viernes, 29 de agosto de 2014

EL PODER DEL CORAZÓN: BUSCADORES DE LA VERDAD: INTERVENCIÓN DEL CUSTODIO DE TIERRA SANTA EN EL MEETING DE RÍMINI.


Misioneros franciscanos al servicio 
de la Tierra Santa




Texto completo: 

No es sencillo, en poco tiempo y en una sede como esta, entrar en un tema tan amplio y tan complejo como el de Oriente Medio hoy, sometido a fuego, en radical y dramática transformación.

Y todavía es más difícil poner en relación esta trágica situación con el “poder del corazón”, que es el tema de nuestro encuentro. ¿Qué puede hacer el corazón ante el drama humanitario que los medios de comunicación nos muestran desde hace meses? Es necesario algo más que unas buenas palabras y buenos sentimientos. Es algo que hay que pensar.

Creo, sin embargo, que sería un error limitarse a un análisis político profesional, social e histórico, de cuanto está ocurriendo (¡siempre que se pueda hacer!) sin una mirada religiosa, redenta, que nos ayude a leer e interpretar los acontecimientos sin que nos arrolle. Los dos ámbitos son necesarios, uno y otro. Tenemos necesidad de expertos que nos ayuden a comprender los cambios radicales a los que estamos asistiendo desde el punto de vista político, económico y social. Pero necesitamos también una mirada alta, amplia, libre de miedos y complejos.

En estos últimos meses, en Jerusalén, nos estamos viendo arrollados de peticiones y propuestas que nos llegan de las más impensables asociaciones y movimientos internacionales de carácter absolutamente laico que, preocupados por lo que está sucediendo, quieren implicarse en iniciativas de lo más disparatadas en los ámbitos mediático, cultural, político e incluso militar, para “salvar el cristianismo y su cultura” en Oriente Medio, y no solo allí. Son preocupaciones legítimas, como desgraciadamente constatamos, pero a las que les falta la mirada de la fe, la mirada de quien no solo confía en las capacidades operativas propias de distinto género, sino que confía, entrega la propia vida a Otro, de algún modo.

De algún modo significa: trabajando, rezando y escuchando toda sugerencia del corazón, dejando que la búsqueda apasionada y libre de la verdad indique caminos desconocidos o inesperados, preparados para asumir la responsabilidad de poner por obra nuestro esfuerzo personal hacia el prójimo, con el prójimo.

No he venido aquí para exponer una crónica de los sucesos. La conocemos ya por los medios, junto a los distintos análisis de lo que está pasando. Daremos, de cualquier modo, sobre todo, nuestra lectura de lo que está pasando, sabiendo que es necesariamente parcial y aproximativo.

Oriente Medio está cambiando radicalmente


Oriente Medio ha vuelto de forma prepotente a la escena de la información, y ahora también a la preocupación de muchos. Egipto, Israel y Palestina, Libia, y sobre todo Siria e Irak, son el centro de un profundo cambio con perspectivas aún nada claras. Aquella especie de estabilidad que durante cuarenta años caracterizó las relaciones (o no-relaciones) en estos países ha terminado definitivamente y nuevos equilibrios, que todavía no podemos definir, se están entreviendo, fuente de preocupación para muchos, sobre todo para la pequeña comunidad cristiana y el resto de minorías.

El Oriente Medio que hemos conocido del siglo XX, el que nació de las ruinas del viejo Imperio otomano, desde el fin de los distintos colonialismos y el nacimiento de los estados nacionales, se acabó. Ha comenzado un nuevo período cuya dirección, sin embargo, no somos todavía capaces de comprender.

Inicialmente, lo que ha sido bautizado como “la primavera árabe” suscitó mucho entusiasmo: las plazas llenas hacen caer a los dictadores que desde hace décadas dominan impugnemente; finalmente el pueblo, y los jóvenes en especial, se han convertido en protagonistas de la vida de sus países y construyen la historia. Todos, sin distinción de pertenencia, participan en este momento importante.

