Tras un exultante Lunes Santo
lleno de vivencias, sentimientos y alta espiritualidad, vino el Martes . Ese
día no salí de casa para ver ninguna procesión. Me encontraba muy cansado del
día anterior y el tiempo tampoco acompañaba.
El miércoles amaneció nublado,
algunas ráfagas de sol querían hacerse paso aunque no lo conseguían. Hetepheres
se levantó muy temprano pues tenía que ir con su madre al médico así como hacer
varias gestiones. Yo lo hice a la misma hora, me tomé un café y dos roscos de
la Victoria y me puse a actualizar el blog.
Cuando llegó mi mujer, después
de las ingentes gestiones realizadas, eran cerca de las once y cuarto de la
mañana. El tiempo de publicar el último post, que estaba dedicada a la
Hermandad e Vera+Cruz de San Fernando, coger los bártulos, meter las cosas en
el coche y arrancar hacia nuestro pueblo al que, después de dos semanas,
echábamos mucho de menos.
Sobre la una y media hicimos
entrada por el mismo, como siempre saludando a nuestros paisanos que nos
encontrábamos por sus recoletas calles, y después de descargar bajo una fina
lluvia, Hetepheres se fue para aparcar mientras yo ordenaba un poco las cosas.
Antes de almorzar fuimos a “La
Covacha” para comprar una cosa que se nos había olvidado en casa y ya había
cerrado. Hetepheres fue para casa y yo entré en el Casino para saludar a
Fernando. Allí estaban Juande y otros buenos amigos. También estaba tomando una
cerveza el alcalde con el que intercambié una breve y simpática conversación.
Me fui enseguida porque por la tarde-noche quería acercarme un rato y poder
departir con mis amigos.
Después de almorzar, al calor de
la chimenea, me quedé profundamente dormido. Soy de los de siesta y en
Villaluenga puedo conciliar el sueño muy profundamente. Tras dormitar durante
una hora larga, me desperté y llamé a Berna para ver si nos podíamos saludar
personalmente porque hacía mucho tiempo que no lo hacía. Quedamos a las siete y
media en el Casino aunque nos vimos antes en la calle y nos fuimos para el
antiguo taller de su padre y allí conversamos plácidamente durante un buen
rato. No sé por qué pero ese sitio tiene algo que embriaga, está envuelto en
historia, en la historia de Villaluenga del Rosario.
Serían las ocho y cuarto cuando
nos fuimos para el Casino. Allí estaba Fernando, que acababa de llegar de
Ubrique con su familia, y nos dispusimos
a tomar todos una copa y como aperitivo unos roscos de Semana Santa que había
llevado de la Pastelería “Victoria” de San Fernando. Tengo que decir que estos
gustaron mucho a cuantos los probaron. Allí al calor de una buena conversación,
a la que se unió Rubi y Juande, vimos un poco la televisión y nos reímos con
las cosas que cada uno decíamos. Buena conversación, mejor compañía y en mi
querido pueblo: ¿Qué más puedo pedir?
A eso de las nueve y media me
fui para casa, no sin antes dar una vuelta por el pueblo. Me gusta caminar
entre las callejuelas alumbradas por la farolas, en soledad y respirando un
aire puro. ¡Es lo mejor para que uno se llegue a desintoxicar de todo lo que
normalmente nos rodea!
Después de cenar nos acostamos
porque el sueño vencía y así, en esa placidez y silencio, nos dormimos hasta
más de las ocho y media de la mañana que nos despertaron los ruidos propios del
pueblo.
El Jueves Santo amanecía bueno,
con rachas de aire frío, con nubes y claros que predisponían a pasar una mañana
disfrutando de la naturaleza. Descartamos coger por algunos de los senderos o
caminos que teníamos pensados porque todo estaba enfangado debido a la lluvia
acaecida en días anteriores.
Nos fuimos a desayunar nuestro
buen café y esa tostada que Fernando nos prepara y que sabe a gloria.
Queríamos andar, aunque
estábamos algo cansados, e hicimos el camino llamado la glorieta hasta el
final. En el camino de los “Contrabandistas” vimos a un simpático burrito y nos
acercamos hasta él. Desde este sendero se pueden retratar bellos paisajes de
Villaluenga, de los montes o de los verdes prados que los cirncundan. Subir
hasta arriba del todo es una buena caminata aunque la hora se nos había echado
encima porque teníamos que almorzar para asistir a los Oficios que estaban
programados para la cinco de la tarde.
Tras hora y media caminando
llegamos a casa. Tiempo suficiente para tomar un aperitivo y leer un poco al
calor de la chimenea. Almorzar y ducharnos fue todo una para, poco después,
arreglarnos para asistir al Primer Día del Tríduo Sacro.
