Blog católico que se fundamenta en la defensa de los valores del Humanismo Cristiano (Fundado: 7 octubre 2011)
jueves, 30 de noviembre de 2017
ZAPATOS PLANOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
Hace diez años escribí un artículo contra los tacones de vértigo. Si no lo he escrito más, es por mi afán de no repetirme, aunque sigo pensando lo mismo. Los tacones son un sacrificio (para los pies que lo llevan) excesivo. Para presumir, hay que sufrir, bien, vale; pero sufrir para nada, para qué.
Comprenderán ustedes mi alegría cuando la máxima autoridad mundial en la materia, Manolo Blahnik, al que van a rendir un merecido homenaje en el Museo Nacional de Artes Decorativas, acaba de declarar: "La gente me tiene por un diseñador de tacones, pero creo que son mucho más sexys los zapatos planos". Amén. Y suspira (y yo con él): "Ojalá otra Brigitte Bardot que pudiera llevar los zapatos planos con tanta elegancia. Con tacones ni te fijarías en ella, pero con planos parecía una auténtica gata".
Modestia aparte, es el caso de mi mujer, que los lleva con elástica elegancia. Alguien que nos conozca podría sospechar que mi manía a los zapatos de tacón es porque, si se los pone, me saca una cabeza, pero prometo que no. Estoy encantado de que sea más alta, más guapa, más elegante y que cobre más que yo. Sería tonto si no, ¿no? Mi escepticismo ante los discursos feministas radicales, por cierto, se debe a haber estado rodeado de una mujer ejecutiva, una madre farmacéutica y una abuela empresaria que iban por la vida con los zapatos planos de la igualdad sin necesidad de los tacones de la discriminación positiva. Y ya verán mi hija…
Me distraigo pensando en ellas, disculpen. Quiero decir que mi guerra fría a los tacones de aguja es una guerra estrictamente estética. Blahnik da en la clave: los andares. Algunos tacones hacen que las portadoras portadas avancen como cigüeñuelas. Encima, tengo muy observada una paradoja muy cruel: los tacones muy altos hacen más bajitas a las señoras bajitas. El límite de altura tendría que ser aquel que no afecta a un valor más importante: al porte, a la naturalidad. Tampoco deberían hacerte pensar en los pobres dedos explotados, obligados a aguantar toda la presión ahí dentro, en la puntita.
Espero que nadie considere una apreciación estética como un micromachismo, pero cualquiera sabe. En mi descargo diré, precisamente, que los tacones, que imponen una incomodidad suplementaria, no son un complemento demasiado igualitario. Pero eso lo digo, más que nada, por despistar, y para buscarme aliados a favor del zapato plano, que todos son pocos.
ESPARZA: "LAS CRÓNICAS DE LOS TERCIOS ESTÁN LLENAS DE VICTORIAS ATRIBUIDAS A LA INTERVENCIÓN DIVINA"
Carmelo López-Arias
Fueron, durante dos siglos, la mejor infantería del mundo. Pero no solo por su valor, conviene saberlo: los hombres contra los que luchaban los Tercios también eran valientes. La superioridad que demostraron tantas veces en el campo de batalla tuvo que ver con suespíritu de cuerpo y no solo en el ámbito moral, sino también técnico, esto es, su visión estratégica, su capacidad de innovación y adaptación, su portentosa logística.
José Javier Esparza les ha consagrado su último libro, Tercios. Historia ilustrada de la legendaria infantería española (La Esfera de los Libros), preciosamente ornamentada por los dibujos de José Ferre Clauzel.
Es "la" obra que hay que leer para comprender la grandeza de esta unidad, sus hazañas y las causas de sus hazañas y, sobre todo, su consustancialidad con la España de su tiempo y su posición dominante en el mundo, y el sentido, católico de forma natural en su fundamento y de forma explícita en su objeto último, de la epopeya.
Booktrailer de Tercios.
Una cierta literatura presenta a los hombres de los Tercios como gentes descreídas, escépticas cuando no cínicas, tipos ayunos de auténtica fe religiosa y aunados solo por un fanático concepto del honor y de la hermandad de las armas.
-¿Era tan deplorable la fe de los soldados de los Tercios?
-Esa imagen es una típica traslación de la mentalidad contemporánea a la gente de otro tiempo. La realidad es que la España de aquel tiempo, en general, era profundamente religiosa, y con frecuencia los hombres de armas son más religiosos aún, hoy como ayer, por el muy explicable hecho de que la muerte les ronda más cerca. Es verdad que la fe de un soldado de los tercios no es una fe de teólogos, sino un sentimiento mucho más primario (también mucho más puro y directo).
-Pero ¿solo a nivel individual?
-No, el Gran Capitán se preocupó mucho de que la religiosidad fuera un rasgo característico de la infantería española. Al fin y al cabo, éramos la espada de Dios.
-¡Aunque con borrones, como el saqueo de Roma de 1527! Si hubiese un juicio contra los responsables y usted fuese el abogado defensor, ¿qué alegaría?
-Que el Papa Clemente había provocado esa situación al convertir al papado en un agente político contra España. O que antes de ese saqueo hubo otro, ciertamente menos cruento, promovido por cierto cardenal vecino enemigo del Papa, respuesta a su vez a otro saqueo promovido por el propio Papa (sí, por él). O que una vez en harina -por así decirlo-, los soldados españoles se ocuparon de proteger las iglesias españolas de Roma frente a la furia de sus compañeros de armas...
-El juicio de la historia ha sido severo...
-Aquello fue una salvajada, pero no algo excepcional en su tiempo.
-¿Hubo arrepentimientos posteriores?
-Sí. El propio emperador Carlos vistió de luto durante una larga temporada en señal de duelo. Al margen de que, políticamente hablando, la cosa le viniera de perlas, porque el Papa escarmentó. Lástima que fuera en tantas cabezas ajenas...
-¿Qué opina de la película La kermesse heroica?
-Una joyita de Feyder. Creo que hoy no le dejarían hacer una cosa así en Bélgica. Por como trata a los propios flamencos, en particular a los hombres.
Un breve reportaje sobre La Kermesse heroica (1935), la película de Jacques Feyder que, en clave de humor, refleja el impacto de la llegada de los Tercios a un pueblo de Flandes.
-Se lo pregunto porque cierto cine, de La Kermesse heroica a Oro, presenta a los frailes que acompañaban a los ejércitos españoles como borrachos, mujeriegos, avariciosos o fanáticos...
-Bueno, La Kermesse heroica presenta algún personaje así en tono de sátira, y Oro u otras películas recientes los presentan de modo aún más siniestro y en tono no de sátira, sino en serio. Eso forma parte de esa ominosa "ideología del arrepentimiento" que hoy nos flagela a los europeos en general y a los españoles en particular.
-¿Cómo eran los capellanes de los Tercios?
-La verdad es que los capellanes españoles eran como cualesquiera otros; con frecuencia mejores, porque aquí Cisneros había hecho la reforma antes de que apareciera ningún Lutero. Hay que decir también que cuando las guerras eran de religión -contra protestantes o, sobre todo, contra musulmanes- los capellanes eran el objetivo preferido del enemigo, de modo que hacía falta auténtico valor para vestir de sotana entre los tercios.
-¿Y muchos lo tuvieron?
-En principio tenía que haber un capellán por compañía, y la norma se cumplía casi siempre. Los propios soldados lo pedían: el capellán era el puente entre el campo de batalla y Dios. Es verdad que hay testimonios de maestres de campo que demuestran que el personal que acudía no era siempre el más indicado, pero hacer de esto un juicio general sería abusivo.
En un minuto, José Javier Esparza te explica qué cuenta en Tercios.
-¿Eran conscientes los soldados de los Tercios de ser el brazo armado de una política al servicio de la Fe?
-Absolutamente. Siempre teniendo en cuenta que hablamos de gente con la mentalidad del siglo XVI, que tiene muy poco que ver con la nuestra. Hay que recordar que, en la época, "misericordia" era el nombre genérico de un tipo de daga.
-¿Hubo soldados que hiciesen luego profesión religiosa?
-Era un camino bastante común. De lo que yo he leído, no he encontrado tantos casos ni tan ruidosos como los que se dan en los conquistadores de América (lo cuenta Bernal Díaz del Castillo), pero los hay. Basta pensar en Calderón de la Barca, por ejemplo. Y eso sin contar con los (escasos) afortunados que, de vuelta a casa con gloria y prez, levantaban una iglesia en acción de gracias.
-¿Qué pasó en Empel el 8 de diciembre de 1585?