Este proceso, sin embargo, ha sido en cierto modo “secuestrado” por movimientos y partidos religiosos que han violado la naturaleza de esta primavera transformándola en una verdadera y auténtica lucha de poder entre los distintos componentes religiosos y sociales de Oriente Medio, en particular en la lucha entre chiíes y sunníes. Una lucha de poder no privada de intereses de distinto género (políticos, económicos, energéticos, etc.), obviamente, pero que ahora a nosotros no nos interesa analizar.

Signo evidente de tal involución respecto al momento inicial de la primavera árabe es la persecución de la que los cristianos y otras minorías religiosas son víctimas en estos últimos meses, y la consolidación de movimientos y partidos islamistas -algunos muy extremistas- en la escena pública. La relación con las minorías, en efecto, se ha visto sometida a una gran crisis en forma de persecuciones e instrumentalizaciones de distinto tipo.

Sin embargo, para comprender de una manera más completa la naturaleza de las relaciones entre las distintas comunidades religiosas de Oriente Medio, es necesario partir de su contexto histórico y social. Mucho más que en Europa, Oriente Medio siempre ha sido un crisol de diferencias religiosas. Judaismo, cristianismo e islam tienen su corazón y sus raíces en Oriente Medio. Cada una de estas religiones ha conocido después divisiones y desarrollos internos muy vivos: sunníes, chiíes, cristianos ortodoxos, coptos, siríacos y tantísimas otras comunidades han surgido a lo largo de los siglos, haciendo del Oriente Medio -único en su género en todo el mundo- un lugar de convivencia. Hay que decir que la convivencia nunca ha sido fácil y las persecuciones a lo largo de los siglos nunca han faltado. Pero jamás se había vivido una “limpieza religiosa” del tipo de esta a la que estamos asistiendo hoy.

¿Oriente Medio, lugar de convivencia? Sí, ciertamente mucho más que cualquier otra parte del mundo. Me explicaré con un ejemplo que conocemos. Si en Italia, o en un país europeo, en Occidente, se vive un momento de encuentro/diálogo con personas de otras creencias y tradiciones religiosas, generalmente se da dentro de un marco en el que se enfatizan las virtudes: queremos ver lo mejor y ellos quieren ofrecernos lo mejor de sí. En Oriente Medio, cuando uno se encuentra con un judío, un musulmán, un copto, un armenio... todos son ellos mismos. Nos encontramos en una cotidianidad que no es otro momento de la vida, sino que vivimos juntos los mismos problemas, cada uno con su propia cultura, su propia fe, sus propias tradiciones. Hay dificultades cotidianas comunes, precisamente lo que es deliberadamente excluido en estos encuentros que se dan en Occidente. Y esto es convivir: vivir-con el otro, sin prevaricaciones, sin imposiciones, sin espíritu de conquista...

Es importante comprender que la pertenencia religiosa es también hoy en todo el Oriente Medio una pertenencia social y cultural. La fe no es solo una experiencia religiosa personal, sino que también es la definición de una identidad personal y social. La religión es determinante, tanto en sentido estructural como en sentido histórico, cultural y humano. Es raro encontrarse huellas de elementos laicos, en el sentido introducido en Occidente por la modernidad, donde Estado e Iglesia son entes distintos y donde la fe es solo un aspecto más o menos relevante de la realidad social. En Oriente Medio la religión entra en todos los aspectos de la vida cotidiana, pública y privada, y la empapa en profundidad. Así, la mayor parte de la población continúa regulando y jalonando su propia existencia sobre la base del ethos religioso consolidado, típico de distintos grupos de pertenencia y profundamente interiorizado por los miembros de cada una de las comunidades.

