domingo, 23 de diciembre de 2012

NAVIDAD, EXPRESIÓN DEL ÁGAPE QUE HACE CALLAR LAS ARMAS Y RECONCILIA A LOS HERMANOS ENEMIGOS.




Reproducimos el mensaje de monseñor Michel Chafik, rector de la Misión coptocatólica de París, Francia.

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Queridos amigos:
El año 2012 se cierra como se había abierto, con dudas e incertidumbres. En Francia, nos interrogamos sin fin sobre la identidad sexual, la naturaleza del matrimonio y de los lazos parentales. No sabemos cómo enderezar las cuentas públicas y nos inquietamos, en los conflictos internacionales en distinguir al agresor del agredido. Esta duda, multiforme, afecta tanto a lo íntimo como a lo político y a lo social, provoca una profunda intranquilidad; la nostalgia también de la época, no tan lejana, donde la luz del Evangelio parecía alumbrar la ciudad.
Mi país natal está más desgarrado todavía. En 2010, Egipto creyó en un sueño, el de un Estado donde todos los ciudadanos fueran iguales en derechos. Hoy, el sueño se ha disipado, el país está dividido en dos, a la cabeza, un presidente que --hombre ligado a los hermanos musulmanes--, se apropió de los plenos poderes. Sí, los días siguientes de la Revolución nos han desengañado, más aun cuando los bienes de primera necesidad pan, agua potable, electricidad comienzan a faltar. Egipto tiene hambre, Egipto tiene sed, se hunde en una miseria sin nombre.
A la primavera egipcia podría suceder el invierno islámico sobre el modelo iraní con el mismo tipo de hombres estereotipados con sus discursos rencorosos, su desprecio de la vida y su rechazo de la alteridad; también con el mismo apoyo cándido de Occidente, cegado por su grave necesidad de divisas y de petróleo ligero. El oro negro hace impotentes a las potencias de ayer.
El pueblo ha sido engañado pero no abdica: la plaza Tahrir y otras, en nombre de la libertad y en nombre de la justicia social, continúan su lucha. En la tormenta, los cristianos son particularmente vulnerables. Algunos se resignan, con la muerte en el alma, a dejar el país. Jamás hubo tantos emigrantes coptos de todas partes, tantos desorientados. Otros escogen permanecer abrazados a la Cruz allí dónde el Señor les hizo nacer. Encerrados en la espera interminable de una pascua siempre diferida, son la memoria larga de nuestra tierra, irreductibles testigos de nuestra esperanza. Signo de esta fecunda continuidad, nuestros hermanos ortodoxos eligieron un nuevo papa, nuestras iglesias están llenas y nuestros fieles ignoran la tibieza.
¿En tal contexto, qué deseo formular para el año venidero? El mismo que el santo padre dirigió a las Iglesias orientales en su viaje al Líbano, el deseo de la paz. El más precioso de los dones de Dios es solamente lo contrario de la guerra. Es la expresión del ágape que hace callar las armas y reconcilia a los hermanos enemigos. La regla de oro del cristianismo nos obliga a presentarnos ante los musulmanes como nacidos de Abraham. Por eso Benedicto XVI pudo exclamar, en el centro del fuego: "Amad a los musulmanes y orad por ellos". Así se construirá la civilización del amor que, al contrario de nuestras efímeras primaveras árabes, jamás pasará. ¡Navidad alegre y buen año en la paz del Señor!
Traducido del francés por Raquel Anillo

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