viernes, 17 de febrero de 2017

"EL PAPA NOS ESTÁ PIDIENDO A LOS LAICOS QUE NOS COMPORTEMOS COMO PERSONAS MAYORES DE EDAD".




José Beltrán, director de la revista Vida Nueva, es el ponente principal en la Jornada de Apostolado Seglar de Madrid, que se celebra este sábado en el colegio Valdeluz, presidida por el cardenal Osoro

Como laico de Getafe involucrado, de manera especial, en las misiones y en la pastoral infantil y juvenil, ¿qué entiendes tú por «Iglesia en salida», por «periferias», por «conversión misionera»…? ¿Qué crees que falta hacer, qué cambios de actitudes percibes que son necesarios todavía para recoger esos guantes que continuamente lanza el Papa Francisco?
Vivo y soy en un barrio que es periferia de una ciudad de periferia, que hace décadas acogió a migrantes de todos los puntos de España y ahora acoge a ciudadanos procedentes de diferentes lugares del mundo. En ellos se da ese sentido de pertenencia a una periferia real, es decir, de aquellos que cuentan con menos recursos y en muchos casos se encuentran a la vera del camino. Pero también se concentra esa periferia existencial, de ese desarraigo social, afectivo y espiritual al que estamos llamados a llegar. Así pues, ser Iglesia en salida, más que hacer un ejercicio físico, implica una actitud para promover la cultura del encuentro que nos pide el Papa Francisco en el rellano de la escalera, en la cola del supermercado y en la atención a los chavales con dificultades dentro y fuera del aula. Es en estos escenarios donde la misericordia se aterriza en lo concreto. Ese cambio de actitud personal es lo que entiendo por conversión misionera. Cuando a menudo los periodistas solemos echar sobre cuatro cardenales curiales el peso de las resistencias a las reformas que propone Francisco, se nos olvidan las resistencias que cada uno de nosotros ponemos para desinstalarnos de nuestra zona de confort y aplicar en nuestra vida Evangelii Gaudium, Laudato si’ y Amoris laetitia.
Y como director de Vida Nueva, una publicación que llega mayoritariamente a un público católico, ¿qué respuesta das a esa misma pregunta? ¿Cómo construyes Iglesia en salida desde la revista?
Hay que arriesgar, informar desde la frontera, aunque eso suponga manchar, resbalarse y caerse, ser voz de anuncio profético sin tabúes de por medio, pero también de denuncia, aunque esto todavía no sea entendido por algunos. Afortunadamente, quienes trabajamos hoy en Vida Nueva estamos plenamente identificados con la herencia recibida de cuantos se han volcado desde sus inicios con este proyecto periodístico que nació para respaldar la bocanada de aire fresco que trajo consigo el Concilio Vaticano II a nuestra Iglesia. Gracias a estas raíces, Vida Nueva no ha tenido que poner rumbo a las periferias, porque ya estaba allí, apostando por el todavía incomprendido Pontificado de Pablo VI, impulsando la apuesta del cardenal Tarancón por una Iglesia abierta a la sociedad y motor de cambio, haciendo visible la opción preferencial por los pobres de Aparecida, o poniendo en el Sur siempre en el centro de nuestra mirada al mundo.
Desde hace ya muchos años se habla de promover el apostolado seglar, la corresponsabilidad de los laicos, etc. ¿Qué crees que falta todavía para pasar plenamente del eslogan a la realidad?
A menudo cuando los laicos respondemos a esta pregunta, lo hacemos con una hoja de reclamaciones a los sacerdotes y religiosos, como si aquello fuera la carta a los Reyes Magos, que un niño escribe y espera recibir. Y ahí nos quedamos. En ser niños. Y Francisco ahí nos da unos cuantos tirones de orejas, como lo hace a todos los que nos sentimos Iglesia. Nos insta a que seamos mayores de edad y nos comportemos como tal. Esto significa que está muy bien el que haya un mayor reconocimiento institucional y una mayor confianza del clero hacia al seglar, pero debemos preguntarnos si verdaderamente estamos preparados para responder a esta confianza plena. Sé que en este camino hay que salvar muchos baches, entre ellos, el no confundir la singularidad que cada vocación, pero creo que es esa confianza la que nos hará madurar a todos. Para ello, y esto lo digo desde mi experiencia personal, creo que solo se podrá llegar a una verdadera corresponsabilidad, si no solo se comparte una tarea, sino que se comparte la vida, si velamos unos por otros, si nos acompañamos unos a otros.
La vida religiosa ha dado forma a esa preocupación con la misión compartida, en la que, por cierto, tú estás personalmente involucrado con las calasancias. Desde tu propia experiencia, ¿cómo evalúas el camino que están siguiendo las religiosas y los religiosos?
Madurez. Ese es el primer sentimiento que brota cuando tengo que mirar atrás, analizo el presente y veo posibilidades de futuro. Es cierto que la apuesta de la misión compartida ha venido precipitada en muchos casos por la falta de vocaciones para responder a las obras, pero la mirada con la que se está afrontando goza de mucha valentía. Hay que valorar el convencimiento con el que las congregaciones viven ya hoy que el carisma legado por sus fundadores no les pertenece solo a los religiosos, como don de la Iglesia es un regalo para todos, con un matiz especial para los laicos con los que caminan, como cooperadores de una espiritualidad, fraternidad y misión dentro de la Iglesia.
Ricardo Benjumea

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