El componente religioso constituye casi siempre un elemento esencial en la construcción de la identidad personal y tiende a manifestarse en algunos aspectos específicos, distintivos y recurrentes, como por ejemplo la participación activa en la oración ritual y en las celebraciones, en el modo de vestir, la opción de ponerse o colgarse objetos o símbolos específicos del proprio credo confesional, la elección de los nombres de los hijos. Además, cada individuo recibe al nace un número de identidad junto al que se pone una sigla que define la religión a la que pertenece. Esta sigla se convierte en parte integrante de su identidad civil: todos se definen y consideran como cristianos, judíos o musulmanes independientemente del hecho de que sea practicante o no. En fin, en la autoridad religiosa se delegan muchos aspectos de la vida del país. Un ejemplo significativo lo representa el matrimonio: no existen matrimonios civiles; el matrimonio es siempre religioso, con notables consecuencias a nivel social.

La pertenencia religiosa, por tanto, además de definirse en relación consigo mismo, te define también las relaciones con el prójimo. La propia experiencia religiosa y social es también definición de la propia relación hacia el otro, a nivel personal y social. Dos habitantes de Jerusalén, aun teniendo la misma ciudadanía, si pertenecen a religiones distintas, tendrán dos modos diferentes de situarse ante los problemas comunes y responderán a dos modelos sociales completamente distintos. Se puede incluso ser ateo, pero se sigue sienndo judío, cristiano o musulmán y así el resto. 

Esta forma de convivencia religiosa -que es otra cosa que la integración, que es un desafío occidental- ha caracterizado a Oriente Medio durante siglos, aunque de una manera nunca simple y lineal, y forma su carácter constitutivo. Es por esto que los cristianos de las distintas confesiones, musulmanes sunníes, chiíes, yazidíes, curdos, alawíes, drusos, etc., hasta hoy siguen presentes todavía aquí en Oriente Medio. La preocupación principal en este momento se da precisamente en el miedo por el ascenso al poder, sobre todo en Siria y en Irak, pero no solo aquí, de movimientos islamistas integristas. Las imágenes que vemos cotidianamente sacuden nuestras conciencias. Me refiero especialmente al así llamado Estado Islámico o Califato, que ha situado en su punto de mira no solo a las minorías no islámicas, sino también a los mismos musulmanes que no comparten su doctrina.

Las preguntas sobre estos movimientos hoy son el centro de las preocupaciones de muchas comunidades religiosas en todo Oriente Medio.

En el interior de las comunidades cristianas se asiste a una tensión creciente, al lamento de garantías quizá perdidas, a la tentación de escapar, que a veces se convierte en una necesidad, como hemos visto en Irak. Lo que se ha hecho a los cristianos y yazidíes en la llanura de Nínive es sencillamente vergonzoso.

La “limpieza religiosa” con la que se está manchando el llamado Estado Islámico, que es también aunque sutil en otros países árabes, va, en primer lugar y sobre todo, contra la historia y el carácter de Oriente Medio y no se puede obviar con el silencio. Es necesario que todas las comunidades religiosas alcen su voz contra esta abominación. El mundo islámico ha empezado a reaccionar, finalmente, pero, honestamente, debemos decir que ha parecido una denuncia muy tímida. Los medios de comunicación árabes no han exagerado precisamente al publicar las declaraciones de distintos líderes religiosos musulmanes.

El diálogo interreligioso en este momento no puede prescindir de una denuncia común y fuerte de lo que está ocurriendo. Lo requiere la gravedad del momento y la necesidad de continuar viviendo y dialogando juntos.

Está claro, además, que este tipo de fanatismo debe ser detenido, si fuera necesario incluso con la fuerza, con todas las garantías necesarias. El uso de la fuerza, además, sin una perspectiva de reconstrucción en todos los niveles, no resolvería nada. La fuerza detiene, destruye; pero si no se construye, el vacío creado por el uso de la fuerza dará vida a un mayor extremismo. Porque siempre hay uno más puro y más justo que tú...

