viernes, 21 de julio de 2017

FRACASOS Y FRACASOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ





Que con dos suspensos se titule en Secundaria, incluso en junio en algunos casos, ha supuesto un escándalo y, por eso, una oportuna llamada de atención sobre una deriva que viene de muy lejos y va más allá. Leo todos esos artículos que reaccionan (y todos son pocos) con una vergonzante alegría.
Una sociedad obsesionada con el éxito quiere crearse un sistema educativo a la imagen de sus fantasías. Como esto se está explicando muy bien, me gustaría concentrarme en un pálpito. Sospecho una inversión de la proporción que había hace treinta años (mi generación) o, aún mejor, hace sesenta, entre el fracaso escolar y el fracaso profesional, por ponerle un nombre. Mi hipótesis, que tendría que certificar alguna estadística, es que antes había más fracaso escolar, sí, pero que el triunfo profesional posterior, además de más extendido, podía no depender nada de los currículums. Había, por tanto, muchos más fracasos académicos que vitales. De un tiempo a esta parte, se ha invertido esa relación: hay muchos triunfos académicos seguidos de tropezones profesionales inesperados.
Ningún fracaso es agradable, y lo mejor son los éxitos encadenados, obviamente; pero el fracaso académico seguido de un triunfo empresarial o profesional tiene o tenía más ventajas. Primero, por la secuencia. Es un clásico del cine épico que las cosas empiecen muy mal para arreglarse luego. Después, se daba una supuesta victoria moral sobre el sistema educativo: el consuelo, legítimo, de quienes te cuentan, henchidos de satisfacción, lo malos que fueron en los estudios y lo bien que se han bandeado. "Mejor que tú", están a un tris de decir, y no me importaría, aunque sin cambiarme. Y, sobre todo, esa situación favorecía al sistema educativo, al que no se le exigía una preparación profesional que ya se veía que podía lograrse sin él. Lo que le permitía centrarse, con libertad y tiempo, en una formación académica rigurosa.
Lo contrario es triste. La secuencia temporal, de tragedia: empezamos sobresaliente para terminar suspensos. El desengaño es muy grande tras unas calificaciones brillantes o, como mínimo, notables que no sirven. Cunde una sensación de timo, que se vuelve contra el sistema educativo que tan amable se quiso, y al que se piden explicaciones de un fracaso que no tuvo el valor de advertir. Orientar toda la escuela contra el fracaso educativo tiene mucho de autozancadilla de/a la educación.

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