Hoy te encontraste con una ambulancia y quizá ello te obligó a pensar en el dolor; en ese pobre enfermo que iba camino del hospital, en ese médico, en ese enfermero, que viven dedicados plenamente a atender al enfermo y hacerle más llevadero su dolor.
Esa ambulancia ha sido para ti un verdadero despertador de la espiritual modorra que engendra el no pensar en el mundo del dolor. Por eso, Dios permitió que una ambulancia se cruzara en tu camino.
Esta mañana te levantaste sano, y esta noche te acuesta sano; no pensaste en esa riqueza inmensa que es la salud y te quejaste porque no tenías otras cosas; ¿No hubiera sido más justo que agradecieras el tener lo más y no te quejaras de no tener lo menos? ¿Que vieras en Dios al Dador de todos los bienes y no tanto al negador de ciertas comodidades?
Y si Dios permitió que en el día de hoy sintieras algún dolor, ¿no hubiera sido mejor que unieras tu dolor al dolor redentor de Cristo y al de tantos otros hombres, que hacen posible que los hombres miren algo más hacia el Padre, en los cielos?
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