
Hospital de campaña
Siempre me han interesado los movimientos migratorios de los seres vivos, esa especie de alerta de supervivencia. En los emigrantes hay un abanico amplio de razones para salir de la propia tierra e ir a otra, tal vez desconocida. En los refugiados, solicitantes de asilo, todas esas razones se reducen a una: seguir con vida.

Aquí al monasterio llegan, como a la isla de Lesbos, los otros refugiados, los que conviven con nosotros en nuestras ciudades y son de nuestra misma raza y condición. Vienen de muchas guerras y hostilidades: el abandono, la desesperación, la angustia, la pobreza, la violencia doméstica, callejera, ciudadana… A menudo vemos al otro como el extraño, el extranjero, el diferente, el enemigo. Así, vemos al refugiado africano y asiático, y al refugiado de nuestra sociedad, con una cierta hostilidad. No hay otro modo de paliar las hostilidades sino es con la hospitalidad. Solo cuando hacemos del enemigo un huésped, el mundo cambia, y esto solo es posible si vemos al hombre y, en él, a Cristo.
La familia de Nazaret también huye hoy como ayer de los tiranos de todos los tiempos y lugares. «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti».
Madre Prado González Heras
Priora del monasterio de la Conversión. Hermanas Agustinas
Priora del monasterio de la Conversión. Hermanas Agustinas
No hay comentarios:
Publicar un comentario