jueves, 23 de enero de 2020

DIFERENCIAS RELIGIOSAS, ECUMENISMO, FRATERNIDAD UNIVERSAL...; POR PEDRO LUIS LLERA VÁZQUEZ


InfoCatólica


El pasado 21 enero podíamos leer en Zenit:
El Papa Francisco afirmó que todas las diferencias religiosas se deben subordinar a nuestra humanidad. En una entrevista con zenit, el rabino David Rosen expresó esto, después de su participación la semana pasada en la Iniciativa de Fes Abrahámicas (AFI son las siglas en inglés), y su reunión con el Santo Padre el jueves pasado.
¿Todas las diferencias religiosas se deben subordinar “a nuestra humanidad"? Al rabino Rosen le debe de pasar como a Scalfari cuando se entrevista con el Papa Francisco. Seguramente no lo ha entendido bien…  
Yo voy a decir varias cosas con claridad: 
1.- La única religión verdadera es la católica. No hay salvación fuera de la Iglesia Católica (Este es un dogma y los dogmas se pueden profundizar pero no cambiar su sentido: no evolucionan ni se derogan). No hay otro Salvador que Jesucristo. 
2.- No todas las religiones son iguales ni todas conducen a la salvación. No da igual una religión que otra. 
3.- El único ecumenismo posible es la conversión de todos los  herejes a la única fe verdadera que es la que proclama la Santa Iglesia Católica. No caben transacciones, consensos ni negociaciones entre la verdad y el error.
4.- Todas las religiones, todos los pueblos, todas las naciones deben subordinarse a la soberanía de Cristo Rey: de ahí surgirá la verdadera fraternidad. Pío XI lo dejaba claro en Quadragesimo Anno:

Así, pues, la verdadera unión de todo en orden al bien común único podrá lograrse sólo cuando las partes de la sociedad se sientan miembros de una misma familia e hijos todos de un mismo Padre celestial, y todavía más, un mismo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los unos de los otros(Rom 12,5), de modo que, si un miembro padece, todos padecen con él (1Cor 12,26).
Mons. Carlo María Viganò, el 19 de noviembre de 2019, escribía una Carta publicada en el blog de Aldo María Valli en la que podemos leer:
Pío XI nos había advertido y puesto en guardia. Pero las enseñanzas anteriores al Vaticano II han sido arrinconadas porque son consideradas intolerantes y obsoletas. La comparación entre el Magisterio preconciliar y las nuevas enseñanzas de Nostra aetate y Dignitatis humanae -por citar sólo estas-, manifiestan una terrible discontinuidad, de la que hay que tomar nota y que urge enmendar. Deo adiuvante
            Escuchemos las palabras del Sumo Pontífice Pío XI, cuando los papas solían hablar con el lenguaje de la Verdad, cincelado con fuego en el diamante. «Es habitual que convoquen congresos, reuniones, conferencias, con una amplia intervención de público, al que invitan a discutir en todo momento: infieles de todo tipo, cristianos e incluso aquellos que miserablemente apostataron de Cristo o que con gran terquedad niegan la divinidad de su Persona y de su misión. Ciertamente, no pueden obtener la aprobación de los católicos estos intentos basados en la falsa teoría que presupone buenas y loables todas las religiones, dado que todas ellas, aunque de manera distinta, manifiestan y representan ese sentimiento que es inherente a todos y por el cual nos sentimos llevados a Dios y al consiguiente reconocimiento de su dominio. Ahora bien, los seguidores de esta teoría, no sólo viven en el engaño y el error, sino que repudian la verdadera Religión, depravando su concepto y dirigiéndose lentamente al naturalismo y el ateísmo; de ello se deriva que todos los que se adhieren a estas teorías e intentos se alejan del todo de la Religión revelada por Dios… La Esposa mística de Cristo, a lo largo de los siglos, nunca fue contaminada, y nunca podrá contaminarse, según las palabras de Cipriano: “La Esposa de Cristo no puede ser adúltera: es incorrupta y púdica. Conoce una única casa y custodia con casto pudor la santidad de un sólo tálamo”» (Mortalium animos).
En la Encíclica PascendiSan Pío X condenaba sin contemplaciones a los modernistas:
8. En consecuencia, el sentimiento religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia, es el germen de toda religión y la razón asimismo de todo cuanto en cada una haya habido o habrá. […] Tenemos así explicado el origen de toda religión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religiosoY nadie piense que la católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás en todo. Tuvo su origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de otra manera.
¡Estupor causa oír tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y, sin embargo, venerables hermanos, no son los incrédulos sólo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural.
También podemos leer en Mortalium animos:
Cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios; obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado.
[…]
¿Cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios, aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación” y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo?
Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia; unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianosEn cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión o “indiferentismo” y al llamado “modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa; o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
Ante tantas blasfemias como tenemos que estar escuchando hoy en día, ante tantas herejías, no podemos sentir sino estupor y santa ira.
Recemos en estos tiempos oscuros el Santo Rosario por el Papa, por los cardenales, por los obispos, por los sacerdotes y los religiosos. Y recemos especialmente por todos cuantos trabajan afanosamente desde dentro de la Iglesia por su destrucción para que, arrepentidos de sus pecados, se conviertan a Cristo y se salven.

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