Estamos tan acostumbrados a que "la economía es lo que importa a los españoles" que, si una medida política no cuesta nada al contribuyente, la damos por buena. Yo, no tanto, gracias a mi mujer, que me recuerda, cada vez que vuelvo de la compra, que no hay que traerse todos los tres por dos si no necesitábamos ni uno. Lo digo ahora por los semáforos para la diversidad sexual de San Fernando, pioneros en España, dicen, tan contentos porque han salido gratis.
Los semáforos no atentan contra las arcas públicas (ya estaban previstos como mejora en el contrato con la empresa adjudicataria) y nos alegramos. Pero quizá choquen contra el sentido común, como sugería ayer José Joaquín León, y hasta contra la diversidad afectivo-sexual que quieren defender.
Si convierten a unos muñequitos de los semáforos en símbolos de la diversidad sexual, transformándolos en dos mujeres de la mano o dos hombres y un corazoncito, ¿no están, por contraste, convirtiendo en heterosexuales y, si me apuran, hasta en heteropatriarcales a todos los muñequitos del resto de semáforos del mundo? No lo son, por supuesto, sino un icono simple para que las personas de toda laya y condición (sexual) sepan cuándo cruzar la calle o no. Lo malo es que, al cambiarlos en diez semáforos "ubicados en puntos clave de la ciudad", cargan de sentido (inverso) a los que no se cambian. Ya ha sucedido con el plural genérico famoso. Cuando la señora alcaldesa de San Fernando, por ejemplo, hablando de esta iniciativa, dice: "Sintámonos orgullosos y orgullosas", no sólo gasta más saliva y menos gramática, sino que contribuye a que la expresión canónica y común "orgullosos" suene en los oídos desprevenidos como un horror machista. Lo mismo van a hacer con los inocentes muñequitos asexuados y casi virginales de los semáforos clásicos, a poco que cunda la moda.
No discuto la intención ni tampoco la diversidad afectivo sexual, sino la medida. Cuenta Chesterton en La esfera y la cruz que uno se empeñó en quitar todas las cruces del espacio público y acabó como un poseso arrancando los postes con travesaños de las calles porque veía cruces por todas partes. Aquí, como sigamos así, vamos a ver huellas del heteropatriarcado hasta en las señales de tráfico. El mensaje de la tolerancia se puede entender fácil, sin necesidad de hacernos un esquema ni colocar un recordatorio en cada esquina, como si fuésemos obtusos y amnésicos.
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