sábado, 27 de octubre de 2018

EL IMPUDOR VIRTUOSO; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Hay que reconocer a la Fundación Caballero Bonald un infalible olfato para escoger los temas del congreso que cada otoño organiza en Jerez. Este olfato para lo que se lleva o está en el aire lo ha heredado, sin duda, de su patrón, que fue siempre un gran olfateador. Es bonito: las instituciones heredan (sorteando el impuesto de sucesiones y la causalidad genética) las características de sus patronos.

Este año, la Caballero Bonald ha tenido el acierto de estudiar la novelística autobiográfica, ese género mixto, tan en boga en los últimos años, en los que el novelista nos cuenta su vida. Como ocurre siempre con las modas, concurren un sinfín de causas, desde la frívola pulsión imitativa hasta razones más profundas.

Vayamos con éstas. Vivimos en una sociedad con una inflación de ficción, no sólo a través de las series y los best-sellers, sino incluso en ámbitos que tendrían que ser más estrictos con los hechos, tales como la política, la información, la justicia o los negocios. Que la novela, que es el territorio por antonomasia de la ficción, vuelva la espalda a su campo de Agramante, invadido por todos, y se interese por la verdad de los hechos, tiene bastante de reacción enfurruñada.

Por otro lado, hay una presión cada vez más asfixiante al individuo desde la dictadura de las estadísticas, que nos convierten en porcentajes, hasta la imposición tácita e implícita de un discurso único políticamente correcto. El "yo" de cada cual, cualquier yo, se convierte entonces en un personaje épico en cuanto que lucha por la supervivencia. Es un David contra varios Goliaths, pura materia prima narrativa.

La piedra en la honda de este David del yo es la verdad y el estilo personal, aunque el estilo está al servicio de la sensación de sinceridad, por lo que redunda en lo mismo: un camuflaje inverso. La verdad es la herramienta esencial para construir un yo coherente, atractivo y libre. El novelista Manuel Vilas acuñó una etiqueta, "El impudor virtuoso", que merece un aplauso. Contra la discreción más burguesa de antaño, ahora ser descarado se convierte en una virtud, porque hace falta bastante fuerza para serlo y porque serlo es una manera de hacer una sociedad mejor de personas netas. Esto no tiene puede quedarse sólo en la narrativa ni en los géneros más tradicionalmente impúdicos, como la poesía, la diarística o, ejem, el columnismo. Debe practicarse en la vida cotidiana.

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