sábado, 8 de julio de 2017

AFRODISÍACOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Hoy tendré más lectores que de costumbre: más tira un título que dos tesis. Yo hace mucho tiempo que quería hablar de los afrodisíacos, a cuenta de los chinos, mayormente, y de algo que leí del contrabando de Kamagra, Kamasutra sintético, viagra de las mil y una noches; pero, presa de los prejuicios de la pudorosa clase media, lo iba posponiendo. El empujón final me lo ha dado el excelente artículo de José León-Carrión… sobre el porro.
Mientras lo leía, pensaba fotocopiarlo y repartirlo. No pueden describirse con más rigor los efectos dañinos y los altísimos riesgos de una droga que se ha tratado con una frivolidad rayana en la promoción. La lástima es que, por pura honradez, el doctor León-Carrión finalizaba su artículo con la lista (pequeña) de efectos beneficiosos. Y allí, rematándolo todo, mentaba un posible efecto afrodisíaco. ¿Para qué vamos a hablar entonces de psicosis, de esquizofrenia, de pérdida de memoria y motivación, de índices de suicidio…? No voy a repartir las fotocopias, que me conozco al personal.
Y aquí llegan los chinos. ¿Se han fijado ustedes en su afán por los afrodisíacos? Han esquilmado al tigre, al rinoceronte y a los tiburones. (Se ve con qué identifica el subconsciente oriental el vigor sexual.) Me cuentan que últimamente atribuyen atributos afrodisíacos a las cuernas de los venados y que los proveedores están entrando con una rotaflex en las casas de campo para cortarlas de los trofeos. Como los chinos decidan que algo es afrodisíaco, hay que darlo por extinto. ¿Nadie puede convencerles de que el batido de mosquitos te pone como una moto?
Los romanos, a medio camino entre el epicureísmo y el estoicismo, pensaban que la cebolla tenía efectos afrodisíacos y la lechuga, anafrodisíacos. Por eso las mezclaban en la ensalada, buscando el justo medio clásico. Es posible que esté dando, con esto, el argumento definitivo en el debate eterno entre la tortilla de patatas sin cebolla o con cebolla.
Mi ironía hacia los afrodisíacos no es presunción. Quizá la moral católica, como se mostró a lo largo de la historia, tiene implícitos efectos revitalizantes. Nada como unos leves períodos de abstinencia. La guarda de la mirada lo vuelve todo, de reojo, mucho más interesante. Cierto dominio de uno mismo hace paradójicamente innecesarios los polvos de tigre, el cuerno de rinoceronte, las cuernas de venado o las aletas de tiburón. Del porro, ni hablar.

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