-Que se nos apareció la Virgen, literalmente. Los holandeses habían abierto las esclusas de los canales y el tercio de Bobadilla había quedado aislado en un promontorio, rodeado por las barcazas del enemigo y atenazado por un frío atroz. Pero los nuestros no iban a rendirse, evidentemente, así que comenzaron a cavar trincheras en el suelo helado. En plena tarea de zapa, un soldado topó con un objeto duro: una tabla, un cuadro, un retrato de la Inmaculada. ¡Increíble! Era un mensaje del Cielo, no podía ser otra cosa. Se cantó a la Virgen, se celebró Misa y los nuestros se dispusieron a resistir al enemigo bajo el manto de la Inmaculada Concepción. Y entonces ocurrió lo prodigioso: esa noche el agua de los canales se heló, algo realmente insólito.
-¿Fue una señal?
-Los de Bobadilla lo vieron claro: no quedaba otra que salir de los parapetos, saltar al hielo y abordar los barcos enemigos. Ganamos. Y el jefe holandés, Holak (en realidad, Hohenlohe-Neuenstein), dijo aquello de "tal parece que Dios es español".
-¿Protagonizaron los Tercios otros hechos similares?
-Casos como el de Empel no los hay en ninguna parte. Fue un verdadero prodigio. Pero las crónicas están llenas de victorias que se atribuyen a la intervención divina. Es relativamente común la aparición de Santiago, por ejemplo. También en América, donde el Apóstol combate junto a los defensores de la primera villa de Santiago (precisamente).
-¡Se reiteraba el "Santiago y cierra España"!
-Esa idea de que "Dios marcha con nosotros" era mucho más que una frase. La Virgen y Santiago son compañeros habituales de los soldados españoles. Lo siguen siendo hoy.
UN REGALO PARA LA FRATERNIDAD DE LA CUSTODIA: TRES NUEVOS PROFESORES SOLEMNES
La fraternidad de la Custodia de Tierra Santa acogió con alegría a tres nuevos profesos solemnes. Fray Alexander Castillo Flores, fray Wilder Medardo Porras Ibáñez y fray Ángel Huilton López Meléndrez pronunciaron sus profesiones solemnes el 29 de noviembre en la iglesia de San Salvador.
Los jóvenes, procedentes de Perú, estaban sentados en los bancos de la primera fila y, para celebrar con ellos este importante momento, también estaban presentes muchos otros frailes de la Custodia, hermanas de las comunidades locales, parroquianos y amigos. El 29 de noviembre fue un día especial para todos los franciscanos porque es la fiesta de todos los santos de la Orden Franciscana y porque se recuerda el día de la aprobación de la Regla de los Hermanos Menores por el papa Honorio en 1223.
Presidió la celebración el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton. En su homilía, fray Francesco dijo, dirigiéndose a los profesos solemnes: «Es un día especial para vosotros que hacéis vuestra profesión solemne y para nosotros, porque nuestra fraternidad os acoge como un regalo del Señor, como un don para siempre». Regla, profesión y santidad van de la mano, según afirmaba el Custodio. La regla es el libro de la vida, el camino de la perfección, un pacto de alianza eterna, pero lo que se requiere de los frailes no es ajustar su conducta a un texto. Lo que se les pide es seguir a Jesús, amando como él. «Sin Dios nuestra vida experimenta la corrosión y la corrupción», recordó fray Patton.
Antes de pronunciar los votos solemnes, se cantaron las letanías para pedir la ayuda de los santos. Fray Alexander, fray Wilder y fray Ángel rezaron postrados en tierra, con la voluntad de entregar su vida a Dios. Con gran emoción, los tres frailes leyeron después la fórmula de la profesión en español, su lengua materna. Tras la bendición del Custodio, uno a uno el resto de frailes quisieron recibir a los nuevos profesos con un abrazo fraterno. Un abrazo de alegría por la realización de la llamada del Señor sobre ellos y por tenerles como regalo para la Iglesia.
Fray Luis Enrique Segovia, maestro de postulantes en Belén, tomó la palabra antes de la bendición en representación de la Provincia de los doce apóstoles (de la que proceden los tres frailes).
Tras la celebración, los asistentes se reencontraron en el salón de la Curia para tomar un pequeño refrigerio. «Hace nueve años entré en la Orden e hice la primera profesión en 2011 – contó fray Alexander -. Nunca habría imaginado hacer las profesiones en Jerusalén. Es un sueño, es un precioso paso en tu vida. Aquí no está tu familia, pero la fraternidad te llena de cariño». Fray Ángel, también él profeso solemne, recordó con emoción cómo llegó a ser franciscano: de su vida en un país con una familia productora de café y plátanos, a los estudios en la ciudad, hasta el encuentro con un franciscano que le propuso pasar un periodo en un convento. «Estar aquí en Jerusalén es algo providencial para mí», dijo.
Fray Wilder tampoco habría pensado nunca hacer la profesión solemne en Jerusalén, ni venir a estudiar a Tierra Santa. Pero el Señor lo llevó allí, cerca de él, al seminario de San Salvador. Tampoco pensó que haría las profesiones solemnes tan pronto, porque estaban previstas inicialmente para el próximo año. «Cuando nos lo anunciaron, fue una conmoción – dijo fray Wilder -. Hasta ahora no podía creerlo, pero hoy es lo que Dios ha escogido para mí. Hoy doy un paso adelante, me siento más seguro».
Ante la pregunta sobre cómo celebrarían el importante momento, fray Wilder contestó con una sonrisa: «Esta noche haremos una cena y después todo habrá terminado. Pero la alegría permanecerá».
Beatrice Guarrera
PROGRAMA DEL PAPA EN BANGLADESH, VIERNES 1 DE DICIEMBRE
Quinto día del viaje apostólico
30 NOVIEMBRE 2017REDACCIONVIAJES PONTIFICIOS
Viernes 1 de diciembre 2017
– 10:00 h. (5 horas en Roma): Santa Misa y Ordenación Presbiteral en el Parque ‘Suhrawardy Udyan’. Homilía del Papa
– 15:20 h. (10:20 h. en Roma): Visita del Primer Ministro a la Nunciatura Apostólica
– 16:00 h. (11 h. en Roma): Visita a la Catedral
– 16:15 h. (11:15 h. en Roma): Encuentro con los obispos de Bangladesh en la Casa de los sacerdotes mayores. Discurso del Papa
– 17:00 h. (12 h. en Roma): Encuentro Interreligioso por la paz en jardín del Arzobispado. Discurso del Papa
ELIGIÓ LO CORRECTO ANTES QUE LO FÁCIL
El cardenal Tarancón se propuso dos objetivos al ser nombrado presidente de la Conferencia Episcopal: aplicar a España las orientaciones del Vaticano II en lo referente a la independencia de la Iglesia de todo poder político y económico, y procurar que la comunidad cristiana se convirtiese en instrumento de reconciliación tras la guerra civil
Lo verdaderamente trágico de la vida es que olvidemos. La muerte verdadera es el olvido, porque si algo atesoramos son los recuerdos. Gracias al Papa Francisco y a la situación desvaída en la que nos encontramos, comenzamos a recordar personajes interesantes del pasado cercano que fueron importantes en la vida de la Iglesia, pero que fueron relegados al olvido. Por ejemplo el Papa Pablo VI y el cardenal Tarancón, arzobispo de Madrid desde 1973 hasta 1982.
Don Vicente Enrique y Tarancón tuvo la formación teológica tradicional en aquel tiempo en España y conocía poco la renovación de la teología centroeuropea, pero presenció y vivió el Concilio con simpatía y empatía. Explicaba más tarde que el impacto causado en su espíritu por las constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes fue definitiva, completando las experiencias que había adquirido en el ejercicio del ministerio parroquial y episcopal durante la guerra e inmediatamente después de la misma. «Ellas provocaron mi conversión».
Entre sus preocupaciones pastorales prioritarias señaló tres que encontramos también permanentemente en Pablo VI y en la Iglesia posconciliar: una renovada formación del clero para que fuera capaz de responder adecuadamente a los problemas, exigencias y ansiedades de los hombres de su tiempo; los jóvenes de la Acción Católica, expuestos al desconcierto y a las dudas provocadas por un fuerte cambio cultural que ponía en cuestión gran parte de la tradición recibida, y la pobreza y la marginación de una parte importante de la sociedad contemporánea. En España la JOC, la HOAC y otras comunidades fueron frutos impagables de esta inquietud.
