miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿MARICÓN, HA DICHO?; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



En un jurado de poesía, unos querían dar el premio a uno y otros a otro, como suele suceder, pero, en el momento álgido de la discusión, uno de los del segundo bando dijo: "Ese que os gusta es un maricón". Por lo visto, en sus versos se traslucía, transparente, su tendencia sexual. Los que le defendían su calidad poética tuvieron la certeza de que había ganado. Tras ese exabrupto, los contrarios no tenían moralmente nada que hacer.

El caso de la ministra de justicia, Dolores Delgado, me lo ha recordado. Por supuesto, lo grave es que ella mintiese al decir que no conocía de nada (¡ja!) al comisario Villarejo y que hayan aparecido estas grabaciones hablando desinhibidamente (¡y tanto!) con él. La Notario Mayor del Reino mintiendo a dos carrillos. Pero es el detalle de que en medio de la conversación llamase despectivamente a Grande-Marlaska "maricón" lo que, como en el caso del premio de poesía, la deja sin nada que hacer.

No me extraña. Mientras que a las mentiras de los políticos nos hemos acostumbrado, esto toca la llaga de la homofobia, realza otros comentarios muy poco feministas de Dolores Delgado en esa misma conversación y, sobre todo, deja en evidencia una hipocresía muy propia del progresismo. Sospecho que Delgado y muchísimos de los de su ideología considerarían homofóbica mi creencia de que los actos homosexuales son pecado. Se rasgarían las vestiduras. Sin embargo, está por ver que alguna vez yo haya despreciado a nadie por su homosexualidad. Jamás. Ni que haya gastado bromas en privado. Ni que haya minusvalorado a nadie. El pecado atañe al orden moral, nunca es una condición personal y nada me impide tener a la vez el máximo aprecio por los pecadores, naturalmente empezando (ay, la pereza, ay, la gula, ay, ay, los otros) por mí. En cambio, la grabación de Dolores Delgado no es la primera ocasión en que oigo (otras veces en directo) a algún progresista recrearse en el insulto homofóbico. Luego nos acusarán de homofobia públicamente a otros, que no confundimos los órdenes, quizá para dispersar su mala conciencia.

No digo tampoco, no, que todos los progresistas ni la mayoría tiendan (por más que el comunismo clásico, desde luego, y los revolucionarios míticos, sin duda) a la homofobia. Pero sí que el ejemplo (malo) de Delgado quizá pueda prestar un último servicio a nuestra sociedad. El de enseñarnos a discriminar qué es una verdadera falta de respeto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario