miércoles, 22 de enero de 2020

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 17, 32-51

En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y éste le dijo:
«Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo».
Pero Saúl respondió:
«No puedes ir a luchar con ese filisteo. Tú eres todavía un joven y él es un guerrero desde su mocedad».
David añadió:
«El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará también de la mano de ese filisteo».
Entonces Saúl le dijo:
«Vete, y que el Señor esté contigo».
Agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en mano. El filisteo se fue acercando a David, precedido de su escudero. Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto.
El filisteo le dijo:
«¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?».
Y maldijo a David por sus dioses.
El filisteo siguió diciéndole:
«Acércate y echaré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo».
David le respondió:
«Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanzas, porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos».
Cuando el filisteo se puso en marcha, avanzando hacia David, este corrió veloz a la línea de combate frente a él. David metió la mano en el zurrón, cogió una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra.
Así venció David al filisteo con una honda y una piedra. Lo golpeó y lo mató sin espada en la mano.
David echó a correr y se detuvo junto al filisteo. Cogió su espada, la sacó de la vaina y lo remató con ella, cortándole la cabeza. Los filisteos huyeron, al ver muerto a su campeón.

Salmo

Sal 143, 1. 2. 9-10 R/. ¡Bendito el Señor, mí alcázar!

Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea. R/.

Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los pueblos. R/.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo, de la espada maligna. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.
Entonces le dice al hombre que tenia la mano paralizada:
«Levántate y ponte ahí en medio».
Y a ellos les pregunta:
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».
Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
«Extiende la mano».
La extendió y su mano quedó restablecida.
En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.

Reflexión del Evangelio de hoy

El Señor da la victoria sin necesidad de espadas

El primer libro de Samuel, nos presenta las gestas de David en la guerra contra los filisteos. Goliat había desafiado a las tropas de Saúl para que luchara sólo un hombre contra él. Quien perdiera se convertiría en esclavo del ganador.
David convence a Saúl, por su habilidad para matar osos y leones, salvando a sus ovejas de sus fauces; pero, lo que más le convenció, fue su confianza en el Señor. David le dijo a Saúl: “El Señor que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo”.
Probablemente en nuestras guerras particulares buscamos nuestras mejores armas para la batalla. Cuanto más sofisticadas e inteligentes sean esas armas mejor. David sólo cogió 5 piedras, y con una fue suficiente para matar a Goliat.
Para hacerle frente a Goliat, David habla de que todos los pueblos reconocerán al Dios de Israel, que da la victoria sin necesidad de espadas. Y es cierto, Dios nos ha dado talentos múltiples capaces de generar más vida que muerte. Porque habitualmente en nuestra vida somos más hábiles para destruir que para crear.
Y es así. El éxito no viene de cuántas guerras hayamos ganado en nuestra vida. Lo importante es saber distinguir cuál es mi batalla diaria en las guerras innecesarias.
Había un hermano que estaba siempre en guerra con todos los demás. Los celos y la envidia lo corroían; a pesar de tener éxito en la vida, envidiaba a todos los demás por cosas nimias. Era su costumbre criticar en ausencia del hermano lo que hacía o dejaba de hacer, de una forma voraz; con la sola intención de manipular a todos. Una vez, cansado de escuchar sus críticas, le hice ver que aquella no era mi batalla, porque todo lo que a él le conducía a la crítica, a mí me parecía una necesidad, o una virtud. Decirle que aquélla no era mi batalla lo desencajó. Además, le pregunté: ¿qué más necesitas? ¿por qué te celas de tus hermanos? Si tu vida está llena de éxito y fama ¿cuál es la necesidad que hay en ti que no has cubierto?
Con la cara desencajada, y desarmado, me confesó que envidiaba la serenidad que a veces veía en mí. No sé por qué me hizo aquella confesión; porque, aunque soy tranquilo, y muchas veces me muestro sereno, eso no significa nada. Lo cierto es que mi batalla está lejos de los celos y las envidias. Cuando las detecto, me alejo de forma irremediable.

¿Qué es mejor salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

El Evangelio de Marcos nos sitúa en un escenario hostil a Jesús, pues todos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y acusarlo.
Jesús, pone a un hombre con parálisis en un brazo en medio de la asamblea, como testimonio de lo injustas que pueden ser las leyes y los decretos que la religión, la cultura, y la política pueden promulgar. Antes de hacer nada les cuestiona sobre las tradiciones que llegan a ser injustas, en concreto la del sábado: ¿Qué está permitido hacer en sábado? ¿hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?
El silencio fue la respuesta. ¿Por qué, si entre ellos había gente muy docta?
El texto revela que tras esas preguntas hay una enseñanza profunda, que pone en tela de juicio la incongruencia de las opciones vitales de la existencia humana. Y Jesús echando una mirada de ira, y dolido de su obstinación, curó la parálisis de aquel hombre.
Los silencios hablan. Algunos dicen que el que calla otorga. Pero, quizás ese silencio es muy simplista. El silencio es más complejo. El silencio también oculta la obstinación, la no conversión, la manipulación, y sobre todo oculta la maquinación de unos con otros cuando se trata de aniquilar. Oculta la parálisis del pensamiento y la dureza del corazón.
Sin embargo, hay silencios que denuncian; la mirada de ira de Jesús es de ese tipo de silencios. Pablo VI, hablaba del silencio que calla cuando son las injusticias las que hablan a través de las guerras. Hay silencios capaces de contemplar la belleza de la vida. Hay silencios para la meditación y el disfrute de la presencia de Dios. No todo silencio es molesto, ni sancionable.
El silencio de cuantos oían a Jesús, era el silencio molesto de la incongruencia, un silencio donde la persona se siente molesta y herida por la verdad que se pronuncia. Es un silencio lleno de resistencia a lo nuevo; resistencia a la palabra sincera que me llama al cambio.
Oremos para que seamos capaces de abandonar el camino de la obstinación para no hacer injusticia con el vivir de otras personas. Jesús nos enseña que ese no es el camino. Animémonos a escoger la vida y el bien de los demás, sobre todo, porque es lo más justo.

Fr. Alexis González de León O.P.
Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

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