domingo, 29 de abril de 2018

LAS REGLAS DEL RECREO; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Quizá no debería defender la educación diferenciada porque mi neutralidad está condicionada por tantos buenos recuerdos. Hay una historia de mi colegio de sólo chicos que parece un sueño y que siempre me levanta una sonrisa que tiende a la carcajada. En un colegio con chicas no se habría producido jamás, porque los mayores habrían estado ¡naturalmente! ligando, y los medianos mirándose de reojo.

Empezaron los de COU. Quizá a un lector de Astérix o a un amante del cine péplum se le ocurrió organizar a los más pequeños del colegio en legiones, centurias y decurias. Los chiquitines iban marcando el paso la mar de bien por el recreo. Pero (peligros de la militarización) pronto intentaron imponer su ius a los cursos medios. Un centurión (un mayor) daba la orden de ataque y un enjambre de enanos exaltados te rodeaba y te echaba de un campo de fútbol o te exigía un impuesto de bocadillos. El arma era el jersey del uniforme anudado. Un mangual textil. 

Aquella civilización invasiva y colonizadora resucitó el espíritu de Viriato y Vercingetórix. Incapaces de organizarnos, cada curso intermedio se erigió en pueblo soberano: cartagineses, celtas, anglos, iberos (mi curso), galos, godos, griegos…, y plantó cara al invasor. De pronto, el inmenso secarral del recreo se convirtió en un campo épico. Era tan emocionante que incluso fui capaz de no entrar varios días al comedor, ¡yo!, para ganarle unos minutos a la estrategia.

Con la emoción, se produjo una escalada en las hostilidades y una carrera armamentística. Algunos empezaron a meter piedras dentro de sus jerseys; otros, a tirarlas con tino; otros, a blandir palos… No sé si fueron las brechas o alguna madre que protestaría por los estados de los jerseys (estirados y arrugados al mismo tiempo), pero la dirección del colegio impuso por la fuerza el pacifismo.

Espero que usted no haya llegado hasta aquí esperando una analogía con la actualidad o una enseñanza moral. Ni siquiera sirve para una defensa de los patios de colegios no mixtos porque quién sabe si ahora con los móviles y la sensibilidad mayor a los coscorrones salvajes aquello tampoco sería posible en la educación diferenciada, como ya no se juega al mangüiti o al cinturón. Pero fue asombroso y divertido y peligroso y raro. Haber sido feliz es otra manera de seguir siéndolo. Haber combatido en las guerras del recreo habrá marcado, ¡seguro! pero ¿cómo?, nuestras vidas.

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