viernes, 14 de noviembre de 2014

"EL CONTINUO COMENZAR O MITO DE SÍSIFO"; POR MARA HERRERA.






            Una de las cosas que más desespera al ser humano es el continuo comenzar, el repetir acciones, la monotonía diaria…y para evitar esa rutina, a veces estamos en un continuo “picoteo” de un lado para otro sin llegar nunca a nada claro y preciso que  nos llene, con lo que al final nuestra frustración aumenta según avanza el tiempo.

            Vivimos en un periodo de satisfacción inmediata de nuestros deseos, pero que al cumplirse en realidad aumentan el vacio puesto que la búsqueda en realidad que comenzamos todos los días, nunca se satisface pues nos llenamos de “agua” sin mucho fundamento.

            Ese rellenarnos de cosas vanas y no de algo que en realidad nos llene es el mito de Sísifo en su continuo subir y volver a subir. Se supone que la “madurez” del ser humano se caracteriza por rellenarnos de buenos ingredientes que hagan de nosotros un plato sabroso y lleno de riqueza y matices, pero para rellenarnos ¿Dónde están esos buenos ingredientes? Y es ahí donde comienza esa búsqueda y esa continua subida y bajada del Mito de Sísifo.

            Hablar a las personas actualmente de un “relleno” espiritual es casi decir que eres un “moñas”, la gente se apunta antes a un curso de filosofía Zen, que no tengo nada contra ese tipo de filosofías, pero que andan muy alejadas de la filosofía humanista, que tener un conocimiento real y profundo de ese humanismo “occidental”, nos parece más “in” la espiritualidad oriental.

            Antes que introducir a nuestros hijos en la RELIGIÓN, con mayúsculas, deberíamos de animarlos a conocer los valores humanistas e irnos orientando hacia un humanismo cristiano, si así las familias lo creen conveniente, porque sin unas buenas raíces, los árboles cuando crecen son débiles y cualquier “vendaval” los hundirá.

            Según la profesora Shaina Sara Handelman (Profesora de Estudios Judaicos e Inglés en la Universidad de Maryland)  "Un Sefardí hoy, escribió alguien, es quien tiene nietos Sefardíes" Esta frase tiene una profundidad que puede perfectamente extrapolarse a cambiándose la palabra Sefardí por la palabra Cristiano.

            La supervivencia del Cristianismo y de los valores humanistas deben de enseñarse desde temprana edad en las familias, es una responsabilidad de los padres que pase de generación en generación.  El Sefardí no se define por cuán Sefardí él o ella pueden "sentirse", por cuántas mitzvot (preceptos) pueden cumplir, o por cuánto dinero aportan a las causas de la comunidad, sino por su capacidad de encarnar (literalmente, en hijos) y transmitir judaísmo con tanta vitalidad que esos hijos escogen seguir siendo sefardíes y pueden, a su vez, pasar esa chispa a sus propios hijos.

            En la sociedad española (y me centro en ella porque es en la que vivo y conozco, aunque, esta problemática es a nivel  mundial) se ha delegado mucho, la espiritualidad, los valores, la educación en sectores como los centros escolares, las ludotecas, los grupos infantiles y juveniles, que si bien tienen una gran importancia, no dejan de ser un apoyo y complemento a la educación que se debe de desarrollar en los hogares.

            Muchas personas que lean mis artículos pensaran que por qué incido tanto en la cultura-religión Sefardí, y si recuerdan bien, ya en un artículo anterior, expresé mi deseo de hacer comprender que todo nos viene heredado de nuestros antepasados y que no se ha inventado nada nuevo. La historia del pueblo Sefardí en España es la historia de buena parte de nuestros antepasados que se ha transmitido vía familiar, donde el núcleo del desarrollo de sus miembros está plenamente interiorizado y transmitido para un pleno crecimiento espiritual También me podéis decir que eso ya está en el cristianismo hace siglos, pero pensemos que cuando el cristianismo no existía, ya la familia sefardí transmitía esos valores de generación en generación. Da igual si la familia es monoparental,  o se ha producido una ruptura y una nueva unión, la solidaridad, la empatía hacia el prójimo, la generosidad, el respeto, es algo que debe de transmitirse por encima de cualquier situación en la que esté cada familia. Y es algo que olvidamos, si los adultos no desarrollamos esos valores, nuestros hijos jamás serán capaces de tenerlos como raíces fundamentales de su desarrollo personal.

            Y esa falta de desarrollo personal les llevará en el futuro a ser personas vacías y solo se sentirán satisfechas, como comenté al principio, buscando satisfacciones puntuales en objetos materiales y sin proyectos cara a un futuro. Para tener una buena cosecha, hay que sembrar, cultivar y tener paciencia, un ser humano se desarrolla plenamente en un período de tiempo largo, pero la semilla fundamental está en la infancia y en la adolescencia, si no recibe una buena semilla, su vida será como la Metáfora de Sísifo con la que comenzamos el articulo de hoy.

            Si nos negamos, o nos volvemos perezosos y no damos luz a la siguiente generación, de la que somos responsables, como familia, que es la unidad que crea vida y un agente poderoso para transmitir la memoria colectiva y personal, perdemos ese lazo de unión que nos transmitió el pasado y que nos pedirá cuentas en el futuro de lo que hemos hecho mal. Cuando decimos que el “pecado de los padres se transmite a los hijos” tratemos de ser positivos y pensemos que aquellos valores positivos, que transmitamos a nuestros hijos harán de ellos seres humanos plenos y auténticos, y el “pecado” sería igual que si queremos que nuestros hijos carguen con nuestras deudas ¿por qué les transmitimos nuestros errores? Nadie quiere que nuestros hijos reciban malas herencias, por lo tanto luchemos para que su mochila se llene de “buenos ingredientes y semillas” que les ayuden a crecer con un buen “fundamento”


            Nunca veamos a la familia como algo represivo, si no como el centro de un microcosmos dedicado a transmitir como una fuente inagotable de sabiduría que ha sido forjada de generación en generación y que debería de seguir así, sin por ello perder la riqueza propia de cada individuo miembro de ella. Eso evitará que nuestros hijos sean recipientes vacios y puedan seguir transmitiendo a sus hijos lo verdaderamente importante del “ser humano”.

Mara Herrera

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