sábado, 10 de junio de 2017

ADAM ZAGAJEWSKI; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz
La concesión del premio Princesa de Asturias a Adam Zagajewski es como si me lo hubiesen dado a mí. Y sin el "como si". La lectura poética es muy apropiadora. Tengo que precisar que no lo considero uno de los más grandes poetas polacos contemporáneos. No está a la altura lírica de sus predecesores Czeslaw Milosz o Wislawa Szymborska, aunque comparte con ellos la impagable característica que señaló Charles Simic: "La poesía polaca tiene una rara virtud: su legibilidad en una época en la que los experimentos modernistas han hecho de mucha de la poesía escrita en otras latitudes algo sencillamente hermético".
De él se puede decir lo que él dice de Jünger, nada menos: "No sé si es un gran escritor, pero sí sé que nos invita a una realidad mayor". Zagajewski reconocía sus dudas en "Autorretrato no exento de dudas": "A mediodía te colma el entusiasmo,/ por la tarde te falta valor,/ para mirar la hoja escrita./ Siempre demasiado o demasiado poco…" Y concluye: "El territorio de la verdad/ es claramente pequeño, estrecho/ como una senda en un precipicio". Su mérito es que no quiso apartarse del precipicio; su valor, que a menudo recorre la senda.
Es lo que importa y se merece el premio. Aunque no negaré que su biografía nos lo hace necesario. Huyó, espantado, del marxismo y aquí ha experimentado la evolución de nuestras sociedades. Ha sufrido "la dificultad de pasar de los tiempos heroicos del anticomunismo a los momentos de relativismo actual, de expectaciones morales disminuidas y estándares artísticos superficiales". En consecuencia, resulta un crítico indispensable, que advierte: "El populismo difuso es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad".
Lo dice en una reciente entrevista en El País. Allí porque es el sitio: "Si vives en una sociedad abierta que tiene prensa libre, la poesía política está de más". La política, al periódico; la poesía a lo que trasciende. Por ejemplo, a este poema: "Zurbarán pintó/ santos españoles/ y naturalezas muertas,/ los alternaba,/ y por eso los objetos/ que yacen en las pesadas mesas/ de sus naturalezas muertas/ son, también, santos". Como no puedo seguir copiando poemas y poemas, al menos un verso que me grabaría en el reloj: "No nos falta tiempo, sino concentración". O éste, tan mío como el premio Princesa de Asturias que le celebro tanto: "Me encanta ver el rostro de mi mujer".

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