La explicación hay que rastrearla muchos siglos atrás cuando en el seno de la Iglesia existía una controversia en torno a la Inmaculada Concepción de María, o sea la creencia de que la Madre de Jesús había sido concebida sin el pecado original, al contrario del resto de la humanidad que arrastra este rémora adquirida desde la rebeldía de Adán en el jardín del Edén. En la corroboración de esta prerrogativa mariana jugaron un papel muy importante las hermandades, siendo la del Silencio de Sevilla en 1615 la primera donde sus integrantes juraron morir en defensa de la misma, más de doscientos años antes de que finalmente esta doctrina fuese declarada dogma de fe bajo el pontificado de Pío IX.
Los hermanos de Lágrimas y Favores, mayordomía englobada en las Cofradías Fusionadas, profesan una especial devoción a este misterio, lo que se hace patente en el templete del frontal del trono, o en la elección del 8 de diciembre como fiesta de celebración a su titular. Además en el cuerpo procesional los nazarenos que flanquean la bandera inmaculadista blanden respectivamente un cirio y una espada como recordatorios visibles de la fe y la defensa que en el pasado se hizo de este privilegio mariológico.
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