Adalid de la reconciliación
En una ocasión manifestó Tarancón los dos objetivos que se había propuesto al ser nombrado presidente de la Conferencia Episcopal: aplicar a España las orientaciones del Vaticano II en lo referente a la independencia de la Iglesia de todo poder político y económico y procurar que la comunidad cristiana se convirtiese en instrumento eficaz de reconciliación para superar el enfrentamiento entre los españoles que había culminado en la guerra civil.
Sobrino de dos sacerdotes asesinados durante esta guerra, dedicó su palabra y actuación a que la Iglesia se centrase en su misión religiosa, perdiendo su papel e influencia política y ganando en credibilidad religiosa. Su vocación religiosa le llevó a no centrarse tanto en fomentar las seguridades personales o institucionales sino en vivir el misterio y la experiencia religiosa personal amparado en una liturgia mejor vivida y comprendida y con una implicación mayor en la los dolores angustias y alegrías del ser humano en su conjunto.
Su labor a lo largo de la Transición se centró en reconciliar a los españoles, enfrentados secularmente, hasta el odio, por motivos políticos, económicos, sociales y religiosos. Al publicar los obispos el documento La Iglesia y la comunidad política (1973) escribió el cardenal: «Creo que con este documento puede llegar a ser la Iglesia el gran instrumento de reconciliación nacional y conseguir que el paso de un régimen personal a un régimen democrático no produzca un nuevo enfrentamiento de los españoles». Fue esta una aportación importante para conseguir que la llamada Transición se realizase en paz, con los menores traumas posibles. Tarancón era consciente de que esa reconciliación debía darse dentro de la Iglesia antes de proponerla a los demás. Escribió en más de una ocasión que el mensaje eclesial no sería creíble si la palabra episcopal de reconciliación no iba acompañada de gestos que hicieran superar la sospecha en la sociedad y hasta en la comunidad cristiana de que los obispos estaban divididos.
De hecho, la Iglesia no puede liderar un proceso de serenidad y diálogo nacional si no existe comunión y coincidencia en la caridad entre sus miembros, especialmente entre su clero, desgarrados, a veces, no por doctrinas dispares sino por talantes y querencias de presencia social que tienen poco que ver con las exigencias de Cristo.
Tarancón tuvo prestigio personal y fue respetado por su coherencia, su cercanía y su capacidad de diálogo. Fue el representante de un modelo episcopal que bajó de su cátedra y se acercó a los seres humanos, fieles suyos muchos y conciudadanos todos ellos. No solo dirigió sino, también, representó a una Iglesia en camino, más solidaria, que acompañaba, escuchaba y ponía en práctica junto a todos los demás la palabra salvadora de Cristo.
Juan María Laboa
es doctor en Historia de la Iglesia y ha participado en la semana homenaje al cardenal Tarancón que la ONG Mensajeros de la Paz ha organizado en Madrid
es doctor en Historia de la Iglesia y ha participado en la semana homenaje al cardenal Tarancón que la ONG Mensajeros de la Paz ha organizado en Madrid
MONS. ZORNOZA PRESIDE LA CONSTITUCIÓN DEL NUEVO CONSEJO DIOCESANO DE CÁRITAS
El obispo de Cádiz y Ceuta y Presidente de Cáritas Diocesana, Mons. Rafael Zornoza, presidió el martes, 7 de noviembre, en el Seminario Conciliar de San Bartolomé, la constitución del nuevo Consejo de Cáritas Diocesana de Cádiz.
Tras la entrada en vigor del nuevo estatuto de Cáritas Diocesana el pasado mes de septiembre, la constitución del Consejo Diocesano de Cáritas dota a la corporación de un órgano colegiado de representación y gobierno que tiene, entre otras funciones ejercidas en apoyo del obispo, el asesoramiento y consejo, y la aprobación de la programación anual de actividades, del presupuesto y de las cuentas anuales.
En el transcurso de la reunión tuvo lugar el nombramiento del presidente y los vocales del Consejo, que formalizaron su promesa de fidelidad en el ejercicio del servicio que les ha sido confiado. La directora, María del Mar Manuz, hizo una exposición de la situación actual de la corporación, cerrándose la sesión por el obispo diocesano con el agradecimiento a todos los miembros del Consejo por el compromiso asumido en favor de las personas más desprotegidas y necesitadas de nuestra sociedad.
Los miembros que componen el Consejo Diocesano de Cáritas son:
MIEMBROS NATOS
D. Rafael Zornoza Boy – Obispo.
D. Alfonso Gutiérrez Estudillo – Presidente
Dña. María del Mar Manuz Leal – Directora de Cáritas Diocesana.
D. José María Espinar Domínguez – Secretario General de Cáritas Diocesana.
D. Luis Do Campo Schroedel – Adjunto a la Dirección.
D. José Antonio González Brescia – Adjunto a la Dirección.
Dña. Rosario Rojas Romero – Adjunta a la Dirección.
Dña. Ana Calderón Conde – Adjunta a la Dirección.
MIEMBROS ELECTOS
P. Rafael Pinto Vega
P. Manuel Gómez Sánchez
P. Pedro Durán Durán
D. José Ramírez Gil
D. José Antonio Torrejón Huertas
Dª. Pilar Muñoz Rubio
Dª Susana García Méndez
D. Juan Espada Guerra
Dª Rosario Fernández Barroso
D. Agustín de la Flor Ramos
Dª María Dolores Orte Maturana
D. José Antonio Cabrera Mengual
Dª Estebana Ávila Acereto
SOY PESCADOR
El Buen Pescador no luce exagerado ni impaciente, sino equilibrado y sereno.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: Catholic.net
Por: Oscar Schmidt | Fuente: Catholic.net
Soy pescador, hijo de la Iglesia que me envía a atravesar los mares del mundo en busca de almas, como lo hicieron Pedro y tantos otros a través de los siglos. Orgullo del pescador, la misión recibida da una inigualable alegría que ilumina el espíritu cuando un hermano se enamora del Pescador de hombres, Jesús de Galilea.
Pero Señor, qué difícil es encontrar el equilibrio necesario para acercarse a tantas almas que requieren un trato distinto, sin que se pueda comparar a la una con la otra. ¿Qué decir a ese hombre religioso pero sin amor en su corazón? ¿Y que a aquella mujer que no te conoce ni siquiera por Tu Nombre? Sin embargo yo sé muy bien que hay reglas que debo respetar, si es que deseo no alejar a tus hijos de Tu Barca.
La regla básica es la de no espantar a nuestros hermanos, no asustarlas con una postura demasiado alejada de su entendimiento actual. Muchas veces nos presentamos como nosotros quisiéramos que ellos fueran, apasionados y convencidos de nuestro carácter de hijos de Dios. Sin embargo, si la brecha entre quienes encontramos en nuestro camino y nosotros aparece ante sus ojos como demasiado grande, hacemos imposible para ellos el siquiera pensar que se puede atravesar el foso que nos separa, y entonces se asustan y alejan.
Los santos, por siglos, han comprendido esto y tornaron sus vidas en puentes que los acercaron a las almas. Fueron flexibles, dúctiles, comprendieron a aquellos que no tenían en el alma ni el amor ni la comprensión que las cosas de Dios requieren. Por esto es que la regla básica de todo pescador de almas es la de no exagerar, ni lucir amenazador, ni demasiado lejano. Jesús mismo tenía un mensaje consistente en el contenido, pero totalmente distinto en la forma, dependiendo de si el público que lo escuchaba estaba formado en las cosas del pueblo de Israel, o si eran gentiles alejados de la religión.
La otra regla fundamental es la de la paciencia, paciencia que es entrega a Dios en la confianza de que El tenderá los puentes que unan las brechas, las falencias y las incomprensiones que encontremos en nuestro trajinar de pescadores. Muchas veces nos desesperamos porque las cosas no van tan rápido ni en la dirección que esperamos. Sin embargo, Jesús está siempre detrás de los suyos, y con Su Mano corrige y modela aquello que es fundamental a Su obra. Lo demás, lo deja seguir su propio rumbo, lo que muchas veces se torna en las cruces que El nos pone en el camino.
El buen pescador no luce exagerado ni impaciente, sino equilibrado y sereno. Se presenta de tal modo que las almas se sienten seguras de que Dios es a Quien debemos mirar en este mundo, alejándonos paso a paso de lo que no llena nuestro interior, de aquello que es simple ruido y confusión. Pero también, el buen pescador sabe cuando tiene que acelerar el ritmo y empujar a las almas a dar un paso hacia adelante, hacia la luz. Ese paso creará tensión y desaliento, pero pronto será comprendido por aquellos que están bien afirmados a la Mano del Salvador. Otros, para tristeza del pescador, se soltarán de la Barca y se alejarán nuevamente, a aguas peligrosas.
