miércoles, 5 de julio de 2017

LA BELLEZA DE GRAZALEMA NO ES CASUALIDAD; POR CÁNDIDO GUTIÉRREZ NIETO

Llegó el miércoles y con él esta publicación que vio en su día la luz en ese sitio web que creara nuestro querido y siempre recordado Diego Martínez Salas como es "RAÍCES DE GRAZALEMA".

Hoy traigo a colación un artículo firmado por Cándido Gutiérrez Nieto que desde su altozano tituló: La Belleza de Grazalema no es casualidad.

Con este quiero despedir la edición de este primer miércoles del mes de julio en SED VALIENTES para que así de esta forma pueda servir para honra la eterna memoria de nuestro querido y siempre admirado Diego así como a su entusiasta equipo de colaboradores.

Con mi admiración a su viuda, hijos, madre, familia, amigos así como todo el pueblo de Grazalema y los grazalemeños estén donde estén.

Recibid todos un abrazo con sabor a eternidad,

Jesús Rodríguez Arias 


raicesdegrazalema.wordpress.com

AURORA BARRIENDO LA CALLE, LA BELLEZA DE UN PUEBLO NO ES CASUALIDAD

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PROGRAMA 6.

 La belleza de Grazalema no es casualidad

Cándido Gutiérrez Nieto
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Para descargar el archivo de audio original, pincha el enlace.

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Queridos paisanos y paisanas. Un cordial saludo a todos

En pasadas columnas de este “Desde mi altozano” hice referencias al portal o blog de internet en faceboock titulado “Enamorados de grazalema”. Y en aquel entonces elogié sobre todo el amplio repositorio fotográfico que a todos los que lo visitamos nos llena de nostalgia y ternura. Entre las muchas fotos que aparecen en este repositorio hay una para mí de especial significación ya que además de su propio mensaje tiene una gran carga emotiva por que quien aparece en ella es mi madre. La foto, muestra una imagen sencilla, aunque muy simbólica, ya que Aurora aparece barriendo las extensas puertas de nuestra casa (o lo que era casi lo mismo casi media calle). Barrer la puerta fue durante más de 40 años, hasta que sus fuerzas y capacidades se lo permitieron, el primer ritual doméstico que Aurora hacia de cada día. En muchas ocasiones en las madrugadas del invierno lo hacía de noche antes de las 7 de la mañana.

Esa actividad, muy común hace décadas entre las mujeres de nuestro pueblo, aparentemente insignificante, es tenida en cuenta por quienes comentan la foto como símbolo de nuestra belleza colectiva. Y entre los comentarios hay referencias que a mi madre, cuando las ha conocido, le han emocionado y llenado de satisfacción personal: ser ejemplo de una actitud educada, trabajadora y excepcional.

Curiosamente, la foto se completa, junto a la imagen de Aurora con su escobón y recogedor en cada mano en la esquina de la casita de la calle Portal, con un pequeño letrero que en aquellos años había colocado el ayuntamiento en varias esquinas del pueblo para estimular la limpieza de la vía pública que decía: “Grazalema, aún más limpia”.

Aquel cartel y su mensaje, voy a ser sincero, cuando lo vi por primera vez, en una de mis visitas al pueblo de aquellos años 90, tuve la sensación de que algo había empezado a cambiar para mal ya que hasta entonces en Grazalema no había hecho falta ningún barrendero y ni mucho menos que nadie recordarse a los vecinos la importancia del esmero en la limpieza pública. Aquello pudo ser, pues, una premonición del peligro de una de nuestras sagradas costumbres que con la vida moderna entonces empezaba a cambiar. Desde luego que no tengo nada contra los barrenderos del pueblo, cuya labor la considero complementaria a esta costumbre y muy importante.


MI CALLE SIN COCHES_ DESDE MI CASA
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Pero la limpieza en algunos lugares del pueblo (más en momentos puntuales que permanentemente) está dejando mucho que desear. Y este comentario debe ser de utilidad para todo el pueblo tanto para las calles del barrio alto, como la fuenteabajo, la puentezuela y sobre todo la plaza, lugar donde más se concentran los que nos visitan. Precisamente aquí, donde se da la bienvenida a esos visitantes, y donde están las terrazas hosteleras y bares es donde más debería observarse esta cualidad y la importancia de ofrecer una buena imagen nuestra. Esta plaza sería entendida, en el simil de un hogar, la puerta de entrada, el recibidor y el salón a la vez. Desde luego un lugar que nadie en su vivienda tiene abandonada ni desatendida; si no todo lo contrario.

Reconozco la dificultad de mantener limpios los suelos de las plazas de la Alameda y Andalucía (donde están la mayoría de estos bares) en el verano o domingos otoñales y de invierno en los que se produce una verdadera avalancha de visitantes ávidos por ocupar una mesa de esas terrazas. Pero la limpieza del suelo donde están estas mesas, por muchos comentarios que vengo oyendo, a veces es tan importante o más y comparable a la gentileza en el trato o la calidad de la tapa y excelencia de la comida que en ellas se sirven.

