domingo, 12 de mayo de 2013

DE LA VIVIENDA; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón

Alfonso Ussía


Me sobrepasan las injusticias. Un magnífico trabajo de María Serrano, publicado en La Razón del sábado, conmueve mi serenidad. Nuestra redactora renuncia a la opinión y ofrece una información tan imparcial como blanca. Pero muchos lectores se han enfadado en demasía con el protagonista de la noticia, que no es otro que Jorge Verstrynge. En su artículo, María Serrano nos dice que el político guerrillero contra los desahucios y acosador consorte es propietario de ocho pisos en el humilde barrio de Salamanca de Madrid. De igual modo, es el dueño de una residencia de estudiantes, llamada «La Luna», en los suburbios de la Fuente del Berro, negocio que vigila muy de cerca por cuanto su residencia se ubica en la acera de enfrente, escrito sea sin ningún tipo de ironía. Y que su esposa, doña Mercedes Revuelta, que es realmente la que va a los acosos –Verstrynge se limita a acompañarla–, es la propietaria de un chalé en Ezcaray, en La Rioja que limita con las Vascongadas. Así que además de los ocho pisos en Madrid y la residencia de estudiantes que consta de tres edificios con todas las comodidades habidas y por haber, está el chalé de Ezcaray y un inmueble sin importancia. Un piso en París en una zona muy atenazada por la angustia económica en la que el metro cuadrado construido establece su valor en 7.000 euros. Pueden ser 7.200 euros por metro cuadrado o 6.800, que tampoco hay que ceñirse en exceso a los vaivenes del mercado inmobiliario.
A pesar de que Verstrynge defiende la abolición del capital y sueña con vivir exclusivamente de su sueldo de profesor universitario, sus ingresos mensuales provenientes del alquiler de sus inmuebles superan con creces los 25.000 euros cada treinta días. Y aquí salgo en su defensa. Si tanto él como su esposa son propietarios de esos bienes, y los pisos, por los motivos que sean, se hallan en barrios de trabajadores que se han puesto de moda, no tienen obligación alguna en renunciar a sus legítimos rendimientos, aunque éstos sean consecuencia del sistema que desean abolir. Si a la renta de los pisos y el sueldo de profesor, sumamos lo que percibe por sus tertulias en las cadenas de televisión, nos encontramos ante una conclusión dolorosísima. Que tanto él como su esposa son millonarios, y de ahí su permanente expresión de tristeza acumulada. No lo quieren ser pero lo son, y están deseando dejar de serlo, pero no se han atrevido todavía por no condenar a un futuro en la calle a sus hijos, aunque las herencias sean también vergonzosas secuelas del sistema capitalista.
Se entiende, se comprende y se justifica su paseada melancolía. No existe mayor castigo para un revolucionario de verdad que tener mucho dinero. Esos ocho pisos en Madrid podrían albergar a sendas familias desahuciadas. Ese chalé en Ezcaray, donde veranean tantos millonarios vascos, riojanos y navarros – también castellanos de la provincia de Burgos–, haría las delicias de los que no pueden tomarse unas vacaciones por el excesivo precio de los alquileres. Y ese piso en París, aunque se ubique en el peor barrio de la Capital de Francia –¿qué significan para París 7.000 euros por metro cuadrado?–, alegraría la vida de sus compañeros acosadores que desean dominar la lengua francesa, que es idioma difícil si no se aprende desde niño. Lo de este hombre es terrible. Ser lo que no se quiere ser. Lucha titánica entre el ideal y la constante vigilancia de las transferencias bancarias, que no siempre los inquilinos cumplen con puntualidad. Lástima de abandono tan abrupto del partido conservador. Hoy estaría en el Poder y sería un formidable ministro de la Vivienda.

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