No es fácil ser pescador, porque si nos equivocamos, podemos alejar a muchas almas de tal modo que después resulte muy difícil volver a acercarlas. Es una responsabilidad muy grande que todos debemos ejercer, laicos o consagrados, porque para eso fuimos izados a la Barca de la Iglesia, para ser pescadores. Nuestra sonrisa es probablemente el arma más poderosa que Dios nos ha dado para realizar nuestra tarea, porque la alegría de estar a bordo es una de las señales que nos distinguen, ¡la alegría de ser hijos de Dios!
Hermanos, pesquemos en las aguas del mundo, las almas abundan y nos esperan. Seamos eficientes en tan grandiosa tarea que Dios nos ha encomendado, la más alta que El ha puesto en nuestra misión de vida. Cuando estemos frente al Señor, El nos preguntará por los actos de amor que dejamos como legado de nuestro paso por la vida. Y qué duda cabe de que el mayor acto de amor es el de poder mostrarle, orgullosos, a aquellos que hemos subido a bordo de la Barca de Pedro. Jesús sonreirá porque verá que hemos comprendido nuestro legado de pescadores, como El lo es, como la Iglesia lo es, como todos debemos serlo.
Pero Señor, qué difícil es encontrar el equilibrio necesario para acercarse a tantas almas que requieren un trato distinto, sin que se pueda comparar a la una con la otra. ¿Qué decir a ese hombre religioso pero sin amor en su corazón? ¿Y que a aquella mujer que no te conoce ni siquiera por Tu Nombre? Sin embargo yo sé muy bien que hay reglas que debo respetar, si es que deseo no alejar a tus hijos de Tu Barca.
La regla básica es la de no espantar a nuestros hermanos, no asustarlas con una postura demasiado alejada de su entendimiento actual. Muchas veces nos presentamos como nosotros quisiéramos que ellos fueran, apasionados y convencidos de nuestro carácter de hijos de Dios. Sin embargo, si la brecha entre quienes encontramos en nuestro camino y nosotros aparece ante sus ojos como demasiado grande, hacemos imposible para ellos el siquiera pensar que se puede atravesar el foso que nos separa, y entonces se asustan y alejan.
Los santos, por siglos, han comprendido esto y tornaron sus vidas en puentes que los acercaron a las almas. Fueron flexibles, dúctiles, comprendieron a aquellos que no tenían en el alma ni el amor ni la comprensión que las cosas de Dios requieren. Por esto es que la regla básica de todo pescador de almas es la de no exagerar, ni lucir amenazador, ni demasiado lejano. Jesús mismo tenía un mensaje consistente en el contenido, pero totalmente distinto en la forma, dependiendo de si el público que lo escuchaba estaba formado en las cosas del pueblo de Israel, o si eran gentiles alejados de la religión.
La otra regla fundamental es la de la paciencia, paciencia que es entrega a Dios en la confianza de que El tenderá los puentes que unan las brechas, las falencias y las incomprensiones que encontremos en nuestro trajinar de pescadores. Muchas veces nos desesperamos porque las cosas no van tan rápido ni en la dirección que esperamos. Sin embargo, Jesús está siempre detrás de los suyos, y con Su Mano corrige y modela aquello que es fundamental a Su obra. Lo demás, lo deja seguir su propio rumbo, lo que muchas veces se torna en las cruces que El nos pone en el camino.
El buen pescador no luce exagerado ni impaciente, sino equilibrado y sereno. Se presenta de tal modo que las almas se sienten seguras de que Dios es a Quien debemos mirar en este mundo, alejándonos paso a paso de lo que no llena nuestro interior, de aquello que es simple ruido y confusión. Pero también, el buen pescador sabe cuando tiene que acelerar el ritmo y empujar a las almas a dar un paso hacia adelante, hacia la luz. Ese paso creará tensión y desaliento, pero pronto será comprendido por aquellos que están bien afirmados a la Mano del Salvador. Otros, para tristeza del pescador, se soltarán de la Barca y se alejarán nuevamente, a aguas peligrosas.
No es fácil ser pescador, porque si nos equivocamos, podemos alejar a muchas almas de tal modo que después resulte muy difícil volver a acercarlas. Es una responsabilidad muy grande que todos debemos ejercer, laicos o consagrados, porque para eso fuimos izados a la Barca de la Iglesia, para ser pescadores. Nuestra sonrisa es probablemente el arma más poderosa que Dios nos ha dado para realizar nuestra tarea, porque la alegría de estar a bordo es una de las señales que nos distinguen, ¡la alegría de ser hijos de Dios!
Hermanos, pesquemos en las aguas del mundo, las almas abundan y nos esperan. Seamos eficientes en tan grandiosa tarea que Dios nos ha encomendado, la más alta que El ha puesto en nuestra misión de vida. Cuando estemos frente al Señor, El nos preguntará por los actos de amor que dejamos como legado de nuestro paso por la vida. Y qué duda cabe de que el mayor acto de amor es el de poder mostrarle, orgullosos, a aquellos que hemos subido a bordo de la Barca de Pedro. Jesús sonreirá porque verá que hemos comprendido nuestro legado de pescadores, como El lo es, como la Iglesia lo es, como todos debemos serlo.
EVANGELIO DE DÍA Y MEDITACIÓN
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 9-18
Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación,- y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.»
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: « ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio! » Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así, pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario: «A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los limites del orbe su lenguaje. »
Salmo
Sal 18, 2-3. 4-5 R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Reflexión del Evangelio de hoy
A tan sólo dos días para terminar el año litúrgico cristiano, las lecturas de hoy no suenan a final, sino a inicio, al nacimiento de la vocación cristiana: ser testigos de Cristo anunciando su Evangelio. Gracias a la fiesta de San Andrés, intentaremos reflexionar sobre el anuncio del Evangelio y su fuerza.
La fe nace del mensaje y el mensaje consiste en hablar de Cristo
El Apóstol Pablo enseña a la comunidad de Romanos palabras de la Escritura como: «nadie que cree en él (Señor) quedará defraudado» (Sal 25, 3) y «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Jl 3, 5; repetido en Hch 2, 21). El objetivo es explicar la necesidad del mensaje del Evangelio a todos los pueblos para que nazca la fe, por la que se alcanza la justificación, la salvación: creo en Jesús, creo que Dios lo resucitó. Sin embargo, Pablo no se queda sólo en señalar la importancia del mensaje, sino también en la necesidad de que haya quien lo predique y de cuál ha de ser su contenido.
Si el mensaje se hubiera quedado sólo en Israel, quizá hubieran oído algo los pueblos fronterizos, pero no hubiera llegado hasta los confines del mundo. El mensaje de Cristo no era para unos pocos, era para todos en todos los lugares en todos los tiempos. Para ello, Jesús se valió de sus discípulos que, cuando fueron formados y hubieron vivido la experiencia del Resucitado, los envió (apóstoles) a anunciar el Evangelio. Esto nos lleva a que para ser apóstol hemos de ser discípulos aplicados abiertos a la vivencia y al estudio de la Palabra de Dios. Inundada nuestra vida, nuestra existencia de Cristo, el mensaje que transmitimos no es otro que al propio Cristo; porque, como dice Pablo (Gal 2, 20), ya es Cristo mismo quien vive en nosotros. El anuncio del Evangelio es verdadera Buena Noticia si su contenido es Cristo. ¡Es cierto! En una ocasión me dijo un fraile dominico: «Si no hablas de Cristo, no sólo estás perdiendo el tiempo, sino que lo estás haciendo perder. Pero hay algo más -apuntaba-, podrás mover las emociones con tus palabras, pero las almas (la persona entera) no verán la salvación y casi -decía- estarás en pecado porque te estás presentando tú y no lo estás presentando a Él». Me lo dijo muy serio, pero con una sonrisa amable. Y es cierto, Cristo es el objeto de la fe que justifica, marca el final de la ley en cuanto medio de justificación y abre un camino de salvación para todos, sin distinciones. A este anuncio nos demos los Dominicos por carisma imitando a los Apóstoles y todos los cristianos por el bautismo. Las palabras de Cristo son la verdadera fuerza de su mensaje. Él no dijo nada que no hubiera sido indicado por su Padre (Jn 12, 49) y nosotros, amparados por el Espíritu Santo, debemos hacer lo propio (1 Jn 1, 3) para mantenernos en comunión con Él y el Padre.
