domingo, 27 de enero de 2019

HOMILÍA PRONUNCIADA POR OBISPO MÁLAGA EN MISA DE EXEQUIAS DEL CARD. SEBASTIÁN

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FUNERAL DEL CARDENAL FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR
(Catedral-Málaga, 26 enero 2019)
Lecturas: 2 Tim 1,1-8; Sal 95,1-3.7-8.10; Lc 10,1-9.
1.- Celebramos las exequias de nuestro querido hermano Fernando, obispo. El Señor ha querido llevárselo en la víspera de la fiesta de la conversión de san Pablo, a quien él tenía como gran maestro y evangelizador. Y esta celebración se enmarca en la fiesta litúrgica de los santos Timoteo y Tito, obispos, discípulos e hijos queridos de san Pablo (cf. 2 Tim 1,2), como también lo fue D. Fernando. Por eso han sido proclamadas las lecturas de este día.
El Apóstol de las gentes se presenta como «apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, para anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús» (2 Tim 1,1). Ésta es la verdad que estamos celebrando: la vida recibida en Cristo, que dura toda la eternidad; y ésta ha sido la tarea que nuestro hermano Fernando ha asumido en su ministerio, llamado a evangelizar desde el carisma claretiano.
Pablo pide a sus colaboradores, y nos lo pide a todos los pastores, que reavivemos el don de Dios que hay en nosotros por la imposición de manos (cf. 2 Tim 1,6).
2.- Los últimos papas, y de modo especial el papa Francisco, nos han invitado a evangelizar, a dar testimonio de Cristo Jesús, a tomar parte en los padecimientos por el Evangelio (cf. 2 Tim 1,8). Nuestro mundo necesita testigos auténticos y valientes de la Verdad; cristianos que transformen el mundo a la luz del Evangelio; creyentes que profesen la resurrección del Señor y la vida eterna; laicos, religiosos y pastores que sean capaces de vivir lo sobrenatural, asumiendo y elevando al ser humano en su totalidad; evangelizadores que proclamen el Evangelio con audacia e incluso contracorriente, como dice el papa Francisco (cf. Evangelii gaudium, 259).
Agradecemos hoy a Dios el regalo de la persona y del ministerio de nuestro hermano Fernando, que dedicó su vida a vivir como un creyente audaz y a contracorriente, como un gran misionero.
3.- El Evangelio proclamado hoy nos ha recordado las palabras de Jesús: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2).
Un excelente trabajador de la viña ha sido hoy llamado a la eternidad, después de haber realizado su misión en la tierra. Animamos a los jóvenes a relevar en el puesto de trabajo el sitio vacío que ha dejado nuestro hermano Fernando. La Iglesia necesita trabajadores incansables, obreros fieles que cultiven la viña del Señor, a quien pedimos que nos regale pastores buenos y santos, como era el deseo del obispo san Manuel González.
4.- Nuestra celebración es una profesión de fe en la resurrección de Cristo, a la que somos incorporados en nuestro bautismo. Como reza el Catecismo de la Iglesia Católica: “Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús, que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva» (Rm6, 4)” (n. 537). Ésta es la realidad que estamos celebrando.
Desde nuestro bautismo iniciamos el camino hacia la eternidad; comenzamos un proceso de transformación. En Cristo transfigurado se revela la transformación que acontece en el curso de toda la vida humana. Creemos en la transformación que supone pasar de la muerte temporal a la vida eterna.
D. Fernando comentaba en una homilía: “Lo más importante de la vida es preparar con tiempo, con humildad y confianza, el encuentro definitivo con el Señor. Llegamos cuando morimos; Dios es el mar inmenso, en que se ensanchan y perduran para siempre nuestras vidas. El cuerpo resucitado de Cristo es el mundo nuevo, en el que arraigan y crecen nuestras almas con una vida perpetua y feliz. La fe nos anima a desear esta consumación, compartiendo ya desde ahora la muerte y la resurrección del Señor” (Homilía, Málaga, 21.VIII.2016).
5.- Vivir significa morir, es decir, caminar hacia la muerte; pero morir significa resucitar. El evangelista Juan define la cruz como glorificación, fundiendo la transfiguración y la cruz (cf. Jn 12,23; 13,31).
Las últimas palabras del Señor resucitado a Pedro, después de haberle constituido pastor de su rebaño, fueron: «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21, 18); era una alusión a la cruz que esperaba a Pedro al final de su camino.
Nuestro hermano Fernando ha sido purificado por la enfermedad y el dolor, sobre todo en las últimas semanas. Pero su vida ha estado iluminada por las palabras de san Pablo: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor» (Rm 14, 7-8).
Hagamos nuestra la oración de san Gregorio Nacianceno: “Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él” (Oraciones, 40, 9).
6.- Con la partida de D. Fernando unos han perdido a un padre, otros un familiar o amigo, otros un hermano. Pero todos hemos perdido a un gran maestro, que ha sabido interiorizar las enseñanzas del único y divino Maestro, Jesucristo, y nos las ha enseñado de manera magistral.
Recuerdo el primer encuentro con el papa Francisco, acompañando a D. Fernando en la Misa matutina en Santa Marta en Roma. En el momento del saludo D. Fernando le ofreció unos libros, que había publicado, y el Papa, cogiendo los libros y mirándole a los ojos, le dijo: “Ha sido Vd. un maestro para mí”; y no en balde lo nombraba Cardenal algunos meses después.
Pocos días antes de su muerte, acompañado del Arzobispo de Pamplona lo visitamos y D. Francisco le pidió que nos bendijera; D. Fernando, sin poder hablar, pero con una gran unción nos bendijo al estilo episcopal, ejerciendo de ese modo su ministerio hasta el final. Hasta el final ha estado dando clases; hasta el final ha estado escribiendo: un libro en imprenta y otro comenzado; hasta el final ha estado acompañando a la Iglesia con su oración y fortaleciendo a los cristianos con su testimonio. ¡Demos gracias a Dios por todo ello!
Termino con unas palabras del mismo D. Fernando sobre la muerte y la resurrección: “Todos morimos, pero Dios permanece, y este Dios que permanece es un Dios de vida, un Dios que nos ama para siempre, un Dios generoso que quiere tenernos siempre en su presencia. El amor y la fidelidad de Dios son fuente y garantía de nuestra propia inmortalidad (…) la muerte está vencida” (Homilía, Málaga, 21.VIII.2016).
Pedimos a la Santísima Virgen María, de la que nuestro hermano Fernando era un gran devoto, como buen “Hijo del Corazón Inmaculado de María”, que lo acompañe ante la presencia de Dios y lo conduzca hasta las moradas eternas, concediéndole el gozo pleno y la paz perpetua, tras haber sido un fiel servidor del Evangelio, un gran maestro y un abnegado pastor. Amén.

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