viernes, 17 de febrero de 2017

ALEPO SE LEVANTA

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Nos encontramos en la segunda ciudad de Siria, entre casas y calles destruidas. La escena es dolorosa, pero también deja vislumbrar motivos para la esperanza. La vida vuelve a florecer, tan pronto como es posible, también entre los escombros.

Ruinas. Casas y kilómetros de carreteras destrozados. Es la etapa más dolorosa del viaje a Siria, donde cuesta más esfuerzo contener la emoción. 

¡Bienvenidos a Alepo! Los carteles que indican la entrada a la antigua capital del norte suenan casi a broma. Los signos de la cruenta batalla que hace unas semanas consiguió expulsar a las fuerzas rebeldes son la cicatriz más evidente en esta gran ciudad. Pero ni siquiera la guerra ha logrado destruir al hombre. Los rostros de las personas finalmente sonríen, los coches han vuelto a circular. También varias actividades comerciales han vuelto a funcionar, y por la noche algo de luz desde las ventanas ilumina las casas de los habitantes de Alepo. El tráfico atasca de nuevo la ciudad y el ruido de los claxon ensordece como en cualquier ciudad árabe que se respete.

Basta dar la vuelta a la esquina, sin embargo, para llenarse los ojos de edificios reventados por los misiles y las bombas; de niños que juegan con los restos de las casas; de ancianos que revuelven entre la basura para encontrar algo de comer; de soldados cansados y hambrientos que contemplan aburridos lo que queda del “Paris de Oriente Medio”. El agua corriente va y viene, así como la electricidad. Golpea el silencio, ahogado, mientras nos movemos a tientas entre las calles repletas de escombros. Quién sabe cuánto tiempo hará falta para reconstruir todo… Cuándo trabajo para aliviar el dolor de quienes han perdido esposas, hijos, casas y seres queridos.

Incluso los muertos no encuentran paz en esta guerra. Cuando el párroco latino fray Ibrahim Alsabagh nos acompaña al cementerio, nos muestra tumbas de personas totalmente al descubierto. Explica: «No hemos tenido casos de profanación, afortunadamente, pero muchos ladrones han venido a robar lo que los parientes de los difuntos habían colocado junto a sus seres queridos durante el entierro». 

En ese cementerio destruido trabaja Tarek, un joven sirio que está repintando la capilla devastada por los bombardeos. Con él y con el ingeniero Toni seguimos a pie para visitar algunas casas destrozadas por las bombas y ahora recuperadas gracias a un proyecto financiado por la Asociación pro Terra Sancta. El objetivo, ambicioso, es permitir a 29 familias volver a vivir en sus casas, «y de este modo incentivar también a aquellos que han huido del país a regresar». 

Se trabaja de continuo en la parroquia de San Francisco. Los pozos de agua potable siempre están disponibles para las personas que no pueden permitírsela y varios autobuses parten cada minuto para distribuirla también más allá del barrio de Azizieh. El jueves se dedica a la distribución de paquetes de comida. En el centro de acogida encontramos a Bashir, un niño de unos cinco años. El padre está desaparecido no se sabe dónde y la madre no trabaja. La única esperanza que tienen de sobrevivir, ella y su hijo, es la ayuda que reciben semanalmente de la parroquia. Bashir es tímido, pero sonríe cuando nos ve. Como él, cientos de personas esperan su turno en el salón. A cada uno se le da un cupón con el que puede comparar los alimentos y medicinas que necesite. Pero antes, en un breve instante de silencio, fray Ibrahim invita a todos a rezar para pedir el don tan esperado de la paz en Siria. Porque el pan es importante, pero no lo es todo.

En el hospital San Luis encontramos a Giudy, de 11 años, con su madre. Giudy fue alcanzada por dos esquirlas de mortero que le entraron en el cerebro. Probablemente no se despierte nunca del coma profundo en que se encuentra. Abre y cierra los ojos. Su madre, musulmana, mira la imagen de la Virgen colgada en la pared. Y cuando fray Ibrahim hace la señal de la cruz sobre la frente pálida de la niña, se conmueve, sonriendo a su hija.

Bienvenidos a Alepo, donde esperanza y dolor se entrelazan en un vínculo difícil de deshacer, pero ha vuelto la vida. Finalmente, después de tanto, demasiado tiempo.

Andrea Avveduto, desde Siria | 30 enero 2017

Texto original publicado en Terrasanta.net
Se puede ayudar a los franciscanos de Siria a responder a las necesidades de los que llaman a su puerta contactando con la ONG de la Custodia de Tierra Santa, ATS pro Terra Sancta.

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