Cómo es habitual en mí, me puse
mi traje de chaqueta con una corbata azul y Hetepheres también iba vestida en
tonalidades oscuras. Cuando llegamos a la Iglesia nos encontramos a los pasos
de Jesús Nazareno, Santo Entierro y María Santísima de los Dolores preparados
para las procesiones del Viernes Santo y en el Sagrario estaba montando un
sencillo y bello Monumento para Adorar a Jesús Sacramentado en el día que
instauró la Eucaristía en la última cena con sus apóstoles.
Todos los feligreses lucían sus
mejores galas para acompañar al Señor.
Tras la celebración de la
Eucaristía, y en Procesión Claustral, nos dispusimos a adorar al Santísimo. No
sé cuanto tiempo estuvimos allí. Hetepheres rezando y meditando mientras yo
estaba profundamente abstraído con la lectura de un libro que trata,
precisamente, de la Eucaristía y Su Adoración ante el Sagrario.
Cerca de las ocho salimos del
Templo, en cuyo interior hace bastante frío, y nos fuimos al vecino Casino para
tomar una copa porque estábamos congelados. Los dos tomamos una buena copa que
nos hizo entrar en calor y allí nos dispusimos a conversar plácidamente con
Fernando y con Rubi. Compartiendo con buenos amigos se puede decir abiertamente
ese dicho de ¡Qué pronto se nos ha hecho tarde!
Antes de volver a la Iglesia
fuimos a visitar la exposición de pinturas que estaba dispuesto en la Caseta
Municipal. Todos de autores de la zona y entre ellos las de Antonio Benítez, el
Policía Local del pueblo, que es un pintor autodidacta que plasma con sus
pinceles y en el lienzo la belleza de lo que nos rodea.
Volvimos a la Iglesia, a
postrarnos ante el Sagrario. Hetepheres, al rato, se fue a casa y yo me quedé
tranquilamente ante el Señor. Me fui hasta el reclinatorio que estaba
justamente delante del Monumento y me dispuse a rezar y meditar profundamente
durante más de tres cuartos de horas que se me pasaron volando. Desde que se
abrió a adoración pública hasta que a eso de más de las diez de la noche se
cerraron las puertas de la Iglesia, el Señor NUNCA estuvo solo. Aquí, en Villaluenga del
Rosario, la fe, el respeto y la devoción se vive de otra manera, más pura, más
auténtica.
La noche estaba realmente buena,
hacía algo de frío aunque no mucho y el pueblo invitaba a un sosegado paseo
donde la oración brotaba de mi alma hacia mi mente y boca. Es por muchos los
que debo invocar al Padre y, también, es mucho lo que debo agradecerle a Dios
porque la riqueza espiritual de la cual soy depositario es, solamente, gracias
a Él. También le debo eterna gratitud por haber puesto en el camino de mi vida
a mi mujer, Hetepheres, porque es la compañera ideal, por sus valores y
creencias, para llevar a cabo la Misión que tenemos encomendada: Evangelizar en
todo momento y situación.
Y de esta forma me perdí por sus
calles hasta llegar a la salida del pueblo: Rezar a la luz de la luna,
respirando una aire tan puro que cuando no estás allí notas como de viciado
está todo cuanto nos rodea, perdiendo la mirada en lo más profundo de mi alma y
sintiendo, como propia, la Pasión y Muerte de Cristo que en estos días
centrales de la fe estábamos conmemorando.
Justamente terminé mis rezos
delante del Restaurante “La Velada” y me dije que era un momento propicio para
tomar una tapa del buen queso que ellos artesanalmente elaboran. Me senté en la
barra y junto a esta rica tapa me tomé una buena copa de oloroso seco. Grata y
amena la conversación que mantuvimos a la que después se unió una pareja que
estaba pasando estos días de vacaciones en el pueblo a los cuales les hice
partícipes de lo que podían ver y vivir en este querido pueblo del cual estoy
plenamente enamorado. A lo que ellos me dijeron que se me notaba, que quería a
Villaluenga por el amor que ponía cada vez que hablaba de él. Me preguntaron si
había nacido allí y les dije que no, que soy de San Fernando aunque payoyo de
corazón. Haciendo una “interpretación” de lo que dijo el genial escritor D.
Antonio Burgos: “Uno nace donde le da la gana”.
Cuando salí de “La Velada” me
encaminé parsimoniosamente por las calles del pueblo hasta llegar a casa. Mi
mujer estaba hablando por teléfono con su madre y mientras lo hacía me cambié y
me puse el acogedor pijama.
Cenar, ver un poco la tele,
conversar e irnos a dormir fue la secuencia de actos que se sucedieron unos a
otros.
Y dormir, dormir, dormimos
profundamente otra noche más porque, entre las muchas cosas que tiene mi
querido pueblo, es que por la noche se “escucha” el silencio.
Y con este relato termina las dos
primeras jornadas, vividas desde la intensidad, y que dieron lugar al día
grande de la Semana Santa en Villaluenga del Rosario: El Viernes Santo que
contaré en el próximo post.
Jesús Rodríguez Arias
Monumento instalado el Jueves Santo en la Iglesia de San Miguel
de Villaluenga del Rosario para adorar al Santísimo Sacramento.
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