lunes, 29 de octubre de 2018

* NIÑO CHICO



La verdad es que el artículo de este lunes en mi semanal tribuna de Información San Fernando se las traía pues era el inmediatamente anterior a todo el jolgorio de jalogüín que este año no quería entrar pues me parece que es gastar demasiados cartuchos innecesarios.

Por eso he ido escribiendo con mimo este "Niño chico" que en verdad en una defensa de mis propias vivencias a modo de recuerdos...

Los recuerdos de un niño del Carmen que se crió, correteó, y aprendió a ser hombre en las Callejuelas.

Los recuerdos, las vivencias de uno, se hacen más palpables, son más intensas según van pasando los años y la vida va cambiando como también lo hacemos nosotros.

Por eso en este día tan preciso en el que ya La Isla va oliendo a muertos yo os hablo de la vida, de la mía, de la de tantos, de esa Isla de nuestra infancia donde crecimos aprendiendo los valores que hoy saboreamos con gratitud.

Jesús Rodríguez Arias



NIÑO CHICO



Era lo que te decían tus amigos de juegos y risas cuando querían meterse contigo, en ese tiempo, en La Isla de nuestra infancia, en la que nos creíamos ya mayores, donde la voz pasa esa necesaria transición que la deforma, cuando un reguero de hormiguillas difuminadas aparecían encima del labio superior, cuando ya esa niña de grandes pecas que siempre se ofrecía para jugar al fútbol nos parecía menos incordiante… Sí, cuando abstraídos con cualquier cosa te distraías y perdías ese pase mágico que era gol seguro, cuando jugando al coger era el primero en ser cogido, cuando en los bolis no dabas ni una.

”Niñochico, niñochico”. Esa era la mayor ofensa que se le podía hacer a ese niño que todavía era chico pero que quería sentirse mayor. Bueno, esa era la “ofensa” porque después venía el correspondiente “maculillo” ante la risas de todos menos del “humillado” que en vez de ir a su casa llorando y contárselo a sus padres para que interpusieran la correspondiente denuncia corría tras los amigos con la intención de darles un cosqui aunque al final la sangre no llegaba al río y al poco todos estaban riendo o pensando en la forma de colarse en aquél cine de verano.

En esa infancia, que también fue la mía, no había Facebook, ni Twitter, ni Istagram, ni ná de ná en lo que a redes sociales se refiere. No había Playstation ni Wii, no había consola de juegos que se enchufaban a la televisión porque en esos años pocas casas eran las que tenían una. Los hogares de esa Isla donde viví tan feliz mi niñez algunos podían tener un aparato de televisión, grande, vetusto, en blanco y negro, con una sola cadena, con unas horas de emisión, que podías ver con mayor nitidez si de vez en cuando subías a la azotea para zarandear un poco la destartalada antena. Años después vendría un segundo canal, el UHF, y ese siempre tenía agüilla por más que te pusieras.

Esa infancia, que también fue la mía, al colegio se iba mañana y tarde e incluso los sábados en horario matutino. Mi primer colegio fue la Academia O’Dogherty, en plena calle Real, muy cerquita de la Iglesia de San Francisco, que era una de esas casas buenas de La Isla con una escalera de mármol blanco, en la que casi me mato de chico, y con un jardín que servía a los niños para salir al recreo. Esta Academia la dirigían dos señoras, Concha y Tani, de una gran formación académica así como recias y rígidas en el trato a sus alumnos que ellas trataban a modo de discípulos pues querían sacar lo más floreciente del intelecto de todos a los que tenían bajo su tutela. Después vino el Almirante Laulhé, Wenceslao Benítez, Isla de León…

Sí, no cambio por nada en el mundo mi infancia, mi niñez y juventud en torno al Carmen, con mi Familia, con mis amigos de correrías, con mis sueños que nunca se cumplieron del todo. No, no cambio esa niñez por la niñez y juventud de hoy en día pues podrán estar mejor preparados, podrán ser adelantados, podrán ser grandes campeones en su materia pues desde chico se les ha inoculado el virus de la feroz competencia, de ser el mejor entre los mejores. Nuestros niños y jóvenes saben varios idiomas, conocen varias disciplinas deportivas, son expertos con las tecnologías pero no tienen casi tiempo libre entre el colegio, las actividades y el campeonato en el que participe su equipo los sábados o domingos. Y el tiempo libre lo dedican a jugar con la pantalla delante, a chatear con la pantalla delante, a vivir con la pantalla delante. Tenemos una infancia y juventud sumamente solitaria, donde el relacionarse en vivo y en directo con los demás cuesta.

Sí, prefiero mil millones de veces haberme educado al calor de una familia, haber estudiado donde lo he hecho, no tanto por lo académico sino por los amigos que tengo desde entonces como José Luis Becerra, Eulogio Grimaldi, Q.E.P.D, o Lucía Gómez, haber correteado, jugado esos partidos con esa pelota demasiado gastada, ganar y perder al coger, a los bolindres, sufrir y hacer sufrir esos “maculillos”, en definitiva tener el privilegio de poder decir que también he sido un “niñochico” pues todo eso ha hecho que sea el hombre que hoy en día escribe este artículo a modo de recuerdos, una niñez donde no había hallowen porque eso era cosa de chirlachi acarajotao con las pelis americanas.

Jesús Rodríguez Arias

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