lunes, 23 de diciembre de 2019

* LELO






Lunes 23 de diciembre, ya se ha celebrado el tradicional sorteo de la Lotería, ya habrán algunos millonarios...

Lunes 23 de diciembre que es preámbulo de la Nochebuena que da pie a la Navidad...

Y hoy vuelvo a mi tradicional Cuento de Navidad donde escribo esa historia, la que la divina inspiración ha dado a entender, para desearos de esta forma todo lo mejor en esta fecha tan única, tan especial como es la celebración del Nacimiento de Jesús.

Os dejo con Lelo...

FELIZ NAVIDAD A TODOS SIN EXCEPCIÓN.

Jesús Rodríguez Arias 



LELO



Él sabía que cuando en la calle y en el pueblo donde vivía desde los pequeños a los mayores le decían Lelo no era en tono peyorativo sino lleno de cariño porque Lelo era el diminutivo de abuelo y es que Sebastián lo era un poco de todos.

Sebastián llegó al pueblo rozando la treintena, venía contratado por el Ayuntamiento para que organizara ese entuerto urbanístico que se había convertido el lugar  tras años y años sin que nadie pusiera coto a ciertos desmanes. Él era un  joven y apuesto arquitecto que llegaba de la capital más solo que la una con la única compañía de una vieja maleta, regalo de su madre Asunción, y con la ilusión por bandera.

Su vida transcurría entre las muchas horas que pasaba en el despacho que le habilitaron en el Ayuntamiento, justamente el cuarto que siempre ocupó Juan el  alguacil y que está vacío desde que muriera un año atrás, sus paseos midiendo, observando, estudiando y escudriñando con la mirada todo el entramado de casitas con tejados uniformes, coquetas calles o las cañadas reales que serpenteaban el pueblo y que cuando llegaba la trashumancia se llenaban de cabras y ovejas con sus olores, colores y sonidos… Sebastián no tenía apenas tiempo para él porque su trabajo era arduo y sólo los viernes se permitía descansar por la tarde cuando iba a casa de Don Marcelo, el farmacéutico, que  era el hombre más ilustrado del lugar y desde hace más de quince años su cronista oficial. Gracias a esas horas de enseñanzas, tertulias, conversaciones, al calor de la chimenea y un buen pacharán el joven arquitecto empezó a conocer de verdad  el lugar donde vivía y también comenzó a amarlo.

De esas visitas conoció a Carmela, hija de Don Marcelo, y lo que son las cosas: ¡Se enamoraron! Diez años después de un noviazgo de la época se casaron frente a la capilla de la Patrona que  hace dos siglos está entronizada en la vieja ermita a las afueras del pueblo.

Sebastián venía de una familia algo descreída, él también lo era cuando llegó, pero al conocer al pueblo, sus habitantes, a la amistad con el viejo cronista y enamorarse de Carmela fue conociendo también lo que es la Fe, empezó a saborear con inmensa alegría la Esperanza de saberse también hijo de Dios. Sebastián y Carmela no tuvieron hijos, lo intentaron pero no pudo ser, pero eso no hirió su relación sino que la afianzó aún más.

Sebastián con los años terminó el trabajo por el que había sido contratado pero antes ya se había preparado las oposiciones que sacó para la plaza de arquitecto que tendría competencia en toda la comarca pues el pueblo al ser pequeño no podía permitirse ese dispendio. Sebastián y Carmela se dedicaron a servir a todos sin excepción y lo mismo los veías dando clases a los niños que no podían pagarlas que haciendo un estudio para las parejas que habían comprado un terrenito para hacerse su nido de amor y que por supuesto no les cobraba nada. La Navidad era una fiesta muy íntima y a la vez especial pues en su casa todos se reunían a comer lo que hubiera para después cantar Noche de Paz justo antes de ir a la Iglesia donde el Padre Don Cosme les esperaba para celebrar la Misa del Gallo.

Ya ni se acuerda cuando empezaron las lagunas de memoria, ya no se acuerda casi de nada y nadie. La única que recuerda es a Carmela, su mujer, su vida, la que le acaricia el ralo pelo cano antes de dormir o le coge la mano mientras ella ve la televisión. Solo se acuerda del amor que  le ha dado, que han compartido, y aunque unos dicen que está senil y otros se aventuran a pronosticarle alzheimer él retiene en su escasa memoria solo Amor, el de Carmela así como el de ese pueblo al que llegara solo y  muy joven para quedarse para siempre.

Se oye mucho jolgorio, es Tomás, el cartero, con sus hijos y nietos, que llevan celebrando juntos la Nochebuena hace más de treinta años y aunque Lelo no recuerda casi nada de la Navidad, será porque es Amor, sí se acuerda.

Feliz y Santa Navidad a todos.

Jesús Rodríguez Arias


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