viernes, 26 de abril de 2013

¡OJO! NO OLVIDES QUE CUANDO SE CIERRAN PUERTAS SE ABREN VENTANAS.





Existen momentos en la vida de cada uno que los proyectos donde estás desarrollando tu misión se va acabando. Dichos proyectos pueden ser vitales, sentimentales, laborales, vocacionales y, si hablamos exclusivamente de la fe, apostólicos o evangelizadores.

Todo lo que comienza termina, empezando por nosotros mismos, salvo el gran proyecto del amor que  no tiene principio ni final. Cuando se ama se hace sin pensar en intereses, en prebendas ni en castigos. Se ama y punto. Los proyectos sentimentales pueden acabarse, pero no cuando acaba el amor sino porque nunca existió en su verdadera medida porque el que conoce, de verdad, el amor está plenamente enamorado de la otra persona y cuando se ama no se tienen en cuenta envidias, el mal, recelos porque amar es entrega total y ante la inmensidad del amor no hay nada que lo perturbe.

En los demás proyectos a los cuales somos llamadas para trabajar, colaborar, participar, todos tienen un punto de partida y un punto de llegada que puede ser más o menos amplio en el tiempo. Eso solo Dios lo sabe. Cuando lo que finaliza se hace por edad, porque las fuerzas flaqueen o de forma satisfactoria este fin de encomienda se acoge y lleva desde el júbilo.

Lo que peor se lleva, porque en muchas ocasiones es verdaderamente injusto, es cuando prescinden de ti o tu tienes que prescindir harto de estar harto de todo. Esos son momentos verdaderamente ingratos que te agrían la boca y, en cierta medida, se puede resquebrajar la confianza en personas o entidades que hasta ese momento no existían.

Conozco casos cercanos de que han pasado por esta aciaga situación y que porque no han recibido la confianza que preveían podían tener o porque su proyecto se ha acabado ante sus propios ojos aunque algunos piensen que no es así han tenido que culminar su actuación, el desarrollo de sus funciones de una forma amarga y llena de angustiosos recuerdos.

Puede ser que suceda que el proyecto primegenio, que dio origen a la institución, se desvirtúe con el paso del tiempo hasta llegar a perder toda semejanza  con las raíces fundacionales. Es entonces cuando hay que armarse de valor y poner “pie en pared” para intentar, por todos los medios, luchar para que no desaparezca todo cuanto la fundamentó y se quede como un bello y precioso souflé, bello por fuera y vacío por dentro.

Muchos trepas, los hay en todos los sitios, aprovechan esta oportunidad para hacerse con el  “poder” de la forma que sea sin importarle las normas, la regulación ni siquiera la ley y ocupan los puestos de forma permanente cuando debería ser interina. No quieren oír la palabras elecciones pues pueden perderlas y cuando se alcanza la cima es muy difícil bajarse de ella aunque con esa actitud estés traicionando a una mayoría que quiere volver a lo que siempre fueron. Mayoría esta que le toca transitar por el desierto hasta que se cumpla el tiempo, que no olvidemos pasa inexorablemente, y todo pueda volver a la normalidad y el sentido común.

En estos y mucho más casos la negritud lo invade todo, no existe ni una rendija donde poder agarrarse porque el olvido llega pronto aunque antes hayas tenido que vivir la ignominia, humillaciones, persecuciones e intentos varios de descarrilamientos en lo personal.

Pero Dios no se queda con nada de nadie y el que ha ido con la verdad no debe temer a los esclavos de poder y de la sinrazón pues, como antes he dicho, todo tiene un principio y un final.

El tiempo pasa y se va  normalizando todo y cuando nos hemos empezado a acostumbrar a vivir sin luz, cuando ya divisamos los obstáculos porque sensitivamente nos hemos ido desarrollando a fuerza de “golpes”, cuando todo eso pasa, que suele pasar, Dios abre una ventana limpia y clara que deja entrar fulgurantes rayos de sol, aunque sea de noche, para alumbrar y hacer justicia con nuestras vidas donde los padeceres experimentados se convierten, por Su Obra y Gracia, en gozo pleno.

Y todo esto pasa porque es bueno para nosotros, porque Dios tiene que probarnos. Él sabe mejor que nadie hasta donde pueden llegar nuestras fuerzas y lo que quiere demostrarnos es la cantidad y calidad de nuestra fe.

A pesar de todo, ¡Dios nos quiere en camino! Para servirlo, estemos donde estemos, eficientemente no podemos ni debemos dejar llevar por el hastío, el desafecto, la desilusión, la desesperanza porque si así lo hacemos habrán ganado los que hicieron todo lo posible por hacernos desaparecer de la faz de la tierra, esos perdedores que consiguieron sus “victorias” de la manera y forma que lo hicieron y que tan alejados están de lo que es y significa el Amor.

Cristo vino al mundo para ofrecerse a nosotros y darnos Vida Eterna. Nos marcó las pautas para conseguirlo, sufrió lo indecible hasta morir desde y en la ignominia. Nos puso en camino para alcanzar el Camino. Tan simple y complicado como eso.

Cuando esa abierta en la oscuridad se hace presente en nuestras vidas no podemos asomarnos desde la soberbia, el orgullo, el resentimiento que produce el dolor infringido sino desde la humildad, el amor, la mansedumbre que caracteriza la vida de un aspirante a discípulo de Jesús, el Nazareno.

Todos los creyentes estamos llamados a ser una “bendición” para los demás y a bendecir como nos manda el mismo Jesús: “Bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurien... Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos... y seréis hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados”. (Lucas 6, 28,31,35).

No olvidemos que Dios cuando cierra puertas abre ventanas y lo hace para nuestro bien.

Recibid, mis queridos hermanos, un fuerte abrazo y que Dios te bendiga.

Jesús Rodríguez Arias

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