El cardenal Ricardo Blázquez celebra este sábado sus bodas de oro sacerdotales. Al hacer repaso de su vida, se detiene particularmente en un acontecimiento: el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Entre sus principales inquietudes hoy, que la Iglesia conecte mejor con los jóvenes
«Nosotros deseamos que la fe sea libre. La fe no puede ser impuesta. Tiene que ser libre». Por las dos partes. «Ni imposición fanática ni laicismo que, de manera sutil, y también beligerante, quiere cortar la libertad de las personas para que vivan como cristianos». Eso es un Estado aconfesional, un marco en el que la Iglesia acompaña a las personas creyentes y sirve al conjunto de la sociedad.
Esta es una de las reflexiones que hacía el cardenal Ricardo Blázquez en un encuentro con los medios de comunicación en Valladolid. El presidente de la Conferencia Episcopal celebra este 18 de febrero sus bodas de oro sacerdotales, motivo para hacer repaso de sus principales inquietudes.
Un lugar destacado lo ocupan los jóvenes. «Hoy nos cuesta más trabajo conectar» con ellos, reconoce. Si bien, al mismo tiempo, destaca que una parte de la juventud está muy comprometida con la Iglesia.
Pero hace falta más. El Papa ha decidido dedicar el próximo Sínodo de los obispos, en 2018, a los jóvenes. «Queremos estar cerca de los jóvenes y que sientan a la Iglesia como su familia de la fe, que se esfuerza para comprenderlos y por soñar con sus esperanzas, que encuentren en la Iglesia un hogar para su vida». «Queremos escuchar, hacernos caminantes con ellos en el itinerario de la vida», añade el arzobispo de Valladolid.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco
Durante la charla con la prensa, Ricardo Blázquez habla también sobre los principales acontecimientos que le ha tocado vivir como obispo. Lugar destacado ocupa su ministerio en Bilbao, donde fue recibido con hostilidad por parte de algunos sectores sociales y políticos, si bien «pronto los que habían mostrado más inquietud porque yo fuera allí pidieron disculpas y contribuyeron a que mi estancia fuera agradable».
Los peores días fueron los del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, que califica de «días terribles». Cuando ETA asesinó al joven concejal, el entonces obispo acompañó a su familia en el Hospital de Aránzazu, en San Sebastián. «La familia estaba destrozada, como todos estábamos destrozados».
Algo empezó a cambiar, sin embargo, en ese momento, como se reflejó en las manifestaciones multitudinarias contra la banda terrorista o el día del funeral, en Ermua. «La sociedad dijo basta». «Ese acontecimiento fue de los que marcaron un cambio radical en tantas personas que a lo mejor podían estar más distraídas sobre este el alcance de este fenómeno», asegura el cardenal Blázquez.
En lo que a él se refiere, nunca tuvo duda de que su lugar estaba cerca de las personas «acosadas por el terrorismo»… «Siempre he tenido presente que mi cercanía tenía que ser lo más íntima posible», igual que importantes también entendía que eran los pronunciamientos público «para desenmascarar los posibles subterfugios y pretextos que podían circular» para justificar el terrorismo. «Había que desenmascararlo».
«Doy gracias a Dios –dice al concluir el repaso de este capítulo– porque en ningún momento he actuado en contra de mi conciencia».
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