lunes, 16 de junio de 2025

BAJO TU MIRADA

 




Transitaba el mes de noviembre del pasado año, recuerdo que era un día de sol y frío, era la vez primera que visitaba la ciudad, fuimos a la Catedral, casi dos horas recorriendo el lugar que atesoraba tanta historia como la localidad en sí. Comimos en un céntrico restaurante para después seguir conociendo enclaves. Las temperaturas iban en descenso y eso que eran las cuatro de la tarde.

Entramos en una Iglesia antigua, impresionante toda ella, con un ambiente cálido gracias a la calefacción que había en el propio templo. Solo por la majestuosidad y por la calidez ya apetecía estar allí. De pronto una capilla que presidía la imagen de un crucificado, no uno cualquiera, una talla que desgarraba los sentidos con solo posar en ella la mirada.

Los grados centígrados iban cayendo afuera, el móvil en silencio me daba aviso de baja temperatura cada dos por tres, pero si frío había más gélido estaba mi corazón. Hacía ya bastante tiempo que transitaba por un árido desierto espiritual, aunque intentaba no soltarme de la mano de quién en mi vida había asido la propia existencia. Iba o escuchaba la Eucaristía, aunque ni la oyera y respondiera como un papagayo, recitaba mis oraciones mañaneras y el rosario cada tarde. A Dios lo veía demasiado lejano, pero algo había en mí que no me permitía darme por vencido. Año y medio de profundo sufrimiento, soledad y desamparo.

Pero la talla del crucificado que tenía delante me tocó, leí una referencia de Felipe II mientras pensaba que quién sabe, a lo mejor… Recomendaban en un panfleto que se pusiera bajo el crucificado, le mirara a la cara, a los ojos, y se le pidiera con fuerza la razón por la cual estaba en ese momento bajo Él.


Así lo hice, mis ojos se detuvieron en los suyos que estaban entrecerrados, la imagen sagrada muy antigua, es verdaderamente impresionante. Le pedí con las fuerzas que aún me quedaban, me aparté a un lateral de la hermosa capilla, junto a una mesa donde había una urna donde se apuntaban intenciones destinadas al milagroso crucificado. Solo fui capaz de escribir: ¡¡Ayúdanos!! ¡¡Ayúdame!!

Cuando salí de nuevo al exterior hacía frío, pero dentro de mí noté la calidez de una pequeña llamita que volvía a dar calor a la Fe perdida y encontrada en la Iglesia de San Gil Abad, ante y bajo el Santísimo Cristo de las Gotas de Sangre de Burgos.

El Rey Felipe II dijo de este crucificado: “El que haya perdido la Fe, que venga aquí y la hallará”. Y es verdad. Desde entonces va escribiendo recto con reglones torcidos mi propio camino en la Fe. Sabiendo que Dios no solo existe, sino que está con nosotros por medio de su Unigénito que permanece en Presencia Viva en cada Sagrario y que este próximo domingo recorrerá las calles para reencontrarse con sus hijos, para dar su Amor en un mundo cegado por las guerras.

Jesús Rodríguez Arias


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