Una de las
cosas que más desespera al ser humano es el continuo comenzar, el repetir
acciones, la monotonía diaria…y para evitar esa rutina, a veces estamos en un
continuo “picoteo” de un lado para otro sin llegar nunca a nada claro y preciso
que nos llene, con lo que al final
nuestra frustración aumenta según avanza el tiempo.
Vivimos en
un periodo de satisfacción inmediata de nuestros deseos, pero que al cumplirse
en realidad aumentan el vacio puesto que la búsqueda en realidad que comenzamos
todos los días, nunca se satisface pues nos llenamos de “agua” sin mucho
fundamento.
Ese
rellenarnos de cosas vanas y no de algo que en realidad nos llene es el mito de
Sísifo en su continuo subir y volver a subir. Se supone que la “madurez” del
ser humano se caracteriza por rellenarnos de buenos ingredientes que hagan de
nosotros un plato sabroso y lleno de riqueza y matices, pero para rellenarnos
¿Dónde están esos buenos ingredientes? Y es ahí donde comienza esa búsqueda y
esa continua subida y bajada del Mito de Sísifo.
Hablar a las
personas actualmente de un “relleno” espiritual es casi decir que eres un
“moñas”, la gente se apunta antes a un curso de filosofía Zen, que no tengo
nada contra ese tipo de filosofías, pero que andan muy alejadas de la filosofía
humanista, que tener un conocimiento real y profundo de ese humanismo “occidental”,
nos parece más “in” la espiritualidad oriental.
Antes que
introducir a nuestros hijos en la RELIGIÓN, con mayúsculas, deberíamos de
animarlos a conocer los valores humanistas e irnos orientando hacia un
humanismo cristiano, si así las familias lo creen conveniente, porque sin unas
buenas raíces, los árboles cuando crecen son débiles y cualquier “vendaval” los
hundirá.
Según la
profesora Shaina
Sara Handelman (Profesora de Estudios Judaicos e Inglés en la
Universidad de Maryland) "Un
Sefardí hoy, escribió alguien, es quien tiene nietos Sefardíes" Esta frase tiene una profundidad
que puede perfectamente extrapolarse a cambiándose la palabra Sefardí por la
palabra Cristiano.
La
supervivencia del Cristianismo y de los valores humanistas deben de enseñarse
desde temprana edad en las familias, es una responsabilidad de los padres que
pase de generación en generación. El Sefardí no se define por cuán Sefardí él o ella pueden
"sentirse", por cuántas mitzvot (preceptos) pueden cumplir, o por
cuánto dinero aportan a las causas de la comunidad, sino por su capacidad de
encarnar (literalmente, en hijos) y transmitir judaísmo con tanta vitalidad que
esos hijos escogen seguir siendo sefardíes y pueden, a su vez, pasar esa chispa
a sus propios hijos.
En
la sociedad española (y me centro en ella porque es en la que vivo y conozco,
aunque, esta problemática es a nivel
mundial) se ha delegado mucho, la espiritualidad, los valores, la educación
en sectores como los centros escolares, las ludotecas, los grupos infantiles y
juveniles, que si bien tienen una gran importancia, no dejan de ser un apoyo y
complemento a la educación que se debe de desarrollar en los hogares.
Muchas
personas que lean mis artículos pensaran que por qué incido tanto en la cultura-religión
Sefardí, y si recuerdan bien, ya en un artículo anterior, expresé mi deseo de
hacer comprender que todo nos viene heredado de nuestros antepasados y que no
se ha inventado nada nuevo. La historia del pueblo Sefardí en España es la
historia de buena parte de nuestros antepasados que se ha transmitido vía familiar,
donde el núcleo del desarrollo de sus miembros está plenamente interiorizado y
transmitido para un pleno crecimiento espiritual También me podéis decir que
eso ya está en el cristianismo hace siglos, pero pensemos que cuando el cristianismo
no existía, ya la familia sefardí transmitía esos valores de generación en
generación. Da igual si la familia es monoparental, o se ha producido una ruptura y una nueva
unión, la solidaridad, la empatía hacia el prójimo, la generosidad, el respeto,
es algo que debe de transmitirse por encima de cualquier situación en la que
esté cada familia. Y es algo que olvidamos, si los adultos no desarrollamos
esos valores, nuestros hijos jamás serán capaces de tenerlos como raíces
fundamentales de su desarrollo personal.
Y
esa falta de desarrollo personal les llevará en el futuro a ser personas vacías
y solo se sentirán satisfechas, como comenté al principio, buscando
satisfacciones puntuales en objetos materiales y sin proyectos cara a un
futuro. Para tener una buena cosecha, hay que sembrar, cultivar y tener
paciencia, un ser humano se desarrolla plenamente en un período de tiempo
largo, pero la semilla fundamental está en la infancia y en la adolescencia, si
no recibe una buena semilla, su vida será como la Metáfora de Sísifo con la que
comenzamos el articulo de hoy.
Si nos negamos, o nos volvemos perezosos y no damos luz a la
siguiente generación, de la que somos responsables, como familia, que es la
unidad que crea vida y un agente poderoso para transmitir la memoria colectiva
y personal, perdemos ese lazo de unión que nos transmitió el pasado y que nos
pedirá cuentas en el futuro de lo que hemos hecho mal. Cuando decimos que el
“pecado de los padres se transmite a los hijos” tratemos de ser positivos y
pensemos que aquellos valores positivos, que transmitamos a nuestros hijos
harán de ellos seres humanos plenos y auténticos, y el “pecado” sería igual que
si queremos que nuestros hijos carguen con nuestras deudas ¿por qué les
transmitimos nuestros errores? Nadie quiere que nuestros hijos reciban malas
herencias, por lo tanto luchemos para que su mochila se llene de “buenos
ingredientes y semillas” que les ayuden a crecer con un buen “fundamento”
Nunca veamos a la familia como algo
represivo, si no como el centro de un microcosmos dedicado a transmitir como
una fuente inagotable de sabiduría que ha sido forjada de generación en
generación y que debería de seguir así, sin por ello perder la riqueza propia
de cada individuo miembro de ella. Eso evitará que nuestros hijos sean
recipientes vacios y puedan seguir transmitiendo a sus hijos lo verdaderamente
importante del “ser humano”.
Mara Herrera

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