Esto vale también para el antiguo conflicto palestino-israelí, del que querríamos hablar lo menos posible porque, honestamente, no sabemos qué otra cosa decir a este propósito. La fuerza sin una perspectiva de (re)construcción social, económica, política, no llevará a otra solución que un nuevo regreso al uso de otra fuerza, en una especie de círculo vicioso. ¿Cómo se puede hablar de paz o perspectiva de paz si en el corazón se acumulan principalmente odio, rencor, dolor, venganza a causa de la violencia sufrida, si no se construye una esperanza? Y no hay familia en la que no haya habido tales experiencias violentas... La fuerza no es nunca el camino. Puede a veces, si es necesario, como ahora en Irak, abrir un camino, pero jamás construirlo.

Oriente Medio, empezando por Tierra Santa, Israel y Palestina, tiene una necesidad urgente y dramática de encontrar un nuevo camino para delinear su propio futuro, que solo se puede construir juntos, con todas los actores que lo componen, y jamás solo con uno contra otro. Cristianos, musulmanes, curdos, judíos y todo el resto de comunidades religiosas y étnicas son parte integrante de la vita de estos países y no desaparecerán. Presumir ser capaz de hacerlo es una pura ilusión e ignorar la existencia es ceguera.

Junto a la traición de la convivencia histórica entre las distintas comunidades religiosas, que es una triste crónica de algunas ciudades iraquíes ocupadas por los fundamentalistas, hay todavía también formas de solidaridad que se deben señalar.

En una visita reciente, realizada hace pocas semanas, a Siria, a la masacrada ciudad de Alepo, he constatado que es posible también que extraños se unan ante las necesidades y emergencias comunes. Voy a poner solo algunos ejemplos.

La ciudad de Alepo está desde hace meses sin agua y la única salvación está en los pozos privados. No todos pueden tenerlos, obviamente. Y además, faltando también la electricidad (no hay más de dos horas al día), es también imposible sacar agua si no se tiene un generador. A su vez, el combustible para el generador es casi imposible de encontrar y además es costosísimo... Es decir, es casi imposible para una familia normal salir fuera, es decir es imposible para la casi totalidad de la población que se ha quedado, compuesto en una gran mayoría por pobres que no saben a dónde ir. Son las instituciones principales las que tienen la posibilidad de tener pozos: mezquitas, iglesias, hospitales, etc. He visto personalmente a cristianos y musulmanes en fila en una iglesia para conseguir agua y a cristianos llevar agua los vecinos musulmanes y viceversa.

En nuestro convento del Terra Sancta College de Alepo no hay generador, pero el vecino musulmán tiene uno. El resto de vecinos, todos musulmanes, hacen una colecta para el combustible, el vecino aporta el generador y los frailes sacan el agua para el barrio.

Los jesuitas, con su Jesuit Relief Service, están utilizan un edificio de las religiosas franciscanas de Alepo y han organizado una cocina para barrios enteros de la ciudad. Más de diez mil menús salen todos los días de aquel convento para todos. Los víveres llegan de organizaciones islámicas, las religosas se ocupan, como solo ellas saben hacer, de la organización y voluntarios cristianos y musulmanes transportan cotidianamente la comida a los necesitados. Hay que señalar que los desplazamientos por la ciudad son peligrosos y nadie puede saber nunca, cuando sale, si volverá a casa. A pesar de ello, hay muchos que siguen saliendo y se ponen en peligro, arriesgando la piel, para hacer algo por el prójimo. No solo para los suyos, sino para el prójimo sin adjetivos.

Durante mi estancia en Alepo, nuestros vecinos, la catedral y el obispado siríaco católico, fueron alcanzados un par de veces. La primera vez la iglesia, que fue destruida por los rebeldes. La segunda, el obispado, atacado por las fuerzas gubernamentales, para tener así la ¡par condicio! En ambos casos todos, sin distinción, han estado juntos ayudándose, apoyándose, animándose. Pero también incluso para estar juntos. Con frecuencia, de hecho, no hay mucho que hacer, sino asistir impotentes a este drama.