Volviendo al barrido de las calles, la consecuencia de la costumbre sana de barrer las puertas ha sido una de las consideraciones que más han valorado todos los que nos han visitado a lo largo de muchas décadas. Un pueblo blanco, limpio como una patena, después de las riadas de una noche de lluvia otoñal o de primavera, y limpio al extremo, estoy absolutamente convencido que ha sido uno de los mejores estandartes de la mejor imagen de Grazalema. Garantía de prestigio y admiración más allá de nuestras fronteras.

Costumbre que no es única ni exclusiva. Soy desde hace muchos años aficionado a los toros, reconozco que más a su estética que al mismo rito del sacrificio animal, pero aficionado o más bien, en lo que he podido asistiendo a las plazas de toros, cautivado por la belleza sublime que las imágenes que este arte en movimiento despliega. Descubrir el misterio de una feliz estampa de la envestida del animal, a la vez fiera y cargada de nobleza, ante la pose del torero rematada por la filigrana del vuelo de la capa y la hondura del gesto de quietud, es algo que considero sublime. La lucha por los terrenos, el temple y el dominio de la situación ante el peligro extremo dibujando un derechazo ceñido o unos naturales largos son momentos de inspiración soñada que se adornan con el estremecimiento compartido de una plaza llena; de entregadas almas que sin previo aviso asiente al unísono con un olé seco, único y rotundo.


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Salvando las distancias, permítame, la construcción de la belleza de un pueblo, de por sí bello como Grazalema, es un ritual que tampoco se improvisa y también se me antoja completo, asemejándose a un torrente de sensaciones a la vez únicas pero unánimes para quien la disfruta.

Barrer las calles, colocar macetas en los balcones y ventanas y esperar su lucimiento con su florecimiento y esplendor en fachadas tan hermosas como la de Catina, la mujer de Rodrigo en la calle Arcos, es sencillamente un acto que a nadie deja indiferente y que produce unanimidad de juicio y satisfacción.

Vista de esta manera, la belleza de un pueblo en su conjunto, aunque más constante y permanente para contemplar, se me asemeja a una estampa taurina. Entendida como una oportunidad estética que, al contemplarla, adquiere rasgos sublimes al gravarse en el crisol de nuestras retinas durante mucho tiempo. Las estampas de un pueblo hermoso son como las de esas faenas que siempre recordaremos y perseguimos, escenas de inspiración soñada que quien la descubre cree haber tenido la exclusiva de recibir un regalo visual construido por la cielo para su disfrute personal.

Su visión, estoy seguro, a muchos nos produce ese estremecimiento compartido cuya reacción más inmediata es querer llevarse la instantánea grabada además de en la experiencia de su retina, en su cámara fotográfica.


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Y así ocurre con las paredes blanqueadas. El privilegio de llamarnos pueblo blanco lo hacemos ritual cada primavera encalando nuestras fachadas. Un gesto colectivo lleno de nobleza que despliega múltiples encantos para, como si de nuestra mejor invitada se tratase, recibir la visita veraniega de la misma señora madre,  al principio del verano la Virgen del Carmen y más tarde la patrona, la Virgen de los Ángeles.

Y para regalarles lo mejor que tenemos a la vista, ese trabajo minucioso del blanqueo se despliega cada primavera en cada casa hasta el más minucioso gesto. Como ocurre con el detalle que, a modo de remate, se reviste cuando se despliega la gracia que es “echar la lista” con el pulso de esas manos encaladoras; como el torero toma la muleta para dibujar esos naturales verdaderos. Al fin y al cabo, y repito, siempre salvando las distancias, lo que el torero logra cuando remata su faena con hondura y entrega es la eternidad, la gloria alcanzada en su mejor filigrana. Algo así como el pueblo se viste o engalana de blanco inmaculado y plenitud estética para dar entrada en sus pulimentadas calles al paso de la madre de Dios común de todos los grazalemeños.

Pero nada es perfecto, e igual, que a veces a los toreros se les cuestionan muchos aspectos de su obra fugaz, volviendo al origen de esta columna, me gustaría que estas palabras también sirvieran para que el pueblo pusiera, además de celo en conservar lo que, como costumbre ancestral, hemos bienhecho, en mejorar algunos peores hábitos que en tiempos más recientes hemos adquirido. Y como ejemplo a nadie se le escapa un gesto de censura y desaprobación sobre las lamentables imágenes que ofrecen algunas casas del pueblo; algunas situadas en calles tan emblemáticas como la calle Arcos cuyo encanto y belleza aparece secuestrada desde hace ya años por la incomprensible imagen de ese pasadizo de barrotes y suciedad que la atraviesa como una daga; hiriéndole en la mitad de su corazón e impidiendo su disfrute pleno para los grazalemeños y visitantes.


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Y no cabe duda que podría haber más pero eso lo dejo a la reflexión de cada cual y sus posibilidades de contribuir a hacer brillar y guardar ese joyero que se llama Grazalema, donde se guardan nuestros tesoros que son nuestras identidades y valores.

Unos tesoros que, a buen seguro con el buen juicio de todos, el pueblo lucirá pleno y rotundo, inconmensurable, como se merece nuestro nombre y afamado prestigio, porque, no se olvide, la belleza de Grazalema no es casualidad  y para que perdure en la eternidad debemos ser conscientes que a todos nos pertenece y a todos nos obliga a conservarla  al detalle.

Gracias por su atención y hasta el próximo encuentro, Dios mediante.


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