Venid y seguidme
La Palabra encarnada es una y única. Andrés, Simón, Santiago y Juan -en el relato del evangelista Mateo- son capaces de dejarlo todo con una palabra: VEN / SÍGUEME. ¿Quién de nosotros deja lo que está haciendo si otra persona nos dice «ven» si no es porque le reconocemos autoridad o porque esperábamos esa palabra?
El llamamiento de Jesús, la vocación, exige de nuestra respuesta. La vocación cristiana tiene tres momentos paralelos con tres palabras de Jesús: un tiempo de preparación (VEN), al que le sigue un tiempo de formación y convivencia con Jesús como discípulo (SÍGUEME); finalmente, ser enviado a comunicar el Evangelio como apóstol (VE). Cristo mismo es la fuerza del mensaje.
¿Anunciamos el Evangelio con nuestra vida? ¿De quién hablamos? ¿Cómo vivo los momentos de mi vocación?
miércoles, 29 de noviembre de 2017
RECUERDOS Y AÑORANZAS DE GRAZALEMA; POR FRANCISCO CAMPUZANO MATEOS
Miércoles y Grazalema van unidas gracias a nuestro siempre querido y añorado Diego Martínez Salas.
Desde que hace más de un año empezara a publicar en SED VALIENTES los artículo que vieron la luz en su día gracias a "Raíces de Grazalema".
Hoy volvemos con Francisco Campuzano Mateos con sus recuerdos y añoranzas que tanto gustan a todos pues les recuerdan ese ayer que a fuerza de traerlo a la memoria y revivirlo nunca muere.
Sirva este nuevo artículo como mi homenaje póstumo a la memoria de Diego. Sirva este artículo como mi gratitud a su valioso equipo de colaboradores y amigos que hicieron posible tan indispensable sitio web.
Sirva este nuevo artículo como homenaje lleno de cariño hacia su viuda, hijos, madre, familia, amigos así como al querido Pueblo de Grazalema y todos los grazalemeños.
Recibid todos un abrazo con sabor a eternidad,
Jesús Rodríguez Arias
raicesdegrazalema.wordpress.com
Publicado por Grazalema
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Francisco Campuzano Mateos
Granada, Junio de 2015
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Como mi hijo Paco sabe de mi interés, como buen grazalemeño, por todo cuanto tenga relación con mi Pueblo, en la última visita que nos hizo a Granada, con motivo de la Feria de Sevilla, me trajo las colaboraciones: “Benito el pastor, y sus perros”, de Gabriel Naranjo Carrasco; “Recuerdos de la calle de Las Piedras”, de Cándido Gutiérrez Nieto; “Don Guillermo, y el Centro Parroquial de la Juventud”, del mismo Gabriel; y “De los primitivos caminos de Grazalema al primer accidente de tráfico”, de Luis Ruiz Navarro, y Diego Martínez Salas.
Quiero por tanto, en primer lugar, dejar constancia, significativamente, de mi agradecimiento, tanto a mi hijo corno a los autores de estos trabajos literarios.
Pero como con la lectura de estos veintitrés folios, cosa que he hecho con fruitivo interés, ha sido tal el cúmulo de recuerdos y añoranzas que acudió a mi mente, que no he podido resistir la tentación de plasmarlos en estos otros, que a continuación escribo.
Si bien porque figuren con cierta unidad, lo haré, dentro de lo posible, de forma que se refieran a cada uno de los títulos que encabezan cada trabajo.
Pero antes, al pensar en mis ochenta y dos años largos, me he acordado de lo que me decía Don Claudio, cuando le cedía el paso al entrar en el Casino: Este, Paco, es el triste privilegio de los años.
Porque este mismo privilegio de mi edad, es el que me ha permitido, tras la lectura de los referidos folios, fundir tantas escenas de mi larga vida.
De Benito, al que durante mucho tiempo traté diariamente, puedo corroborar que era un buen hombre, aunque de no muchas palabras.
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Como prueba de ello puedo referir lo que le oí a mi cuñado Rodrigo.
Estando él de Juez de Paz, asistió Benito como testigo, a un juicio; y pudo comprobar que mi amigo, tal vez por no mostrar su inclinación a ninguna de las partes, a cuantas preguntas se le hicieron invariablemente respondió: Benito, no sabe nada.
Un buen hombre y mejor amigo mío.
¿Y cómo no recordar a su perro El Moro?
Si ambos en cierto modo, durante algún tiempo, formaron parte de mi vida.
Entonces vivía yo, con mi madre y mis hermanos Rafael y Fernando, en la calle de Las Piedras, en el número 18, que por entonces llamaban del Generalísimo.
Estaba esa casa casi enfrente de La Bodega de Paco EL Castro, a la que también se conocía por La Casa Amarilla.
En la mía, delante de la ventana de la primera habitación a la izquierda, me ponía yo a estudiar.
Bastaba que viera al Moro, sentado sobre sus patas traseras, en el escalón de La Bodega, para advertirme que ya había llegado Benito, y había pedido su medio cuartillo de vino blanco.
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Enseguida yo daba de mano y allí me dirigía, para charlar con él un rato, y con cuantos ocupaban la habitación que estaba frente al despacho de vino.
En la que había un velador, en el rincón de la derecha; una mesa más grande, redonda en el centro; y otra más, grande y alargada, adosada a la pared de la izquierda.
Los clientes de entonces, que acudíamos a diario a sentarnos en esas mesas, por regla general, éramos los mismos.
Así, El Abuelito ponía su medio cuartillo sobre la mesita pequeña; en el extremo, más próximo a la salida, de la mesa alargada, se ponía Pepe Castro García; y el opuesto lo ocupaba Juanito Lelé; porque el lateral que no estaba pegado a pared, quedaba libre de clientes, para dejar paso a los que iban al despacho a buscar el relleno de sus envases o salir al patio para evacuar.
Mi amigo Benito acostumbraba a colocarse en el centra de la mesa redonda, justo en frente del despacho; y a menudo a los lados izquierdo y derecho acostumbrábamos a situarnos José El Palmero y yo.
El Abuelito, por sistema, cuando el Valero daba el último pregón, con la bajada de precios del pescado, se salía a la puerta de la Bodega con una bolsa en la mano.
Y sobre el escalón, aguardaba unos minutos, para ver si la gente acudía o no a la bajada de precio, junto al Moro.
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Y si el reclamo no hacía el efecto apetecido por el pescadero (q.e.p.d.), calculando que ya José estaría deseando tomarse una cerveza en Casa Lara, o unos vasos de vino en la de Pepillo Castro, se acercaba al puesto; y después de hacerle ver que ya no acudía nadie a comprar pescado, y que era una pena que tuviera que tirarlo, sacaba su bolsa y le proponía quedarse con lo que le quedaba por diez reales.
Y como todas sus premisas eran ciertas, José acababa cada día aceptando su propuesta.
Recogía entonces la mercancía, y muy despacio, como meditando sobre la buena compra que había hecho, regresaba a la Bodega.
Y cuando entraba de nuevo, portando su rancho embolsado siempre le seguían, como es lógico, al olor del pescado, varios gatos; lo que daba lugar a que la reunión se animara.
Porque siempre, al pretender dejar la bolsa en el pretil de la ventana, había alguno que le echaba en cara que hiciera tal cosa, así como que todos los días atrajera con ello a los gatos; mientras otro le exigía que sacara la bolsa al patio y la colgara de una rama de la higuera.
Y hasta algún otro, aun reconociendo su derecho a comprar el pescado, aprovechando la bicoca le decía que, después de hacerlo, lo que tenía que hacer era llevárselo a su casa, en vez de venirse a beber vino a la Bodega, acompañado de los gatos que nos molestaban con sus maullidos.
Aquello le afectaba mucho al Abuelito, hasta el punto de que a veces se le saltaban las lágrimas; quizás, pienso ahora, que tal vez de cocodrilo.
Sin embargo no había más que decirle ¡no llores! para que al punto gimoteara sin consuelo.
Aunque no es menos cierto que cuando un alma caritativa le invitaba a otro medio cuartillo, cesaba el llanto y sonreía agradecido.
Hasta el punto de que, cuando eran más de dos las raciones de “consuelo”, se animaba tanto que más de una vez nos cantó y bailó “El Herrero de Carmona”.
Cuya letra hablaba de que tan bien pegaba el hierro este hombre, que de la fragua hasta los perros salían “engangados”.
No obstante El Abuelito siguió siempre comprando el pescado por el mismo sistema de rebaja.
