domingo, 9 de julio de 2017

SUBROGADA SUBYACENTE; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



El día que escribí sobre (contra) la maternidad subrogada, entraba en una polémica en la que, como es natural, he quedado atrapado. Tras mi rueda de reconocimientos a los que se enfrentan a esta técnica-negocio, postulaba un argumento menor pero mío: por vanidad genética se prefiere la maternidad subrogada a la adopción. Transmitir el ADN pasa por encima de todos los reparos morales, sociales y científicos. Las contestaciones de los lectores me empujan a escribir una continuación.
"Eso que dices estaría muy bien", argumentaban, "si la adopción no fuese un proceso tan lento y dificultoso". Tienen razón y se la doy y hay que agilizar -sin perjuicio de las garantías del menor- la adopción; pero, de rebote, dan un argumento más contra la maternidad subrogada. Que una razón a su favor sea la eficacia en la distribución prueba la mercantilización subyacente. El consumidor actual detesta hacer colas.
En voz baja, otro lector confesaba un argumento que nadie se atreve a decir en voz alta, según él. Los problemas que conlleva la adopción: son niños que han pasado, en general, por situaciones muy duras que terminan dando la cara. Los hijos de la maternidad subrogada son nuevos, del paquete, a estrenar. Entiendo que se diga en voz baja o que se calle y hasta me extraña que se piense. La mercantilización enseña su patita de nuevo, y algo más. Está por ver que los problemas sean inherentes de los hijos adoptados: son consustanciales a la paternidad. En el caso de que fuese cierto, habría una gran ignorancia de lo que es ser padre y madre. Que hace temer lo peor para cuando los problemas irremisiblemente aparezcan. ¿Pondrán una hoja de reclamaciones?
La garganta profunda añadía algo más indudable. Tras la subrogada están las parejas homosexuales que hallan resistencias legales a la adopción en multitud de países. Lo que añade otro factor inquietante más. La figura se aproxima demasiado al fraude de ley si es una herramienta para dar un rodeo legal y evitar la reflexión democrática, científica, social y moral que hacen los Estados soberanos sobre la conveniencia de que los niños tengan padre y madre o no. Puentea un debate necesario y legítimo.
Los argumentos principales (la dignidad de la mujer, la del hijo, las muertes de embriones, la mercantilización de la vida, etc.) no cambian, pero estas conversaciones arrojan una luz indirecta sobre una realidad subrogada o subyacente.

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