lunes, 18 de noviembre de 2024

PICATOSTES

 



 






PICATOSTES

Hoy me gustaría traer aquí esas comidas de antaño con las que crecimos más de una generación. Comidas de aprovechamiento que nos saciaban con poco dinero. En mi casa del Carmen, en las callejuelas de la infancia, aparte del guisoteo, los pucheros, las panizas eran punto y aparte. Harina de garbanzo cocida en agua y sal. Después se freían y estaban muy ricas. Otras, una vez cocidas, se cortaban en cuadrados y se aliñaban. Este plato era conocido como “huevos de fraile”.

Recuerdo las sopas de picadillo, los guisos de lentejas, garbanzos, patatas, con tropezones o sin ellos que llenaban los rugientes estómagos de los que nos sentábamos a la mesa sobre las tres y algo de la tarde que era cuando llegaba mi padre de trabajar. Cuando él faltó mi madre adelantó en algo el horario ya que teníamos clases también por la tarde. Si el sábado o domingo comíamos bienmesabe, al otro día se almorzaba cazón en sobreusa. Memorables las croquetas de rica bechamel, sin tropezón alguno, que preparaban en un mano a mano Tata y mi madre que estaban realmente deliciosas. Solamente una persona ha sido capaz de igualar e incluso superarlas, la tita Charo Collantes.

Los calamares rellenos, pescadilla, jureles, acedías, algún guiso de carne, gazpachos, no molido como los de ahora, sino con sus tropezones, unos huevos cocidos partidos por la mitad recubiertos de salsa de tomate y cacahuetes horneados era unos de los platos estrellas de mi madre amén de los fideos con caballas o las tortillas de camarones. La ensaladilla rusa, papas aliñadas y de postre, según la temporada, boniatos asados, flan, natillas algún bizcocho casero que se hacía en el horno los fines de semana, pestillos, torrijas, fruta del tiempo, rosquillas o la famosa y siempre deliciosa poleá que es la variante dulce de las gachas y que conforman lo que ahora llaman la cocina de subsistencia.

En mi casa del Carmen mención aparte tenían las tortas de Navidad que la hacíamos entre toda la familia, eso sí que era inclusión e integración. Después de poner el Belén que lo encenderíamos el día de la Purísima, nuestra siguiente misión era elaborar las mencionadas tortas cuando ya se acercaba Nochebuena. Todos amasábamos y dábamos formas mientras los mayores freían. Cuando estaban hechas toda, una vez enfriadas, se ponían sobre un paño, que después las recubrirían, en el cajón de una de las cómodas de la casa. Así se mantenía en perfecto estado hasta que llegado el tiempo navideño se enmelaba, untar con miel, o se espolvoreaba con azúcar.

Los picatostes eran también un buen manjar a la hora de merendar. Mi amigo José María me relató cuando le envíe los que nos pusieron en una cafetería de Reinosa, en Cantabria, que “le recordaban a su abuela ya que cuando veía seis o siete niños con cara de hambre, se ponía a freír pan asentado del día anterior, lo espolvoreaba con azúcar y quedaban merendados como príncipes.”

En mi infancia y primera juventud no se solía comer en un bar y menos en restaurantes. Algún día en Semana Santa, en Feria y paramos de contar. Tampoco nos hacía falta. Eran tiempos que muchos pasaban necesidad y por eso mismo no caíamos en las necesidades que hoy en día nos subyugan ya que con solo caerse el wifi o sufrir un apagón parece que el mundo se nos acaba.

Fue este pasado miércoles cuando merendando en una cafetería con unos queridos amigos del pueblo en el que habitamos, hacía bastante frío, nos pedimos un chocolate con picatostes y no os puedo describir con palabras lo que dispusieron delante de nosotros. Una buena taza de humeante chocolate y unos picatostes que era unas rebanadas gruesas de pan frito en su justa medida en el que bien se podía untar mantequilla o mermelada de lo grande que era. La verdad es que todo entró muy bien porque estaba delicioso y la compañía era verdaderamente inmejorable. Antes habíamos estado en Alto Campoo que ya atesoraba el manto blanco de las primeras nieves del otoño.

Otro día os hablaré de la rica cultura gastronómica que existe en Cantabria. Hoy he querido rememorar lo que se guisaba en mi casa, en las irrepetibles callejuelas de mi infancia.

Jesús Rodríguez Arias

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