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Y con respecto al Moro he de reconocer que era un perro serio y por supuesto cumplidor de su cometido; tanto que admitía compartir el escalón de La Bodega sin rechistar, mientras nosotros dentro, nos metíamos con el Abuelito.
Aunque con respecto a su pelaje rizado como el de todos, más o menos, los turcos, y blanco y negro, lo tenía tan mezclado que más bien, en capa de toro, sería cárdeno; por las muchas veces que lo vi esperando a su amo.
Desconocía la anécdota del otro perro suyo que, desde Las Lajas, subió el mechero de su amo hasta la puerta del Casino.
Pero sin embargo tengo constancia, tal vez de aquellos tiempos, de aquella otra según la cual Andrés El Charo, mi vecino de la Ribera, le ganó a Manolito Briole, por permanecer una hora callado, una fanega de trigo.
Sin embargo tuvo la suerte de que José Castro García, le regalara un expositor, que tenía arrumbado en su carpintería, con dos ruedas de bicicleta que arregló, y con él Antonio se buscó la vida, vendiéndole a los niños dulces, caramelos, regaliz y arropías; largas y retorcías.
Al leer “Recuerdos de la Calle de las Piedras” y a las personas que relaciona Cándido Gutiérrez, se me vinieron a la cabeza otras; aunque remontándome en el tiempo.
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Como aquella Carmelita la loca, que vivió en lo que luego fue corral de Sebastián Vázquez.
Y que cuando le daban, lo que nosotros llamábamos ataques, se asomaba a su ventana, por la que se veía un hermoso limonero, para expresar en voz alta todo aquello que se le ocurría; como “Isabelita Guerrero pelona, yo con pelo”, que repetía.
Y allí, a la esquina de la callejilla de Anita Ramos, acudíamos entre otros, mi hermana Mª del Carmen y algunas de sus amigas, Pepe Casas y yo, a escuchar sus peroratas.
Más para abajo, en la pared de enfrente Vivía señó Pepe Elías que tenía muchos pajarillos enjaulados como reclamos para su cacerías.
Lo que me lleva a referirme a mi primera cacería de éstos con liria.
A ella me acompañó mi condiscípulo y amigo Manolo Virués.
Después de proveernos de la liria de mi hermano Gabriel, y cortar las varetas de los almendros del Tajo, me tocó a mí gestionar lo de los reclamos.
Primero fui a casa de Las Correítas, que según tía y sobrina tenían un chamariz que cantaba mucho; y todas las mañanas al amanecer rezaba el “Bendito”.
Y luego fui a pedirle a señó Pepe Elías un jilguero de los muchos que tenía.
Para seguidamente buscarnos un arbolete de espino majoleto seco.
Con todos esos preparos, al alba, como cuando Don Quijote salió de la venta, nos dirigimos al Tinte; y allí, sobre una pared semiderruída, colocamos el arbolete, envaretamos y pusimos las dos jaulas con los reclamos.
Pero bien porque el chamariz de Dña. Dolores y Dña. Joaquina hubiera cantado ya el Bendito, y el jilguero no fuera el mejor de Pepe Elías, lo cierto es que ni un tontito siquiera vino a posarse en alguna de las varetas, ya que ninguno de los dos abrió el pico.
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La foto de la tienda y bar de Juan Lara sin duda me impactó, ya que tantas horas pasé en él, trayéndome muchos recuerdos, aunque por supuesto, más recientes. Por no cansar, me referiré tan solo a dos anécdotas que allí tuvieron lugar.
Casa Lara fue, durante muchos años, centro de reunión de numerosos cazadores, todos ellos amigos y compañeros míos de tertulia y cacerías.
Por eso, ahora que me siento tan sólo, permitidme que tenga para ellos un emocionado recuerdo relacionándolos seguidamente.
Como Andrés Chacón, El Hormiga, mi hermano Manolo, Juan Lara, Sebastián Vázquez, mi hermano Rafael, Frasquirri, Joselillo el de la acordeón, José el del Dornajo, Jacinto, El Polín y el Jalifa; sin olvidar al Mechilla, que buena guerra que allí nos daba.
Aunque al mismo tiempo dé gracias a Dios por permitirme aún hoy, contar algo de lo que en Casa Lara sucedió y en lo que algunos de ellos intervinieron.
Empezaré por relatar una nota de humor, al que por naturaleza soy aficionado.
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Extrañado una noche de no verle plomeadas las orejas a varios conejos que había matado Andrés Chacón, me explicó que el motivo era porque él tiraba con plomo del diez lo mismo a los conejos que a las perdices.
Como quiera que aquello no me convenció, al final me aclaró la cosa, reconociendo con guasa que él tanto los conejos como las perdices los compraba a diez duros.
Otra noche, estando en el bar algunos de los mencionados, entró el Jalifa y colgó de una silla, no sé si una talega o un saquillo, con una jineta viva caída en un cepo, y que mi hermano Fernando le había encargado, no sé si para acabar con los conejos de El Tinte.
Como media hora después llegó Frasquirri, interesando saber qué contenía aquello que colgaba de la silla; y el Jali le contestó que una jineta.
Pero como éste era algo mentirosillo, la réplica de Frasco, fue en cierto modo lógica: ¡Sí hombre una jineta metida en un saco!.
Y porque él debía ser bastante curioso, para salir de dudas lo descolgó de la silla, y se dispuso a ver lo que aquello contenía.
Tan rápidamente lo hizo, que no le dio tiempo a oír que el Jalifa le dijo: ¡No la abras que está viva!.
Aquel animal, al ver aquello abierto, con la velocidad del rayo, saltó como impulsado por un resorte, y se vino a colocar sobre una de las estanterías donde Juan Lara tenía puestas las botellas de coñac, anís y otros licores, mientras exclamaba: ¡Me vas a buscar una ruina!
Menos mal que de allí, con la misma rapidez y prodigioso salto, se pasó a uno de los casilleros de la tienda, que tenía las cajas de té y manzanilla, sin que ninguna de las botellas cayera al suelo.
Pasados esos minutos de sobresalto, entre Frasquirri y Jalifa, mejores conocedores de estos animales, aunque se les escapó varias veces, volvieron a meter la jineta a donde vino.
Pero aquella noche los allí presentes pudimos contemplar algo único; a Juan Lara alterado como nunca, correr a una velocidad endiablada hacia la puerta de la Plaza. Y Frasquirri me lo comentó infinidad de veces.
La otra anécdota es de índole muy distinta.
Después de haber echado la mañana de cacería estábamos en Casa Lara reunidos comentando los aciertos y “ganchás” que nos habían sucedido, mientras tomábamos cerveza y algunas copas de vino de aquel Jerez tan bueno, de Agustín Blázquez, llamado Solera Elegante, cuando en la conversación surgió el tema de las supersticiones, a las que son dados los cazadores.
Cada uno expuso las que tenía; y así salieron a relucir el gato negro, el tuerto, el cojo, las bichas, el pasar por debajo de una escalera, el dar un puntapié a una lata, el romper un espejo o dejar abierta unas tijeras.
Sin embargo Jacinto, fiel a la doctrina de la Iglesia, trató de convencernos a todos de que todo eso no eran sino pamplinas en las que no había que creer.
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Pero pasado un rato, mira por donde, justo en el momento que Frasquirri observaba en su mano, un cartucho de Joselillo el del acordeón, salió Jacinto impetuoso preguntando: ¿Qué estáis cambiando cartuchos? Pues que sepáis que mañana no matáis nada, ninguno de los dos.
A Don Guillermo el Cura, por estar yo entonces la mayor parte del tiempo fuera de Grazalema, no lo traté mucho. Pero subscribo cuantas cosas buenas de él se dicen en el capítulo que le dedica Gabriel Naranjo.
Me satisface conocer que muchos de los matrimonios que ahora tienen más o menos su edad, y que se casaron entre los años cincuenta y sesenta en Grazalema, se lo deben al Club de D. Guillermo.
Y cómo no, corroboro como exacto y muy ajustado a la realidad, el que en la segunda mitad del siglo XX, a lo que añado, y por supuesto con anterioridad, el hombre que le “hablaba” a una mocita, para charlar con ella de noche, tenía que permanecer en la calle, mientras la novia, por dentro de la ventana estaba en su casa.
Apropósito de lo cual no me resisto a contar algo que le ocurrió a una pareja que estaban en esas circunstancias. Era lo que se llamaba “pelar la pava”.
Así estaban una noche unos novios y pasaba el tiempo y pasaba, mientras la futura suegra dormitaba cerca del brasero.
Hasta que, cerca de las tres de la madrugada, la despertó el canto de un gallo.