Podría seguir citando muchos más ejemplos y testimonios. Creo que ya he expresado bastante bien la idea.

Oriente Medio está en llamas. Las antiguas formas de convivencia parecen agotadas, las nuevas formas no están suficientemente claras. Asistimos a fenómenos contradictorios e indescifrables. Traiciones de antiguos amigos, formación de nuevos. Rechazos del otro, búsqueda del otro. Junto al corazón que ha traicionado, está el corazón de quien ha amado, gastándose y entregándose. Estos gestos y los de tantísimas personas anónimas, presentes por todas partes, constituyen la fuerza secreta y necesaria para ir más allá y no pararse en la oscuridad del momento, en el poder de Satanás.

El vecino que está junto a ti, que ante tanta muerte realiza un gesto de amistad, te da el respiro necesario para creer que todavía es posible seguir viviendo aquí, juntos, distintos y unidos.

El poder del corazón


No soy un “buenista” encantado. No niego los problemas dramáticos, las traiciones y la crueldad que interrogan la conciencia de todos, interpelan en especial al mundo islámico y nos piden que seamos firmes y claros al pedirles una posición firme y clara contra todo esto. Pero creo que no basta quedarse en esto. Es necesario tener siempre clara una perspectiva, la reconstrucción, la vida. 

No basta denunciar, es necesario indicar un camino, el camino.

El mal que está ante nosotros nos interpela como cristianos y nos pide serlo todavía más y hasta el final. Es precisamente en estas circunstancias donde estamos llamados a vivir nuestra vocación cristiana de manera completa, sin huídas y sin miedos. El mal no debe asustar a un cristiano.

“Permanecer en perfecta tranquilidad. No la estoica ataraxia e impasibilidad ante la ruina del mundo, sino la certeza de que la humanidad y el mundo están en las manos de Dios. Ninguna destrucción, aunque sea grande, puede comprometer el cumplimiento de su Voluntad; ninguna ruina puede alejar al hombre de su omnipotencia de amor. La vida del cristiano es siempre la misma. Dios no nos aleja de ninguna dificultad, de ninguna prueba; Dios parece abandonarte a la fuerza de destrucción del mal, pero si Él vive en ti, es el mal quien es destruido” (Divo BARSOTTI, “L'attesa. Diario: 1973-1975).

Se escuchan con frecuencia declaraciones y análisis desesperados de la situación. Parece que estamos cerca del fin de todo. Se han acabado quizá los viejos modelos, pero no el mundo y no con ellos. Tampoco es raro escuchar entre nuestra gente, y quizá también entre nuestros religiosos, palabras de resignación y derrota. Se habla también incluso de choque de civilizaciones ¡y casi hasta indirectamente de una especie de llamada a las armas para defendernos! Todo esto no tiene nada que ver con la fe cristiana.

Olvidamos así un hecho fundamental: el cristianismo hace de la cruz y no puede prescindir de ella. Jesús se convierte en rey del mundo en la cruz, no tras el éxito de la multiplicación de los panes. El cristianismo, en suma, nace del fracaso humano, de una derrota. Y de un corazón traspasado. Cuando hablamos del poder del corazón, es allí a donde debemos mirar, a aquel Corazón, que es la medida del amor de Dios y, por consiguiente, del nuestro. Nuestro hacer como cristianos se debe medir con aquel Corazón. Nos olvidamos con frecuencia de este hecho y caemos en la tentación de creer que serán nuestras empresas las que nos salven en esta tierra nuestra.

Para un cristiano, un análisis de la realidad, de cualquier realidad, no es completo si no se hace también en referencia a Cristo. No a una ideología, por tanto, sino a una Persona, que se convierte en la medida y modelo de la propia actuación y pensamiento.

¡Cómo no recordar el episodio de Mc 4,35-41, el de la barca de los discípulos azotada por las olas, en el pánico de los discípulos y en la reprimenda de Jesús: “¿Por qué tenéis miedo? ¿No tenéis fe todavía?”.

