sábado, 29 de septiembre de 2018

BABAS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Los escándalos del Gobierno me tienen en un sinvivir. No sólo por el trabajo periodístico de estar a la última -y siempre se queda uno en la penúltima- para escribir el próximo artículo, sabiendo que llegará tarde: antes de que se publique pasará cualquier cosa. El problema auténtico está en el continuo y escrupuloso auto examen. Cuando se nos ha dicho que sólo el libre de pecado tire la primera piedra o -mutatis mutandis- escriba la primera columna, sigo la actualidad haciendo un continuo regreso al pasado y un incesante viaje al centro de su conciencia.

Sánchez plagió en la tesis, y yo, que he citado a diestro y a siniestro a mis maestros hasta el punto de que algunos de ustedes me han afeado tanto nombre propio, no sé si puse siempre comillas y sé que me he autoplagiado, y más que él, lo confieso. Si pudiese pagar menos impuestos, lo haría, como Pedro Duque, sólo que no di con el método. Nunca he llamado "maricón" a nadie, ni en público ni en privado, ni le he reído la estrategia al promotor de un prostíbulo, como Dolores Delgado, alias "éxito asegurado", pero sí pienso, como Lola, que los hombres babean más que las mujeres, en línea general.

Y en particular, yo. Babeo el que más. Esa observación tan fea no se la puedo afear a la ministra. En parte, por eso, soy tan forofo de la institución del matrimonio fiel e indisoluble. Tiene ventajas más espirituales y mucho más románticas, pero también encauza el babeo. Se babea delante de quien más interés tiene en que mantengas tu dignidad. Así resulta casi imposible caer en una red de extorsión mafiosa de "éxito asegurado", ni en el ridículo.

Habrá alguien más cínico que añada que, además, el babeo monogámico termina moderándose por su propio peso, de manera que a la intimidad se suma luego la sobriedad. No me parece necesario. Con tu mujer se puede babear hasta extremos, digamos, ministeriales, que no pasa nada, uno no está ante un tribunal de mujeres, que es algo terrible según da fe la susodicha Notario Mayor, sino ante una reina absoluta y piadosa.

T. S. Eliot sostenía que la literatura consiste en convertir la sangre en tinta, y qué hermosa defensa de la imbricación de la vida y las letras mediante la autenticidad más transfigurada. Concretando, podríamos precisar que la poesía lírica es convertir las babas en tinta, y que por eso estará siempre frente a la peor política que no quiere más que babas y más babas.

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