Al oírlo el novio dijo: ¡Mudanza de tiempo! Pero la madre de la novia replicó:
¡Mudanza de leche; que son las tres de la mañana y hay que irse a la cama!
Por cierto que en el pie de la foto en que aparece Don Guillermo con Juanito Vílchez y El Cueto, por error le llaman D. Gregorio.
Cuando se llega a mi edad, suele suceder que se olvide uno de inyectarse la insulina alguna vez, o de tomarse la pastilla del Sintrom; pero sin embargo recuerda con claridad meridiana, aquellas cosas que vivió de pequeño.
Por eso quizás, como ejemplo de lo que digo, se me ocurra en estos momentos contar la forma en que se hacía el chocolate en casa de Andrés Guerrero, también conocido como Andrés Elías.
Tenía este hombre el obrador contiguo a su casa; en la que hoy es la de Antonio Jarillo.
Allí me pasaba yo las horas muertas viendo cómo el’ mudo que tenía trabajando, elaboraba la pasta que luego pasaba a formar las tabletas de aquel chocolate que tanto me gustaba.
Había un pozuelo vertical y alto, en el que mezclaba, en las debidas proporciones, el cacao y el azúcar; y no sé si algo más que le aportara su sabor a la mezcla.
Luego con un porro largo, mediante numerosos y continuos golpes, que duraban mucho tiempo, majaba la combinación.
De ahí sacaba la pasta, mediante un cazo de rabo muy largo, que iba depositando sobre una piedra lisa, ligeramente inclinada, debajo de la cual había unas brasas.
Este calor, junto al deslizamiento de un rollizo, que con las dos manos pasaba repetidamente sobre la piedra, hacía la pasta más ligera, que gracias a la inclinación, caía a un recipiente situado al final de la piedra.
Después de tan laboriosa preparación me imagino, porque eso nunca lo vi, agotada la pasta del pozuelo, Andrés procedería, con adecuados moldes, a dar forma a las tabletas.
Yo que tuve ocasión de comerlo repetidas veces, pude notar que el cacao estaba bien compactado, mientras que las partículas de azúcar había que masticarlas, lo que me encantaba.
Lo mismo que no puedo resistir la tentación, quizás como prueba de lo mucho que, desde chico, me han gustado las mujeres, de contar mi primer beso a una de ellas.
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Estaba yo entonces en casa de Las Correítas; cada niño y niña sentados en su sillita.
Me había tocado al lado Manolo Virués; y un poco más allá, en el círculo que formábamos, estaba una chiquilla que me gustaba tanto, que le confesé a mi amigo que, cuanto tuviera ocasión, le daría un beso.
Y llegó ésta una mañana, en la que Dña. Joaquina volvió de comprar el pescado, y Dña. Dolores y ella fueron a la cocina a ver cómo estaban las sardinas.
Rápidamente me levanté de mi silla, me aproximé a la niña, y estampé un beso en su sonrosada mejilla.
Pero más pronto regresaron tía y sobrina, que me sorprendieron en ese momento; y la más vieja le dijo a la otra: ¿No te lo dije Joaquina? ¡Un sinvergüenza es lo que es éste!
Al oír esto, salí corriendo, sin siquiera cerrar la puerta, y por el Solar, llegué hasta la Venta de los Alamillos, pensando en lo que me haría mi padre, que posiblemente echara mano de la correa.
Y allí, sentado en un poyo de mampostería que corría a ambos lados de la puerta, traté de borrar de mi mente tales pensamientos, hasta que apareció un hombre que de Los Terrajos traía dos burros con los serones cargados de melones, y montado en uno de ellos me llevó hasta el Pueblo.
La verdad que no recuerdo que mi padre me dijera nada, y mucho menos me pegó con la correa, tal vez porque le alegrara saber que su hijo no le iba a salir raro.
De lo que no me olvido fue de que no volví por Las Correítas, seguramente por no querer en su casa a un sinvergüenza, ni de que tuve más tiempo por ello para jugar en el Montón toreando a la mula torda que tenía Ramón el panadero.
También de aquella época de niños recuerdo cómo muchas mañanas salíamos Enrique Romero Valdespino, Andrés Chacón mi hermano Rafael y yo, con el Caníbal, un mastín que aquel tenía, a cazar gatos, con algunas piedras en los bolsillos.
Esto era importante porque cuando un gato enarcaba y erizaba lo pelos del lomo y sacaba las uñas, parado, ni el Caníbal, como todos los perros, se atrevía a meterle mano; en cambio si, al recibir una pedrada salía corriendo, era gato muerto. Tal era el miedo que los canes tenían a perder un ojo.
Por lo mucho que nos costó acabar con él, recuerdo especialmente el de D. Ángel Flores Castilla, alcalde de la Villa; un gato negro y lustroso, que en la puerta falsa de Juan El de La Erilla, más de una vez había presentado cara, en la forma descrita, hasta tomar la gatera.
Pero aquella mañana, tras una acertada pedrada de Andrés, se le ocurrió salir corriendo en dirección al garaje del Feo; pero al cuarto salto que dió, en la calleja de San Juan, acabó en las fauces de Caníbal.
La lectura de “Los primitivos caminos de Grazalema”, aparte de ilustrarme y ampliar mis conocimientos y traerme el recuerdo de cuando Luis Ruiz, con mi sobrino Gabriel, ponían discos a aquellos que se los solicitaban, en la puerta de Mario, siendo niños, por el módico precio de veinticinco o cincuenta céntimos, uno o dos reales de los de entonces, me trajeron a la cabeza muchas cosas, gratas o desagradables, pero siempre emotivas.
Empezando, destacándola, por la cita de Lady Tenison, de 1.851, describiendo la subida a caballo al Puerto del Boyar, interrumpida por la lluvia que de pronto, comenzó a caer torrencialmente.
Imagino que por aquella época, ya Antonio Dorado y Frasquita, tendrían su Fonda, a la que acudían muchos ingleses.
A los que señó Atanasia El Feo alquilaba sus caballos, para dar paseos como el descrito.
Pero abundando en la torrencialidad de la lluvia grazalemeña, referiré que unas Navidades que pasamos en Grazalema, llovió a cántaros; hasta el punto de que no pudimos salir a la calle a jugar; y los Romero Valdespino, que vivían enfrente, y nosotros no nos pudimos ver sino en la iglesia.
Vamos, que lo de Noé, al lado de aquello, fueron cuatro gotas.
Claro que todos en esos días tuvieron que sacrificarse; así los ganaderos tuvieron que acudir a las fundas de hule negro, para sus sombreros de ala ancha, a sus botas con suela de tachuelas, de becerro vuelto, sus calzonas embreadas y los culeros de zalea, así como la manta ganadera bien abatanada; y por supuesto a soportar aquellos aguaceros, mientras guardaban su ganado, hasta dar con una cueva o un tajo alto que les impidiera mojarse.
Pero lo que de verdad esos días me causó una pena imponente, fue ver a un sinfín de mujeres enlutadas, con la falda hasta los pies, envueltas en sus mantones y cubiertas su cabezas igualmente con pañuelos negros; y niños descalzos o con calzado inadecuado y los pies mojados.
Que llamaban a la campanilla de casa de continuo, para preguntar: ¿Quiere Vd. un conejo? O una perdiz, huevos, o un saco de picón. Terribles tiempos aquellos; sin subsidio de paro, y teniendo que pagar médico y medicinas y el recibo de la luz de la Eléctrica de La Sierra, además de acarrear leña o hacer picón, con semejante tiempo.
De ahí que algunos padres, en tales circunstancias, vieran el cielo abierto, cuando algún ranchero convenía con. ellos, el llevarse a uno de sus hijos a guardar ganado, con la mínima condición de darle casa y comida y tal vez un pequeño sueldo; ya que no era mala cosa en aquellos tiempos, quitarse una boca de encima.
Y más terrible resulta pensar, como añadido a estas negras circunstancias, que esos niños tenían que dejar la escuela sin saber bien leer, escribir y las cuatro reglas.
Por eso hoy alabo y elogio la conducta de aquellos rancheros que al mismo tiempo que las de los suyos, pagaron las clases del “acomodado” al maestro ambulante.
Como aquella situación enternecía el alma, en casa mis padres acudían a remediarla, como podían.
Por eso, de comprar tantos sacos de picón, no solo teníamos la piconera llena, sino dos encima, al no poderlos vaciar en el momento en que los trajeron.
Estando así la cosa, vino un hombre, lloviendo como todos los días, lamento no acordarme de su apodo, a ofrecer otro, mientras comíamos.
