viernes, 14 de julio de 2017

LOS 400 AÑOS DE SAN AGUSTÍN EN CÁDIZ; POR MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ




Se tiende a asociar la iglesia de San Agustín con el instituto de enseñanza secundaria Nuestra Señora del Rosario (vulgo El Rosario), a ella asociado desde 1863. Hasta su traslado al lugar donde ahora se halla, al comienzo de la Punta de San Felipe, fue, sin lugar a dudas, uno de los centros educativos de mayor solera y belleza arquitectónica, dentro de su proverbial austeridad, de la ciudad de Cádiz. Por él han pasado miles de alumnos, chicos y chicas, a lo largo de varias décadas.
Sin embargo, son muchos los que olvidan que allí mismo, desde el siglo XVII, tuvo su residencia una importante comunidad de padres agustinos y que fue un relevante centro de formación teológica, así como residencia temporal en el trasiego permanente (Cádiz, emporio del orbe) de religiosos hacia las Indias y Filipinas. Desconocemos, aunque no nos cabe duda de su paso, los nombres de todos aquellos que, sin duda, fueron importantes misioneros en tránsito, habitantes durante un tiempo variable de sus celdas, iglesia y dependencias, hasta el momento de su partida o durante el período de acogida cuando regresaban del Nuevo Mundo.
También se tienden a olvidar la obra de los pp. agustinos en la ciudad y todo lo que ella significó para sus habitantes: presencia en los momentos claves de su vida, sobre todo en el nacimiento, matrimonio y defunción, en los tiempos de necesidades, o bien en el sencillo palpitar de la vida ciudadana a través de las innumerables y variadas celebraciones o de las hermandades de Semana Santa.
La instalación de los hijos de San Agustín en Cádiz coincidió con la época de puesta en práctica de las conclusiones del Concilio de Trento. Entre otras cosas, estas contemplaban un ambicioso proyecto de evangelización, tanto en los países que habían quedado bajo la órbita católica, como fuera de ellos, es decir, en los territorios de las confesiones protestantes. En el caso de España, con un extensísimo imperio que regir, era preciso también llevar el cristianismo al Nuevo Mundo, cuyo inmenso espacio le correspondía administrar. Los agustinos habían colaborado ya en esta labor (recordemos la expedición de López de Legazpi a las Filipinas de 1564, donde viajaron, entre otros, los pp. agustinos Urdaneta y Gamboa) y debían seguir haciéndolo, aun con más fuerza si cabe, tras el impulso conciliar. Cádiz, durante su etapa de antepuerto de Sevilla, pero imprescindible en las comunicaciones con América, era plaza fundamental para llevar a efecto dicha empresa.
No obstante, la instalación de los agustinos en la ciudad no fue un camino de rosas, en contraste con los importantes servicios que con el transcurrir de los años prestaron a sus habitantes. Fracasó una primera tentativa en 1598, al poco de concluir el Concilio. Se intentaría de nuevo en 1608, esta vez con éxito, aprovechando la existencia de un hospicio para religiosos de su propiedad que habían fundado antes. Con todo, sería preciso esperar hasta el año 1616, razón por la que celebramos ahora el 400 aniversario, para que el cabildo municipal aprobase la propuesta de establecimiento oficial de la orden. Al igual que sucediese en la primera ocasión con Felipe Boquín de Bocanegra, ahora se hizo preciso igualmente el apoyo de un regidor municipal, en esta ocasión de Enrique Báez de Vargas, de origen portugués, para que se llegase a una feliz solución.
Conviene recordar aquí los principales argumentos que el munícipe puso sobre el tapete en favor de la pretensión de los agustinos. Aludía en su defensa, pues, a la santidad de sus miembros (y, por tanto, a su capacidad de irradiación hacia el resto de la sociedad gaditana), a sus conocimientos, rentas poseídas (entre otras las que dejara Boquín en su día), suficientes para la fundación del convento; la necesidad de su colaboración en la larga lucha contra la herejía y los enemigos de la fe católica en general y el fruto que se derivaría para Cádiz con la suma de estos religiosos al número de los ya existentes pertenecientes a otras órdenes. Fue precisa, no obstante, la autorización del rey para vadear las reticencias que todavía seguía esgrimiendo el cabildo. Una intervención favorable de Luis de Soto Avilés en el mismo confirmaría en esta ocasión el cambio de actitud del municipio.
Superadas las dificultades, los agustinos vieron crecer la comunidad y ampliarse su actividad en las décadas siguientes. La construcción su iglesia-convento en torno a los años cuarenta del XVII, el manifiesto interés hacia ellos por parte de las comunidades vasca y navarra de la ciudad, cuya presencia es palpable en varios detalles iconográficos de la iglesia; la constitución en torno a ella de sendas cofradías (la de Humildad y Paciencia y la del Cristo de la Buena Muerte), unido todo ello a las obras de arte que prodigaron sus benefactores, nos muestran claramente lo definitivo de la instalación de la orden en Cádiz.
¿Quiere esto decir que cesaron con ello los malos momentos? Por supuesto que no. Unida como está su propia historia a la de la ciudad y a la de España en general, será un testigo fiel de los avatares vividos por Cádiz a lo largo del tiempo. Así, en 1835 concretamente, experimentará en su propia carne el efecto de la desamortización, que permitirá confiscar su convento durante lustros, hasta que, en 1915, regrese a las manos de los religiosos que lo crearan, en esta ocasión, eso sí, para ser compartido con el centro de enseñanza arriba referido.
En resumidas cuentas, muchas generaciones han acompañado su propia historia con la de la iglesia-convento de los pp. agustinos. Presidiendo una de las calles más ligadas al comercio y a los grandes comerciantes de la ciudad en la Edad Moderna, ha estado siempre unida al latir diario de la ciudad. Han cambiado desde entonces, y mucho, qué duda cabe, las formas externas, los comportamientos y hasta el fervor de sus fieles, pero, perenne como su alta torre-faro que la eleva, aún continúa inspirando a sus frailes un espíritu similar al de sus fundadores.

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