miércoles, 24 de julio de 2019

EL VIAJE Y LA AVENTURA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Me espanta viajar, pero estoy en Italia, y no huyendo del gobierno que se asoma por el horizonte. No me gusta el turismo, pero aprecio sus encantos, del mismo modo que tampoco me gusta un pelo Pablo Iglesias, pero aplaudo sus habilidades tácticas. No hay que dejar que nuestros prejuicios, por juiciosos que sean, interfieran con nuestros juicios. Por mucha manía que uno le tenga a las salas de embarque, los retrasos, los precios de los taxis y las noches de hotel, un paseo por la noche por la plaza Navona con tu mujer y tus hijos compensa todo.

O lo compensaría. Lo malo es que tampoco pudimos ir a la plaza Navona, porque varios de esos inconvenientes se nos habían enmarañado. En medio de la crisis, me dirigí, compungido a mis hijos, y les avisé: "Nos hemos quedado sin excursión"; a lo que Carmen, desde sus nueve años, me replicó: "No hemos hecho la excursión, pero ¡hemos tenido una aventura!"


No sólo la plaza Navona puede compensar un viaje y sus circunstancias. Puede bastar una frase. A mis chestertonianos lectores no se les escapará que la de mi hija recuerda a la del maestro: "Un problema es una aventura mal comprendida, y una aventura es un problema bien enfocado". Eso multiplicó mi emoción por tres. Sabiendo que nunca se la había susurrado a mi hija, la posibilidad de una transmisión genética del chestertonismo agudo me estremeció de orgullo consanguíneo. La segunda alegría multiplicada es que la niña tiene la mirada del maestro. Coincidir con los grandes por cuenta propia es muchísimo mejor que ser original. Una certificación de talento (con perdón) y una prueba del nueve del acierto. En tercer lugar, para colmo de exultación (que espero que me disculpen porque era mi único consuelo en el desastre), estaba su buen corazón: el aforismo era para consolar a su apaleado padre.

A todos los turistas del mundo, esos compañeros de fatigas que ahora están dando vueltas por el globo terráqueo, yo les querría mandar mi solidaridad, decirles que les acompaño (literalmente) en el sentimiento, y, temiéndome que estarán más o menos como yo de vez en cuando, regalarles, sobre todo, la frase de mi hija. Es bastante probable que no todo les salga como habían planeado tan minuciosamente ni como habían soñado con tanta ilusión, pero mi hija, desde una acalorada sala de alquiler de coches atestada y atascada, les dice: "Si miráis bien, habéis tenido una aventura". Mucho ánimo.

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