Las distintas estrategias occidentales e internacionales no sé si pueden ayudar. Quizá. Las perspectivas políticas se deben buscar urgentemente. Pero no serán ellas las que salven el cristianismo en Oriente Medio. La barca de Pedro siempre estará agitada y habrá siempre alguien en su interior que nos querrá decir lo que se debe hacer. Pero quien calma la tempestad es siempre y solo la orden del Señor.

Nuestra presencia la salvarán los pequeños, aquellos que con valor se exponen al fuego y desafían la muerte amando a su hermano gratuitamente, incluso dejándose atravesar. En suma, siendo cristianos hasta el final.

Las imágenes de Oriente Medio que se nos muestran son deprimentes y nos dejan abatidos; es legítimo preguntarse qué debemos o podemos hacer y es obligatorio esforzarse concretamente en poner fin a esta tragedia, que nos afecta a todos. Pero nuestra acción debe estar acompañada de la profunda y serena convicción de que nuestra acción, para que dé fruto, debe unirse a la de Cristo.

“Toda solidaridad y unión con los hombres es continuación de la solidaridad de Jesús con toda la humanidad, pero esta, si se acabara, sería la prueba del fracaso supremo porque precisamente esta solidaridad se consuma y se convierte en perfecta en la muerte de Cruz. La muerte de Cruz es el camino a la resurrección y la resurrección no es más ya la solidaridad de Jesús con los hombres, sino la unión de los hombres con Jesús resucitado.

Toda solidaridad con los hombres, toda unión con ellos, es el medio y el camino necesario para la unión de los hombres con Dios; si no lleva a aquella, es vana, no salva y nos hace solo partícipes del dolor, de la pobreza, de la muerte; no nos da la vida” (Divo BARSOTTI. “L'attesa. Diario: 1973-1975).

Quisiera terminar, sin embargo, con otras dos imágenes ligadas también a Oriente Medio, de hace algunos meses, aunque parecen lejanas, a años luz, completamente distintas de lo que estamos viendo estos días.

La primera se refiere al encuentro entre el patriarca Bartolomé y el papa Francisco en el Santo Sepulcro, en Jerusalén. Aquella basílcia, que custodia la memoria de la muerte y resurrección de Cristo, pero también de nuestras tristes divisiones entre cristianos, ha conocido por primera vez en su historia el encuentro entre dos realidades, la ortodoxa y la católica, enfrentadas durante siglos. Es verdad que las divisiones siguen después de aquel momento y que todo parece igual que antes. Pero ya no es como antes, aunque lo quisiéramos. Aquellos signos son potentes y afectan a los que los realizan. Las dos Iglesias se han esforzado en confrontarse de forma distinta y positiva. El camino a recorrer es todavía largo, pero está abierto e indicado.

La segunda imagen está relacionada con el momento de oración deseado por el papa Francisco y el patriarca Bartolomé en el Vaticano, con los presidentes de estos dos países siempre hostiles, el israelí y el palestino.

También en este caso, es verdad, los dos presidentes no podían políticamente hacer y no pueden hacer gran cosa, y el Papa menos todavía. Inmediatamente después se desencadenó una violencia inaudita e inexplicable entre las dos partes que parece como que quiere negar aquel momento histórico. Pero también en este caso los signos se han puesto y el camino se ha marcado. Las imágenes de la muerte que hemos visto hasta hoy, los bombardeos, los misiles, pero sobre todo el odio profundo que se está alimentando por toda esta violencia, no se deben separar de aquella de los dos presidentes que rezan juntos por la paz. Nos dicen que es posible. Nos ayudan a elevar la mirada. Nos mueven el corazón.

Oriente Medio es también esto.

Tenemos necesidad de todo en Oriente Medio: ayuda económica, militar, política, mediaciones, apoyos... pero sobre todo de creer que es posible llevarse bien. Los testimonios nos dicen que, a pesar de todo, gracias a los pequeños, esta fuerza aún está viva.

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