Mi padre paciente le explicó la situación; pero con el ánimo de complacerlo, habida cuenta del temporal, le ofreció darle el duro que valía sin tener que dejárnoslo.
Y aquel hombre, con buenas palabras le dijo a mi padre: Yo se lo agradezco D. Manuel pero tengo que decirle que yo no vengo aquí a pedir limosna, sino a vender picón.
Pensando en esto, tengo que admitir cuán diferente sería hoy la dignidad de estos dos interlocutores, con la de otros actuales.
Y eso, por ambas partes me llena de orgullo, al recapacitar que con esas normas a mí me criaron.
Días después de nuevo llamaron al aldabón de la puerta de la entrada; era una abuela que en una capacha de palma traía un pollo precioso.
Como ya estábamos comiendo, y mi padre, para que al menos nos dejaran tranquilos ese tiempo, cerraba la puerta de la calle, fue a abrir él; pero yo maliciosamente le seguí a distancia, pensando en la que le iba a formar al que se hubiera atrevido a llamar.
Por lo visto la abuela tenía un nieto sirviendo, que mi padre tenía de asistente en el Depósito de Recría y Doma de Jerez.
Había venido el soldado de permiso y encargado que la abuela nos trajera ese pollo por lo bien que mi padre lo trataba.
Pero mi padre, tratando de ocultar su mal humor, y quizás porque mi madre le hubiera recomendado al muchacho, le dijo a esta mujer: Que si tenía a su nieto de asistente era porque podía hacerlo; y que por tanto nada tenía que agradecerle; y que aprovechara para llevarse el pollo a su casa, y como quiera que estaba allí el nieto y que se lo comieran ellos.
Pero volviendo a las citas de estos autores, Ruiz y Martínez, en el Correo Mercantil de España y sus Indias del 19 de Noviembre de 1.792, encuentro dos temas que me satisfacen.
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El primero, que a pesar de encontrarse las carreteras en mal estado, se quejaran de ello los más honrados y celosos hombres del Municipio.
Y el otro que, aún reconociendo que los caminos, eran los peores del Reino, admitía que la Villa contaba con una numerosa arriería.
Y así tuvo que ser por mucho tiempo; hasta que más recientemente, con la aparición de los vehículos a motor, dejaron de utilizarse, para el transporte de mercancías, caballos mulos y burros.
De ahí que en su recuerdo, me apetezca mencionar, los que últimamente utilizaron tales bestias; como los contrabandistas sus fuertes y bien domados caballos, porteando los fardos de tabaco, los rancheros especialmente sus mulos para las faenas agrícolas, tales como la ara, la barcina y la trilla, y el reducido numero de arrieros que, hasta última hora, desde los Areneros, en sus burros, continuó llevando al Pueblo arena, para la construcción de casas o la pavimentación de las calles.
Sin olvidar a los recoveros y recoveras, como La Máxima, que por no existir entonces carriles, tuvieron que seguir acudiendo a los ranchos para proveerlos de tabaco, café, azúcar y arroz, a cambio de huevos y gallinas que ya no ponían.
En el Cerro de la Abejera, donde tantas veces aguardé yo a la torcaces, conocí la Cruz del Contrabandista, recuerdo en hierro forjado, que sus familiares o compañeros, colocaron como recuerdo, en el mismo sitio donde fue abatido por la Guardia Civil.
Cruz que, después que los tractores desbrozaran aquel terreno, dejé de ver, sin saber el camino que tomara.
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De aquella variada gama de pastillas de tabaco prensado, algunas de cuyas marcas, como El Cubanito, Montecarlo, El Águila, Las Dos Onzas de Oro, a los que denominaban “cuarterones” por pesar 115 gramos, la cuarta parte de una libra, ya lié yo muchos cigarros con el papel de fumar de entonces, casi todos fabricados en Alcoy, como Bambú, Jean, Smoking, o Indio Rosas y Abadie.
Y posteriormente, desde el mismo sitio, con pena, he podido contemplar derruidos muchos de aquellos ranchos que vi en buen estado y habitados. Como el de Juanito el de Bárbara, el Higuerón, o La Parra, y San Roque.
Son tantos los recuerdos que la lectura de los mencionados veintitrés folios, me trajeron a la mente que no puedo evitar pasar a estos otros, algunos de ellos.
A mí de chico me encantaban los burros y montarme en ellos; hasta el punto de recordar algunos de sus nombres, de verlos ir a la Fuente Abajo por agua.
Como el colorao “Perico” de los Valdespino, conducido por El Panete, Fernando; o la burra”Chamarina” de señó Atanasio El Feo, o el negro de Fernando Salas, “Moreno”, sobre cuyo lomo una mañana hasta me quedé dormido mientras comía su pienso en la cuadra. O el mulo de Los Narváez con el soniquete de sus aguaderas, que llevaba Manuel Barea.
Sin venir a cuento quizás, se me viene a la cabeza algo que ya no podemos ver; me refiero al día en que tallaban a los Quintos, cosa previa y obligada a que luego fuesen a servir en cualquiera de los tres Ejércitos.
Acostumbraban a celebrarlo bebiendo de bar en bar, sin ninguna moderación establecida; y cantando canciones a tal efecto compuestas, como aquella que decía:
“ya se van los quintos madre, ya se van los “escogíos”; y se quedan las mocitas con los viejos y los tullías”.
Entonces las calles, desde mucho tiempo atrás, estaban empedradas de distinta forma: con piedras del río; formando en el centro, con piedras de canto y más altas, las regaderas.
Por lo que la primitiva erosión, las torrenciales lluvias después, y el continuo pisar de las numerosas bestias a la postre, habían hecho que su superficie fuese lisa, suave, redondeada y brillante.
Una ventaja notable de aquellas calles, sobre las posteriormente pavimentas, al correr los Toros de la Virgen del Carmen, era que estos no se erosionaban tanto las pezuñas, al deslizarse más fácilmente sobre el piso.
En otro orden de cosas, pero relativa a las carreteras de Grazalema, quiero referirme a la Empresa Castillo de Ronda que, cuando no existía la que desde La Ermita, pasando por la Virgen de Lourdes llega al Pueblo, tenía que dejar los viajeros, en aquel antediluviano autobús, en la Fuente Abajo.
Curiosamente su conductor Enrique Castillo, fue mi primer profesor a la hora de sacar el carnet de conducir.
No quisiera terminar estos folios, de entrañables recuerdos sin alabar como se merece, por la añeja vestimenta, y el tradicional tocado de los jinetes, y el vistoso atalaje de los caballos, el pintoresco cuadro del paisano pintor, Manuel Miranda Rendón.
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Ni tampoco dejar de agradecer toda la información, especialmente el conocer los nombres de las personas que se preocuparon por la mejora de nuestros caminos y carreteras, a través del tiempo, a la pareja Luis Ruiz y Diego Martínez, así como la fecha y detalles del primer accidente, ocurrido en la carretera de Gaidovar, el 30 de Diciembre de 1.930.
Aunque se trate de algo verdaderamente lamentable, por estar muy relacionado con el mal estado de las carreteras de Grazalema, a la vista de que me queda espacio, quiero contar que en la carretera de Las Huertas de Benamahoma, al hundirse una alcantarilla, ocurrió el más luctuoso suceso que darse pueda.
Allí, sin que pueda fijar la fecha, ni tener modo de averiguarla, por mi dificultad al desplazarme, aunque quizás tuviera lugar entre los años 1.958-60, o incluso antes, encontró la muerte Manuel El Terrible, sin duda en circunstancias tan terribles como su apodo.
Según tengo oído, sin poder acreditarlo, en el fondo de esa alcantarilla, pasó toda la noche hasta que al día siguiente alguien lo encontró muerto.
Por aliviar un tanto tan desagradable noticia, diré que, pasado el tiempo, hice buena amistad con su hijo Manolo y pasamos muy buenos ratos juntos, en Casa Lara, jugando a La Malilla, cuando venía de vacaciones desde Bélgica.
Y también tendré un recuerdo para la “Pomada de las Quemaduras” que hacía mi madre;
tan eficaz que poniéndola a tiempo hacía que ni siquiera se levantaran ampollas.
Cuando nos íbamos a Jerez se la dejaba a Frasquita la de la Fonda.
Más de uno me habló de sus efectos maravillosos. Pero quizás, porque apestaba tanto al elaborarla en el patio, que mi padre ese día no venía a casa a comer, y ninguno de los hijos nos preocupamos de guardar la receta, y mi madre se llevó el secreto a la tumba.
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