo de un marco geográfico. Pero los historiadores sabemos muy bien que es otra cosa, un patrimonio heredado de Roma que le ha permitido conservar el nombre que ésta le diera y no cambiarlo como han hecho otras naciones de Europa. Dos fuertes elementos coincidieron para crearlo, el ius romano y el sentido moral del cristianismo. De modo que la conciencia de que el ser humano es persona dotada de dignidad y trascendencia y no simple individuo que se engloba en las masas, se afirmó aquí. En medio de trabajos y dificultades esa definición fue permitiendo avances muy considerables. Por ejemplo es aquí en donde se publican las primeras leyes que permiten la liberación de la servidumbre y también la coexistencia (no convivencia, desde luego) de las tres religiones haciéndose el traspaso de algunos grandes avances del judaísmo como el reconocimiento del libre albedrío y de la capacidad racional para el conocimiento especulativo.
De este modo se fue creando una sociedad en la que todos los súbditos gozaban del reconocimiento de su franquicia, es decir, de su libertad. Y sobre esa relación que permitiría un día a un valenciano Guillem de Vinatea decir a su rey que «cada uno somos tanto como vos», se fue creando la monarquía que definía claramente las diferencias entre autoridad (que nos dice lo que debemos hacer) y potestad (que establece las normas para que eso se cumpla). Como una consecuencia natural, aquí nacieron las asambleas representativas que se llamaron Cortes, y se siguen llamando. Y la conciencia de que la lealtad está por encima de la simple fidelidad.
Con todo ello, refundido en un humanismo que arranca de un mallorquín instalado en Cataluña, Ramón Llull (o Raimundo Lulio si lo prefieren), España pudo colaborar de una manera intensa en la construcción de la europeidad. Es aquí en donde Tirso de Molina, valiéndose del teatro, explica la idea de que no hay pecado que no pueda ser redimido hasta en el último minuto de su existencia como sucede a don Juan Tenorio. Sí, Tenorio y don Quijote son las figuras más representativas de esa «hispanidad».
Perderla es no sólo un daño a quienes por naturaleza somos españoles, y consecuentemente a nuestros hermanos de América, sino perjudicar a Europa.
La gran tarea, al superarse el ciclo de las guerras europeas, consiste precisamente en edificar Europa, introduciendo en sus venas los sentimientos que llevan a la cohesión y a la esperanza. Indudablemente la aportación española resulta esencial. Yo no trato de decir que sea más importante que las otras pero sí que si España se repliega a modelos de división causará un daño irreparable ya que estos fragmentos tenderán a disociarse entre sí haciendo imposible la área conjunta. Un gran dolor me invade. Ahora que, tras siglos duros, Europa está comenzando a consolidarse y a ser «una» nosotros presentamos el peor argumento disyuntivo que rompernos los políticos muchas veces no se dan cuenta de las consecuencias que sus programas meramente coyunturales que apuntan al poder, pueden llevarnos. A los historiadores sólo nos queda el recurso de formular advertencias: ojo, no vayáis a escoger el mal camino. Los arrepentimientos suelen llegar tarde.
LUIS SUÁREZ
De la Real Academia de la Historia
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