miércoles, 15 de enero de 2020

LA CAPILLA SIXTINA DE SUSSEX




Garu Bevans, diácono en la iglesia de los Mártires Ingleses, pintó los muros de su parroquia imitando la Capilla Sixtina entre 1987 y 1993. Una obra colosal que, como reconoce, «aumentó y profundizó mi fe, porque sabía que no podía hacerlo solo por mi cuenta»
Para ver la Capilla Sixtina no es necesario viajar hasta el Vaticano. La iglesia de los Mártires Ingleses, en Sussex, Reino Unido, alberga una réplica de sus frescos. «Me encanta pintar viejas obras maestras por placer», explica a The Guardian Garu Bevans, el diácono que pintó los muros de este templo católico a imitación de Miguel Ángel.
«Tengo mucha experiencia como rotulista y pinté esto cuando terminé la escuela», cuenta Bevans, quien realizó su obra entre 1987 y 1993. Comenzó sus retratos a renglón seguido de una peregrinación a Roma que en la que vio los frescos en pleno proceso de restauración. «Al regresar a la parroquia, miré su techo blanco y pensé: “¿No sería bueno tener arte del Renacimiento aquí?”». Tras consultarle al párroco de esta iglesia, se lanzó a la aventura.
Aunque jamás estudió Bellas Artes, Bevans aprendió a pintar «por experiencia y curiosidad». «Me gusta el Renacimiento, lo veo como el apogeo del arte occidental», reconoce. Este diácono, a quien el olor del incienso y el sonido de las campanas de la iglesia de los Mártires Ingleses le «elevan de la crudeza de la vida», opina que «todas las iglesias deberían ser así».
«Todo se hace para la gloria de Dios»
Como el techo de la iglesia de los Mártires Ingleses es rectangular, lo primero que hizo Garu Bervans fue construir una bóveda de madera. Después imprimó la estructura en blanco y copió en ella las pinturas de Miguel Ángel con pintura acrílica, pues la superficie de la madera no permite aplicar la técnica del fresco. Tras un arduo trabajo de seis años, el resultado final fue una réplica de la Capilla Sixtina tan solo un 30 % más pequeña.
A medida que la obra de Bevans avanzaba, turistas y periodistas se acercaban a Sussex para contemplar las pinturas, pero esto no se tradujo en ningún beneficio económico para él. «Hacía malabares con mi tiempo. Tenía que asegurarme de mantener a mis hijos pequeños y a mi esposa», explica el diácono, quien compaginaba la dedicación a esta obra con su empleo como rotulista.
Al igual que Miguel Ángel, Bevans también conoció el sufrimiento. Mientras pintaba su obra subido a un andamio que «se convirtió en mi santuario», reconoce haberse convertido en «una especie de recluso solitario que aparecía alrededor de las ocho de la noche y pintaba hasta la mañana».
Pero, a pesar de los dolores de espalda y la soledad, el diácono considera que esta obra de caridad le sirvió para hacer lo que califica como un «viajes espiritual». «Aumentó y profundizó mi fe porque sabía que no podía hacerlo por mi cuenta. Todas las noches me arrodillaba y rezaba. Todo se hace para la gloria de Dios», concluye.
Alfa y Omega/The Guardian

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