lunes, 3 de julio de 2017

LA SOLEMNIDAD DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESUCRISTO, DERRAMADA PARA REDIMIR AL MUNDO




Pétalos rojos caen sobre la roca de Getsemaní, como las gotas de la sangre de Cristo cuando oró con todo su ser la noche de su pasión. Así comenzaba la celebración en la iglesia de la Agonía, a los pies del Monte de los Olivos, en la festividad de la Preciosísima Sangre de Jesucristo. Cada primero de julio esta fiesta llena de fieles la basílica de Getsemaní y también este año muchos peregrinos de todo el mundo, junto con los frailes de la Custodia de Tierra Santa, se han apretado en torno a la roca del Huerto de los Olivos.

El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, ha hablado de la oración de Jesús, necesaria en su lucha por sintonizarse con la voluntad del Padre. «No somos siquiera capaces de imaginar la prueba que pasa Jesucristo – ha dicho fray Patton – en el momento en que siente que su cáliz, es decir, su vocación y su misión, atraviesan las experiencias más oscuras de nuestra existencia humana: la soledad, el abandono, el fracaso, el sufrimiento físico e interior, la lejanía de Dios, la muerte violenta, dolorosa, injusta». Frente a todo esto, Jesús reza para cumplir la voluntad del Padre y ofrecerse en sacrificio por el mundo. «Es la Sangre Preciosísima de Jesucristo, es decir, su vida entregada por amor infinito, la que nos libera de la muerte, haciéndonos pasar a través de ella», ha afirmado el Custodio.

«Antes del Concilio se celebraban de forma separada la fiesta del Corpus Domini y la de la Sangre de Jesucristo. Tras el Concilio se unieron en una sola, pero nosotros aquí seguimos celebrando la de la Preciosísima Sangre porque estamos en el lugar donde Cristo vertió su sangre – explica fray Benito José Choque, guardián de la fraternidad de Getsemaní -. En esta misa hemos pedido también el don de la paz para Tierra Santa, tierra de Jesús y nuestra tierra».

Tras la celebración, muchos fieles se han arrodillado sobre la roca sagrada que se encuentra bajo el altar de la basílica, donde se habían esparcido los pétalos rojos. Con las manos sobre la piedra, con la frente apoyada en la áspera roca, la oración se hacía más intensa convirtiéndose en súplica, igual que la de Jesucristo. «Me encanta rezar en Getsemaní – cuenta una religiosa – es como si estuviese junto a Jesús que sufre. Así nos hacemos parecidos en la oración».

Después de la misa, se ha continuado la celebración con un pequeño refresco ofrecido delante del convento. «Esa roca es testigo, memoria viva de su Sangre. Al derramarse, la sangre de Jesús redime a la humanidad. Es un gran regalo – ha comentado fray Diego Dalla Gassa, director del eremitorio de Getsemaní -. Celebrar esta solemnidad hoy aquí significa celebrar el misterio de la redención».

Beatrice Guarrera

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