martes, 4 de julio de 2017

DOLCE FAR NIENTE; POR ENRIQUE GARCÍA-MAÍQUEZ


Diario de Cádiz
Me eché en la sombra, muy cansado. Mientras caía como un cuerpo muerto cae, se me escapó una sonrisa. En la cena de la noche anterior nos habían clavado cual si fuésemos veraneantes. Cuando los indígenas tratábamos de explicarnos tal cuenta, alguien sugirió que quizá habíamos bebido mucho vino. "Nunca es mucho", proclamamos, solemnes. Ahora, un día después, admití que cabía tal vez esa posibilidad… La sombra me acogió en sus brazos, y la madre tierra.
Tumbadito, dejé a mi lado el tomo II de En busca del tiempo perdido, para el que nunca termino, ni en verano, de encontrar el tiempo. No estaba a la sombra de las muchachas en flor, pero casi. Las ramas vareaban el azul del cielo a fuerza de levante. Algún gorrión se agarraba a ellas para no ser arrastrado. Sopesé si alguna vez habrá caído una rama sobre un paisano que echaba la siesta. Los cálculos no tuvieron que parecerme demasiado alarmantes, pues me dormí.
Tras la cabezada, quédeme y olvídeme de que no tenía el móvil a mano y, contra la ansiedad que suele asaltarme cuando me hallo en tal desamparo, me alegré, porque, peor que el ruido físico, resulta el virtual de las redes sociales, que nos echamos, incautos, al bolsillo. Estaba, por tanto, en un perfecto silencio (que no rompía el silbido del viento queriendo tocar una flauta travesera que no acaba de encontrar). Volví a caer: ahora en la cuenta de que hacía muchísimo tiempo de que no dedicaba una tarde a no hacer nada. Quizá me he tomado demasiado al pie de la letra aquello de que descansar es cambiar de ocupación.
Lo de las ocupaciones mutantes funciona casi siempre, de acuerdo, pero no sabemos lo que nos perdemos. Hay que saber perderse. Podría hacer un esfuerzo de memoria para buscar citas prestigiosas que alaben el ocio silencioso. Debe de haberlas en abundancia porque de nada se ha hablado tanto como del silencio.
No me extraña: aunque es extraordinario, hay que saber aguantarle la mirada (y el oído). Abunda quien se pone nervioso y rompe a hablar, aunque sea del silencio, para romperlo, disimulando. Lógico: en el silencio, como te descuides, se te despiertan la conciencia, los anhelos de trascendencia y los agridulces recuerdos. Las citas sobre el silencio son, por tanto, contradictorias y yo voy a callarme ya. Me basta con recomendarles que aprovechen estas vacaciones (o los fines de semana, si todavía no) para no hacer nada. Nada es tan productivo.

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