lunes, 31 de marzo de 2014

LA MISERICORDIA; POR PABLO GARRIDO SÁNCHEZ.

“LA MISERICORDIA”


        En un principio, la misericordia aparece ante nuestra consideración como una actitud o cualidad muy loable, pero no es considerada como fundamento; sin embargo, una mirada más atenta llega a descubrir honduras insospechadas. La misericordia transita a lo largo de toda la Escritura, pero pasa un tanto desapercibida; y un buen ejemplo lo constituye el libro de los Salmos. La obertura del salterio es un salmo sapiencial que versa  sobre  la ética básica del hombre, los dos caminos; y es preciso llegar al salmo  ciento treinta y seis para proclamar de forma litánica la misericordia divina, en  donde se canta quela misericordia es eterna, y Dios es bueno “porque es eterna su misericordia”; la sabiduría divina lo previó todo e hizo surgir todo “porque es eterna su misericordia”. 
        Cuando nos  venimos al Nuevo Testamento, y subimos al monte en el que se  proclaman las “Bienaventuranzas” la misericordia no aparece en primer término, por lo que  pudiéramos pensar  que  la mansedumbre o la pobreza de espíritu, el hambre y sed de justicia, están primero en un supuesto escalafón. Sólo el evangelio de Lucas recoge la  llamada parábola del “Hijo pródigo”, en la que Jesús  dibuja el rostro  del Padre, o dicho de otra forma, nos muestra las entrañas divinas. 
        A lo largo de siglos se ha mirado con más atención el destino y desvarío del hijo, que la hondura  de la misericordia divina, y esto se refleja en el nombre mismo dado a la parábola, que debería titularse como la enseñanza suprema  sobre la infinita misericordia  divina, o algo similar. Con  estos brevísimos apuntes caemos en la cuenta, una vez más, que  la Escritura  es inagotable  a la hora de ofrecer la revelación de “quién es Dios”. 

Nuestro  Papa, Francisco, sabe transmitir lo que quiere decir con frases o palabras sencillas, claves, y no por ello desprovistas de hondura y trascendencia.  Se dirá que todos los papas de las últimas décadas pusieron de relieve las mismas verdades  -admitido--, pero no todos  lo hacen de la misma forma. El hecho es que  a muchas personas  dentro y fuera de la Iglesia les ha llegado lo de la “ternura de Dios”,  y sienten que una corriente  de nueva acogida está circulando por los conductos  oficiales. 
        Sin duda a todo ello ha contribuido el cardenal, teólogo y en su día obispo, Walter Kasper,  que entre sus últimas obras está la titulada “La Misericordia”, que regaló  al actual papa Francisco, siendo todavía cardenal.  La tesis de esta obra es que la misericordia  es el principal atributo divino. Es cierto que en la encíclica “Rico en misericordia”, de Juan Pablo II, se hace también esta afirmación, pero sólo una vez y no se enfatiza  la importancia de la misma.  Después de esta encíclica vinieron otras y de la misericordia divina  como atributo principal de Dios poco se supo. Pero no pasa nada, estamos a tiempo y a la Iglesia  le queda  todavía mucho que recorrer. 

        Walter Kasper en la obra mencionada, que se puede encontrar  en la editorial Sal Terrae, trata  cuestiones  de la máxima importancia,  que  a muchas personas dentro de la Iglesia Católica  nos deben  hacer pensar. En primer lugar, “Walter Kasper, confiesa  que el tema de la misericordia divina fue un asunto que se le resistió durante  bastante tiempo, y debieron pasar años  antes que pudiera presentar un discurso bien estructurado; por tanto podemos decir que estamos ante un escrito de madurez de uno de los mejores teólogos en la actualidad.

        Señala que el obstáculo mayor durante siglos para abordar la vertiente de la misericordia divina fue la tesis teológica de san Agustín de la doble predestinación. Al hilo de esta declaración nos detenemos y comentamos alguna cosa. San Agustín ha sido  la figura más influyente durante toda la Edad Media,  su obra  es voluminosa, aunque  los escritos más divulgados sean  “Las Confesiones” y “La Ciudad de Dios”. Este santo doctor de la Iglesia formuló doctrinas, en  los últimos años de su vida, que hipotecaron en no poca medida a la iglesia en los siglos posteriores, y uno de esos planteamientos desafortunados fue este de la “doble predestinación”, que en síntesis  afirma lo siguiente: 
        Los lugares  dejados  por los ángeles caídos han de ser  ocupados  por otras personas, como si  en el cielo existiese  un número cerrado de componentes; y, por otro lado, Dios destinaría o otros a la condenación.  Es difícil imaginar como se puede llegar a una conclusión de esta índole, pero está en la misma línea de la afirmación agustiniana que sostenía la condenación de todo niño sin bautizar. 
        Así mismo, el santo doctor formuló  que el placer sexual en el acto conyugal era la vía de trasmisión  del pecado original. Las consecuencias de este último aspecto fueron catastróficas en la vida de no pocos matrimonios. Los que tenemos cierta edad  recordamos las furibundas homilías que giraban de forma recurrente  sobre el sexo y el infierno. 

         Walter Kasper expone con acierto el equilibrio entre la misericordia divina  y la necesidad de las buenas obras, pues como el repite no podemos pensar en una  “gracia barata”. El amor de Dios  que es infinitamente compasivo con la miseria humana no exime de nuestra corresponsabilidad. La exposición de Kasper sigue el mismo fundamento de la carta a los Romanos, y de la carta a los Gálatas, en las que el apóstol san Pablo afirma de forma rotunda  la justificación del hombre por la Fe en Jesucristo. El hombre  adquiere el orden justo de sí mismo gracias  a la acción gratuita de Dios, y las obras personales se convierten en el sí expreso y objetivo que facilita  la recepción de la Gracia divina. 

        Confluyen  distintos factores en los últimos tiempos para acentuar la misericordia de Dios como la cualidad sobresaliente, pero en el fondo no es una novedad; lo que es nuevo es el conjunto de circunstancias que lo favorecen: un mejor conocimiento de la Escritura, una menor rigidez eclesial, la multiplicidad de aportaciones de las ciencias humanas y una atención a determinadas señales carismáticas. De hecho Walter Kasper  reconoce a Faustina Kowalska (1905 – 1938) la persona  providencial  para volver la mirada de la Iglesia hacia la misericordia divina como la esencia misma de Dios. 
        Al mismo tiempo, Kasper , hace mención de las revelaciones privadas del Señor  a santa Margarita María de Alacoque (1647 – 1690), en Paray-le- Monial, que fueron refrendadas con dos encíclicas de Pío XI, “Redentor misericordioso”; y Pío XII, “Haurietis aquas” ( beber de las aguas de la salvación).  Pero ha sido Faustina Kowalska la que dio una mayor amplitud a la misericordia divina, contando con el apoyo oficial de Juan Pablo II, que instituyo la fiesta de la Misericordia en el segundo domingo de Pascua. 

Muy oportuno este teólogo, obispo y cardenal, al escribir esta obra en un estilo asequible a cualquier persona que desee ahondar en estas verdades que llenan de paz el espíritu  del creyente. Debería  ser lectura obligatoria para  los que se están formando al sacerdocio y un libro de lectura  para  los predicadores en activo, pues nunca está de más  una buena reflexión sobre  este asunto que ayude  a recomponer  los corazones de la gente sencilla. El predicador ha de ser profeta de la misericordia divina para los que le son encomendados. 

Pablo Garrido Sánchez 

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